La prensa ha dicho:
"Un guion excelente y delicioso. Avelina Prat es la cineasta más insólita e incatalogable del cine español." (Cinemanía)
"Delicado y preciso cine profundamente humanista. Y bello. Mucho." (El Mundo)
"Maria de Medeiros, fantástica.” (El Cine en la Ser)
“Manolo Solo, descomunal” (El Mundo)
“Avelina Prat ha logrado una emotiva y lúdica fábula acerca de eso que llaman segundas oportunidades” (Micropsia – Argentina)
UNA QUINTA PORTUGUESA de Avelina Prat compite en la Sección Oficial Internacional de BAFICI (Buenos Aires)
Sinopsis:
La desaparición de su mujer deja a Fernando, un tranquilo profesor de geografía, completamente devastado. Sin rumbo, suplanta la identidad de otro hombre como jardinero de una quinta portuguesa, donde establece una inesperada amistad con la dueña, adentrándose en una nueva vida que no le pertenece.
Comentario sobre Una quinta portuguesa, de Avelina Prat
Una quinta portuguesa es una película sutil y sugerente que invita a reflexionar sobre temas profundos como la impostura, la suplantación de identidad, las segundas oportunidades y la posibilidad de renacer adoptando otra vida, en otro lugar. Dirigida y escrita por Avelina Prat, la cinta construye una atmósfera cargada de misterio y melancolía, donde lo no dicho pesa tanto como lo visible.
La historia gira en torno a un personaje que asume una identidad que no le pertenece, adentrándose en un mundo ajeno que, paradójicamente, se le vuelve más propio que su vida anterior. Este acto de suplantación no se muestra como un simple fraude, sino como una vía de escape y, sobre todo, como una búsqueda desesperada de sentido. Así, la impostura se convierte en una forma de reinvención.
La película cuestiona la rigidez de la identidad personal y plantea si es posible empezar de nuevo, si la libertad puede encontrarse al margen de la verdad. En este sentido, Una quinta portuguesa ofrece una mirada íntima sobre la fragilidad humana, mostrando cómo los errores, las heridas o la insatisfacción vital pueden empujar a alguien a desaparecer para volver a ser.
Con una puesta en escena delicada y un ritmo pausado, Avelina Prat consigue que el espectador entre en esa quinta portuguesa como quien entra en un sueño o en un mundo suspendido, donde todo es posible y todo está por reconstruirse.
Las tres historias vitales en Una quinta portuguesa funcionan como un signo de los tiempos, cada una reflejando distintas formas de desplazamiento, pérdida de identidad, y búsqueda de sentido en el mundo contemporáneo. Aquí tienes un análisis breve de cada personaje en ese contexto:
Amalia
Es la figura del desarraigo y del duelo no resuelto. Su vida parece suspendida en la memoria del pasado, y la quinta, casi vacía, es como un eco de lo que fue. Representa a quienes, aun sin moverse geográficamente, se han desplazado emocionalmente: viven en la nostalgia, ajenos al presente. Es una metáfora de una generación que ha quedado al margen del vértigo del cambio.
Manuel
Él encarna el tema de la impostura y el deseo de reinventarse. Su historia es tal vez la más llamativa desde el punto de vista narrativo, pero también profundamente contemporánea: en una sociedad donde todo parece construirse sobre apariencias, Manuel elige “ser otro” para sobrevivir o, quizá, para ser realmente él mismo. Refleja esa necesidad moderna de borrar el pasado, cambiar de rol, y empezar de nuevo, incluso a costa de la verdad.
La chica serbia (camarera/enfermera)
Es el rostro del presente migrante y precario: una mujer joven, extranjera, que trabaja en hostelería mientras estudia para conseguir una vida mejor. Representa a una generación que se mueve entre la incertidumbre laboral, la búsqueda de estabilidad y el sacrificio constante. Su historia es, en muchos sentidos, la más realista y reconocible hoy en día.
En conjunto, las tres vidas ofrecen un retrato sutil pero profundo del presente: un mundo de identidades líquidas, fronteras difusas, aspiraciones truncadas y nuevas formas de resistencia íntima. La quinta portuguesa se convierte así en un lugar fuera del tiempo, donde estos tres personajes —tan distintos entre sí— conviven como síntomas de un mismo malestar contemporáneo.
La quinta como lugar de tránsito y suspensión
La quinta se presenta como un espacio liminal, es decir, un lugar en los márgenes, entre dos mundos: ni completamente habitado ni completamente abandonado, ni pasado ni presente. En ese sentido, es un reflejo del estado interior de los personajes, todos ellos en una especie de transición vital, buscando una salida, una definición o una segunda oportunidad.
