En 1965 se había estrenado en
Francia una serie de trece partes divididas en cuatro episodios que causó
sensación. En un momento en el que el aparato de televisión todavía no estaba
al alcance de cualquiera y el parque de tubos catódicos no llega a los 18
millones, esta producción de la ORTF alcanzó una audiencia de 10 millones de
espectadores. Otro tanto ocurrió cuando al año siguiente la serie se proyectó
en TVE, los jueves entre 10 y 11 de la noche. A este lado de los Pirineos se
repitió el éxito y fue uno de los motivos por los que un año después la
dirección de “la casa” encargó a Chicho Ibáñez Serrador las celebérrimas Historias para no dormir (1966-1982).
Durante la primavera de ese año, todos los medios de comunicación españoles,
sin excepción, dedicaron amplios comentarios a esta serie que mezclaba el
terror parapsicológico con elementos propios del thriller policíaco.
A lo largo de los 180 minutos que
duraba la serie se contaba una historia siniestra: un ser extraño, paranormal,
un fantasma cubierto con una túnica negra había sido visto en el Museo del
Louvre, concretamente en el departamento de egiptología. Un vigilante nocturno
del museo dice haberlo visto y haberle disparado, incluso. Cada aparición del
fantasma había ido acompañado por crímenes y desapariciones ante los que la
policía permanecía perpleja adivinando que hay algo “paranormal” en el asunto. Un
estudiante que sospecha de que todos estos incidentes han sido generados por la
misma mano empieza a investigar el misterio. Avanzada la trama, terminará
enamorándose de la hija del policía encargado del caso. Las investigaciones
llevan a la pista del hijo de una cantante, buen conocedor del ocultismo y que
buscaba descubrir el “metal de Paracelso”, el secreto de los secretos de una
temible sociedad secreta, la Rosa Cruz. A partir de aquí arranca la trama que
llevará a constantes emociones fuertes hasta que se revele la naturaleza y la
personalidad de Belfegor. El conjunto esta dotado de abundantes sugestiones
oníricas, escenas intranquilizadores y un ambiente a ratos maligno y en otros
extremadamente cautivador: el París tradicional, el París de siempre, el París
anterior a los movimientos contestatarios y al terrorismo islámico, el París
que ya no volveremos a ver.
La serie, filmada en blanco y
negro y la mayoría de cuyas escenas discurrían en la noche, nos presentaba un
París desconocido, en tonos oscuros, completamente siniestros aun sin la
presencia del fantasma. Las calles de París, sus más hermosos monumentos,
parecían tener un aspecto húmedo, lo más natural era que entre ellos circulara
un fantasma que en aquellos casi remotos años 60 recordaba el perfil de un
famoso obispo ortodoxo chipriotra (el Obispo Makarios) y hoy recordaría a una
islamista radical cubierta de pies a cabeza con un burka negro. Algunos
guasones bromearon sugiriendo que se trataba de una monja que llevaba una caja
de galletas bajo el velo. Luego estaba el tema de las sociedades secretas que
habitualmente se identificaban con ramas dispersas de la masonería. Era la
primera vez en los años del franquismo que un medio de comunicación público
aludía a la Orden de la Rosa Cruz.
Y luego estaba el erotismo que
sabía destilar la protagonista indiscutible de la serie, la cantante y atriz
Juliette Greco. Sin ella esta serie hubiera sido irrelevante; pero su simple
presencia sugería un erotismo que en aquellos años –en los que en TVE se
llegaba a colocar echarpes sobre los hombros de pianistas para ocultar sus
brazos desnudos- no era habitual. La Greco estaba por cumplir los 40 cuanto
filmó esta serie. Su figura emergió en la postguerra y a principios de los años
50 ya estaba considerada como la “musa de los existencialistas”. Los pocos
viajeros españoles que habían visitado París en aquellos años, contaban sus
actuaciones en los sótanos de los bares del Barrio Latino, entre brumas de
tabaco y olor a cerveza derramada. Solía actuar vestida completamente de negro,
lucia pantalones ajustados y todo aquello que en la época se consideraba en
nuestro país como fruta prohibida. Las aletas de su nariz sugerían una
sexualidad salvaje y la forma de encender cigarrillos y degustarlos, despertaba
la libido en el macho ibérico y a las mujeres nos enseñaba las artes de la
seducción femenina. Aun así, toda España se preguntaba en aquella primavera
¿Quién diablos era Belfegor?
