Desde que en 2012 Robert Zemeckis rodó Flight (El vuelo) protagonizada por Denzel Washington, pareció que no podía decirse nada nuevo sobre un piloto que salva al vuelo de una muerte segura. Así que cuando Clint Eastwood anunció una película de catástrofe aérea que pudo ser y no fue, inmediatamente pensamos que el argumento no era original y que asistiríamos a un déjà vu. A Clint le empiezan a traicionar los años, pensamos. De todos estos juicios a priori lo único cierto es que Eastwood, con su 1,93 metros de altura, va por los 86 años de edad y sigue estando en forma.
Lejanos están los tiempos en los que apareció por primera vez en el celuloide en un papel irrelevante en Creature from the Black Lagoon (1954, El monstruo del pantano) con poco más de veinte años. Su carrera no fue tomada en serio en los primeros años, mientras interpretó papeles de tipo duro, westerns o tragicomedias policiales, géneros alejados de las temáticas que satisfacen a la intelectualidad. Fue cuando rodó Cazador blanco, corazón negro (1990) cuando empezó a percibirse que era un actor genial que, además, sabía dirigir. Esta impresión se vio reforzada en 1992 cuando la crítica mundial aclamó Unforgiven (1992, Sin Perdón). A partir de ahí, incluso los que le reprochan los tiempos en los que era “Harry el sucio” o “el sargento de hierro” (que, por lo demás, eran películas más que aceptables). Hoy, Eastwood es un mito viviente en la historia del cine y, como tal, cualquier nueva película que lanza merece ser vista, no solamente por sus incondicionales sino por todos los aficionados.
“Sully” es la abreviatura de Chesley Sullenberger, piloto con cuarenta años de servicio en la aviación civil, que el 15 de enero de 2009 se vio obligado a aterrizar su Airbus A320 en el río Hudson. Ninguno de los pasajeros, ni el personal del avión sufrieron daños (salvo algunas contusiones y, sobre todo, problemas por la baja temperatura de las aguas). El aparato, tras el acuatizaje, se hundió. Según la Administración Federal de Aviación, unos gansos se estrellaron contra los motores del avión cuando el aparato estaba a tres minutos de alcanzar la pista del aeropuerto de La Guardia. A escasos 100 metros de las gélidas orillas del Hudson se encontraban los muelles de Manhattan y la zona más populosa de la ciudad de los rascacielos. De no haber decidido rápidamente aterrizar en el río, el avión habría alcanzado barrios habitados y la catástrofe hubiera podido alcanzar a varios cientos de personas. El 16 de enero de 2009, el presidente George W. Bush, llamó personalmente a Sullenberger para agradecerle el haber salvado tantas vidas.
Hasta aquí lo que se conoce de la historia de “Sully” y del fatídico vuelo 1549 de a UR Airways. Lo que la película de Eastwood nos habla es, no sólo del accidente y el acuatizaje, sino de lo que ocurrió después, cuando el episodio desapareció de la primera página de la actualidad. Y es en esa parte en donde emerge todo el genio y la ideología del director.
En efecto, Eastwood es, política y anímicamente un conservador norteamericano. Lo que se dice un patriota de los pies a la cabeza. Nunca ha renegado de sus convicciones y del orgullo de ser norteamericano y el hecho es que ha sido uno de los pocos profesionales de Hollywood que tomaron partido por la candidatura conservadora de Donald Trump. Ahora bien, dentro de este patriotismo (que, más o menos, está en el sentir de buena parte de los estadounidenses), lo que siempre le ha interesado a Eastwood es el “héroe norteamericano”, aquel tipo (incluso aquella chica, como la protagonista de Million Dóllar Baby [2004]) que, sin pretenderlo, se convierte en héroe. Es uno de los temas favoritos de su cinematografía que se repite en Sully. Gente honesta, que aspira a una vida feliz, con trayectorias profesionales, personales y familiares limpias, pero que en un momento dado, dá el do de pecho y hace algo tan simple como cumplir con su deber o ir hasta allí donde otros hubieran retrocedido. Es el “héroe americano” por excelencia, el personaje que encarnó Eastwood tantas veces como actor y que ahora que la edad y la voluntad lo han situado al otro lado de la cámara, sigue reiterando, casi como un misionero: el Eastwood abuelo está ofreciendo modelos de comportamiento a la sociedad norteamericana y especialmente a los jóvenes. Estos héroes, a menudo son incomprendidos por la sociedad y, mucho más, por la administración y el stablishment económico. Los héroes no suelen ofrecer buenos negocios. Pero es esa América la que Eastwood aspira a honrar, promover y exaltar.