La quinta como refugio y prisión
Para Amalia, la quinta es refugio y cárcel a la vez. Es su casa, su raíz, pero también un lugar que la retiene, atada a una vida pasada que no logra soltar. Allí se ha fosilizado su duelo. Para Manuel, la quinta es un escondite ideal: al llegar, encuentra allí un lugar donde reconstruirse sin ser descubierto. La casa lo acoge, lo transforma, y a la vez lo confronta con su propia mentira. La quinta, entonces, no es un lugar neutro, sino una presencia activa, casi un personaje más que observa y condiciona.
La quinta como símbolo del tiempo detenido
En su decadencia y aislamiento, la quinta refleja un tiempo que se ha detenido. Sus muros, su silencio, los objetos que guarda: todo habla de un pasado que no ha sido actualizado, de una memoria que permanece latente. Este tiempo detenido contrasta con las aspiraciones de los personajes por seguir adelante o transformarse.
Naturaleza, abandono y posibilidad de renacimiento
Rodeada de naturaleza, pero también marcada por el desgaste, la quinta encarna esa tensión entre ruina y fertilidad. La vegetación que invade los bordes puede verse como signo de abandono, pero también como una promesa de regeneración. Es un espacio donde todo puede renacer si se permite el cambio.
Esta frase, aparentemente sencilla, revela una verdad íntima: la necesidad de dar sentido al caos a través del arte, de la representación, de la mirada personal. Dibujar, como metáfora, es una forma de comprender lo incomprensible, de trazar límites en un mundo sin bordes, de recuperar el control cuando la vida se desborda.
Para el personaje de Manuel, dibujar no es solo un acto estético, sino existencial. Al igual que en su dibujo, él también intenta reordenar su vida, redibujarse a sí mismo bajo otra identidad, dar forma a un yo nuevo que escape del pasado y se sostenga en una nueva narrativa. El dibujo —como la impostura— se convierte así en una herramienta para reinventar el mundo y a uno mismo.
Además, esta reflexión conecta con la quinta como espacio simbólico: un lugar caótico, inacabado, fuera del tiempo, que cada personaje intenta habitar y “dibujar” a su manera. Un microcosmos en el que cada uno intenta ordenar su propio desorden vital.
Esta idea encaja de manera perfecta con el personaje de Amalia, atrapada en un tiempo suspendido, donde el duelo por su marido muerto aún dicta la manera en que vive y se relaciona. También se puede leer como una advertencia para Manuel: su impostura, por más que parezca una huida exitosa, tendrá consecuencias si no confronta los fantasmas que lo empujaron a desaparecer. Incluso la joven serbia, aunque más silenciosa, carga con los fantasmas del desarraigo y la promesa incierta del futuro.
La frase sugiere que sólo mirando de frente al dolor o al pasado se puede avanzar realmente, que no se trata de borrar ni de huir, sino de integrar aquello que nos ha marcado. En ese sentido, la quinta vuelve a cobrar protagonismo: un lugar habitado por fantasmas, pero también uno donde —quizá— es posible escucharlos, comprenderlos y, finalmente, dejarlos ir.
Una quinta portuguesa habla —aunque de forma sutil— de una nueva forma de habitar el mundo, marcada por la movilidad, la transitoriedad, la no-pertenencia y la desvinculación del legado material.
La “movilidad sin propiedad” es especialmente acertada. Los personajes no sólo se mueven en el espacio físico, sino también en el simbólico: ninguno parece tener un vínculo estable ni con las casas que habitan, ni con el pasado que dejaron atrás, ni con un futuro que proyecte continuidad (como podrían ser los hijos o la herencia).
Vamos caso por caso:
Amalia
Es usufructuaria, no dueña. Su lugar es prestado, como su tiempo. Está allí porque aún no ha roto del todo con su duelo. Su estancia en la quinta es el residuo de una vida que ya no existe, y su permanencia parece más emocional que legal. Ella representa ese derecho afectivo a lo que ya no se posee, al tiempo que nunca se termina de soltar.
Manuel
Desarraigado, fugitivo, renuncia a su casa sin pensarlo demasiado. Lo que le importa es el gesto de plantar los 250 almendros, una acción que se orienta al futuro, pero sin dueño definido. Es una especie de sembrador anónimo, alguien que apuesta por dejar algo, pero sin reclamarlo. Hay aquí una ética del desprendimiento, del crear sin necesidad de poseer, casi como una forma de redención.
La chica serbia
Ocupa la casa vacía como alguien que transita por mundos que no le pertenecen, ni simbólica ni legalmente. Trabaja para sobrevivir, estudia para progresar, pero siempre desde una posición marginal. Habita un espacio prestado, sin raíces. Representa una juventud marcada por la precariedad, el movimiento constante, la ausencia de propiedad o seguridad.