Y, a todo esto, ¿quién era Belfegor? Era el demonio de la técnica. Se decía que inspiraba los grandes inventos que cambiaban el destino el mundo y, especialmente, el de quien lo realiza. Tienta especialmente a los jóvenes y les induce a la pereza. Se le describe como gigantesco, piel enrojecida por las llamas del infierno que él mismo manipula y aviva. Salvo los cuernos, la col, unas orejas que inspiraron la figura del vulcaniano Doctor Spock, sus piernas, como las del Fauno de los bosques, son propias de un animal (cabra, lobo, no importa). Ninguna de estas características está presente en el personaje de Belfegor en la serie francesa. Incluso hoy es un misterio el porqué Arthur Bernède, autor de la novela que inspiraría la serie, eligió de entre toda la corte de diablos y archidiablos y espíritus malignos el de Belfegor como protagonista de serie.
Tales eran los elementos en los
que esta miniserie de suspense, intriga, ficción parapsicológica, sociedades
secretas, médiums y nocturnidades prohibidas, asentó su éxito. Hasta ese
momento, las series y películas que se estaban proyectando en TVE eran
ingenuas, sin connotaciones eróticas, las que no eran aptas para todos los
públicos merecían uno o dos rombos por contener alguna escena violenta y poco
más. Era normal que una serie así tuviera éxito en España, si por lo que fuera,
había superado los obstáculos de la censura. Pero ¿y en Francia? ¿Por qué causó
tanto impacto?
Hacía solamente dos años habían
cesado los atentados terroristas de la OAS y la sociedad francesa todavía se
estaba recuperando de la pérdida de Argelia, sin haberse restablecido aún de la
derrota de Dien-Bien-Phu. Una sociedad así, se encontraba sumida en el
pesimismo más absoluto. Quería reír (de hecho las películas de Tati estaban ahí
para eso), pero, sin duda no era por casualidad que las tramas policíacas, el
género negro y las películas de terror tuvieran más éxito que en ninguna otra
época. Pero había otro elemento en el que la miniserie baso su éxito en
Francia: poco antes Louis Pauwels y Jacques Bergier habían publicado su obra El retorno de los brujos que reactualizó
toda la temática esotérica y parapsicológica, en lo que se llamó “realismo
fantástico”.
La serie nos muestra cómo era la vida en París a mediados de los años 60. Un París que ha cambiado irremisiblemente: en el Louvre todavía no se había instalado la pretenciosa pirámide vidrio, era posible ver camiones llevando leche de un sitio a otro, a los porteros y a los pequeños comerciantes fregando las aceras con agua abundante, los vehículos de la época y la moda femenina.
La serie puede visionarse en
youTube o bajarse mediante programas “peer to peer”. A no confundirla con el
remake producido en 2001, con más medios técnicos, pero en un momento
completamente socio-económico completamente diferente y que pasó prácticamente
desapercibida. En francés se puede adquirir en DVD a través de Amazon.
FICHA
Titulo Original: Belphêgor, ou le phantôme du Louvre
Título en España: Belfegor, el fantasma del Louvre
Temporadas: miniserie de
4 episodios
Duración del Episodio: 45 minutos
Años: 1965
Temática: Thriller
Subgénero: Sobrenatural
Actores principales: Juliettte Gréco, René Dary, François
Chaumette, Sulvie, Paul Crauchet, Christine Delaroche Yves Rénier, Jacky
Calatayud, Georges Staquet.
Lo mejor: Nunca antes se había visto una serie así en
televisión española.
Lo peor: Cierta decepción al finalizar el último episodio
Puntuación: 7
Web oficial: no tiene.
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