Dentro de esta perspectiva puede entenderse que el director se haya fijado en la figura de Sully: cuando se apagaron los focos y salió de la actualidad, la NTSV, el organismo de aviación civil que investiga los accidentes de aviación, emitió un primer dictamen en el que aseguraba mediante una reconstrucción informática, que el acuatizaje había sido inútil, había costado la pérdida de un aparato valorado en varios cientos de millones de dólares y el piloto había eludido otras alternativas menos onerosas y más discretas. Y así, el honesto padre de familia, el veterano piloto que durante 40 años ha conducido diestramente y con seguridad a decenas de miles de pasajeros de un lado a otro del planeta, bruscamente, se encuentra traicionado por la propia administración, colocado ante la inquisición y demolido su prestigio profesional. Luego, un recurso y una nueva simulación demostraron que de no haber actuado “Sully” como lo hizo, el avión habría caído sobre las casas de la Ciudad de Nueva York. El héroe volvió a ser reconocido y aclamado como tal.
En España no tenemos un cine de este tipo al servicio de un modelo de comportamiento que pueda ser presentado como ejemplo. Si aquí se hubiera dado un caso parecido, es posible, incluso, que el piloto hubiera terminado sentándose ante el banquillo de los acusados. La falta de héroes nacionales contemporáneos (y la imposibilidad de revisar las trayectorias de héroes históricos) hace que lo más habitual sea sentir envidia del vecino, ignorar o torpedear a quien destaca en su trabajo profesional, ignorar el valor del bombero que apaga un fuego, volver la espalda a nuestros soldados muertos en misiones en el extranjero o creer que el Guardia Civil que salva a un montañero en las altas cumbres, ya está suficientemente recompensado por su sueldo. Quizás debiéramos imitar algunos comportamientos norteamericanos.
“Sully” está interpretado por Tom Hanks. Cualquier elogio sobre sus actuaciones sobra y aquí reitera la calidad interpretativa que regularmente viene obsequiándonos. Todo lo que pueda decirse en este terreno es ocioso. Destacar, eso sí, el cambio de aspecto de Hanks con el pelo blanco, mostacho del mismo tono, por lo que de inusual tiene. Casi lo mismo cabría decir de Aaron Eckhart, copiloto, apoyo inestimable para “Sully” y que borda una actuación sobria y creíble. Sobre el trabajo de Eastwood, cabe decir que logra lo que se propone. Habitualmente se suele decir de este director en los últimos cinco años que “no está en su mejor momento, pero que sus películas siguen gustando al público”… lo que, traducido quiere decir, que sigue en su mejor momento y que, sin duda, muchos firmarían por tener a los 86 años películas tan absolutamente recomendables, entretenidas y convincentes como ésta.
Gustará a los devotos al cine de Eastwood, a los aficionados a la aviación, a los que crean –como el director- que hacen falta modelos de comportamiento para cualquier sociedad. A los que buscan un cine entretenido, esta película les parecerá extremadamente ágil y dinámica. Pero la película es desaconsejable para los que se sintieron atrapados con el inefable Aterriza como puedas (1980) o ¿Dónde está el piloto?(1980) con películas de catástrofes aéreas a lo Aeropuerto (1975), simulacros de crónicas veraces a lo United 93 (2003) o Secuestro en el aire (2007), o, simplemente, si usted se sintió cómodo viento Serpientes en el avión (2006) o Air Force One (1997), borre Sully de su lista de películas a ver.
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