En conjunto, lo que la película parece reflejar es una sociedad que ha perdido la fe en la estabilidad y en la transmisión. Los personajes viven en lugares que no son suyos, sin hijos a quienes legar ni herencias que preservar. El hogar, la tierra, la memoria familiar —tradicionales anclas de identidad— son aquí elementos flotantes, habitados de forma temporal, incluso emocionalmente provisional.
Y tal vez, como bien intuyes, esa sea una de las claves más modernas del filme: el abandono de la propiedad como símbolo de pertenencia, y la emergencia de nuevas formas de vivir que ya no buscan echar raíces, sino adaptarse, transitar, sobrevivir con lo que hay.
Protagonizada por el ganador del Goya Manolo Solo (El buen patrón, Cerrar los ojos), la actriz portuguesa Maria de Medeiros (Pulp Fiction, Ordem Moral) y la serbia Branka Katić (The King’s Man), UNA QUINTA PORTUGUESA, narra la historia de un hombre que decide huir de su vida anterior y construir una nueva en otro país, bajo otra identidad.
“Tenemos una vida concreta, una sola... Y, sin embargo, nos sentimos fascinados por otras vidas. Vidas de personas que conocemos, o que nos cuenta la literatura, el cine... ¿Podemos cambiar lo que nos toca vivir? Luchar contra el pasado, dejar atrás todo. ¿Es posible vivir otra vida? ¿La vida de otro quizá? Es una idea atractiva.
Uno de los pilares de la identidad es el lugar y la película habla de la búsqueda de ese lugar donde sentirse bien, donde ser uno mismo. Un lugar del que dejar de huir. Un lugar que no tiene que ver con las raíces, sino con el hallazgo”. – Avanza Avelina Prat sobre su propuesta.
Con clara vocación autoral, Prat nos presenta una película sosegada y sutil, pero también cargada de giros y suspense. UNA QUINTA PORTUGUESA está llena de enigmas: la desaparición de Milena, el secreto que guarda Fernando sobre su verdadero origen o el pasado de Amalia, la dueña de la quinta. La historia se vertebra a través de tres personajes de diferente nacionalidad y condición y, a partir de estas identidades tan alejadas, pone de relieve su esencia compartida.
El guion, escrito por la propia directora, fue seleccionado en el laboratorio internacional MIDPOINT Feature Launch organizado por dicho Instituto junto al Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, donde fue uno de los 9 proyectos seleccionados. La película cuenta con Santiago Racaj como director de fotografía, Artur Pinheiro en la dirección artística y con el compositor Vincent Barrière.
Rodada entre distintas localizaciones de Barcelona y la Quinta da Aldeia, una verdadera quinta portuguesa en la villa de Ponte de Lima, la película no podía plantearse sino como una coproducción entre los dos países.
Impulsada desde España por la catalana Miriam Porté para Distinto Films, responsable del anterior largometraje de Avelina Prat: Vasil, junto a otros títulos como Sorda, Mamífera, Seis días corrientes, Los niños salvajes o El gran Vázquez. El proyecto encontró su perfecto compañero de viaje en la productora portuguesa O Som e a Fúria, liderada por Luís Urbano y Sandro Aguilar, quienes trabajan de forma continuada con grandes autores portugueses como Miguel Gomes, Ivo Ferreira, João Nicolau o Salomé Lamas. La producción se completa con la valenciana Jaibo Films liderada por Miguel Molina y Adán Aliaga (Espíritu sagrado, El cuarto reino) y Almendros Blancos AIE.
UNA QUINTA PORTUGUESA cuenta con la participación de las televisiones: RTVE, 3Cat, À Punt Mèdia (España) y RTP (Portugal). Con los apoyos de: ICAA (NextGenerationEU), ICEC, IVC (España) e ICA, Cash Rebate y Ayto. de Ponte de Lima (Portugal) y los fondos europeos de Creative Europe Media y Eurimages. Además de la financiación del ICO y de CREA SGR.
La distribución en España corre a cargo de Filmax y las ventas internacionales de Bendita Films Sales.
Sobre Avelina Prat
UNA QUINTA PORTUGUESA es el segundo largometraje de la directora Avelina Prat. Vasil, su ópera prima, también fue producida por Distinto Films y estrenada en salas en noviembre de 2022 de la mano de Filmax. Posteriormente se estrenó en las plataformas Movistar+ y Filmin, con gran éxito de visionados. También fue una película relevante en premios y festivales: competición oficial en Warsaw International Film Festival, mejor actor ex aequo en la Seminci para Karra Elejalde e Ivan Barnev y 6 Premios Berlanga que concede la Acadèmia Valenciana de l’Audiovisual, entre ellos mejor dirección y mejor película. En el campo del cortometraje, Prat destaca con su film 3/105, estrenado mundialmente en la Biennale de Venecia.

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