¿Han visto alguna vez una película de esas que mantienen el interés desde el principio, que incluso están bien llevadas, pero que en el momento en el que se avecina el tramo final, da la sensación como que le falta algo? Seguramente, ha sido así: sucede en todos los géneros. Es la sensación que nos ha quedado después de ver Testigo (2016, La mécanique de l’ombre) en el Barcelona Film Fest – Sant Jordi. De su director Thomas Kruithof se sabe poco. Al parecer, se trata de un autodidacta que tiene en su haber un documental sobre un centro de retención de ilegales y poco más. La película nos introduce en una trama de corrupción política que envuelve a un sujeto gris al que se le pide que realice la transcripción del contenido de unas llamadas telefónicas interceptadas.
La película puede definirse como un thriller de carácter político con elementos propios de las películas de espionaje. No reproduce ni está inspirada en hechos reales, pero algunos elementos de la trama nos aproximan a episodios relativamente recientes de la vida política francesa en donde las intervenciones telefónicas y las negociaciones con terroristas se han convertido en el pan de cada día. En ese sentido, la película tiene cierta sordidez y actualidad.
Se suele decir que el mundo se divide entre “los que saben” y “los que no saben”. Los primeros dominan un mayor o menor número de secretos y misterios. Los segundos, ó bien se mueven como sonámbulos ignorantes de quién mueve los hilos, ó los hay que, por algún motivo, acaso por ejercer momentáneamente un oficio que les permita sobrevivir, se topan con secretos que pueden poner en peligro sus vidas. No es que hayan logrado descorrer la cortina de la opacidad sino que apenas han tenido acceso al reflejo de algún misterio parcial. El protagonista, encarnado por François Cruzet, pertenece a estos últimos. Una misteriosa organización de la que no está clara su naturaleza, le propone transcribir una serie de llamadas telefónicas producto de interceptaciones. Debe hacerlo aislado en la soledad de un apartamento y provisto de una vieja máquina IBM de bolas, punteras en los años 80 y hoy consideradas como arqueológicas: así se evita que el texto transcrito pueda ser copiado por procedimientos digitales y termine protagonizando una fuga de información. En el curso de la transcripción, el protagonista intuirá la existencia de una red de corrupción e ignora cómo debe reaccionar. Es consciente de que, sea cual sea la decisión que adopte, correrá riesgos.
Hasta aquí todo está muy bien llevado. Los encuadres son buenos, los claroscuros excepcionalmente descriptivos, los actores cumplen su función. No hay nada que chirríe ni nada que desentone. La bola de la IBM golpea el papel mientras el protagonista, cada vez más asustado por lo que está conociendo, es consciente de que se está introduciendo en un mundo peligroso y desconocido para él. ¿Servicios de inteligencia, redes privadas de información? ¡qué importa! Está quedando expuesto a ser eliminado en cualquier momento.
Es en el último tramo de la película cuando esta no está a la altura de lo que precede. Hubiera sido necesaria algo más de calma y de claridad en el broche final. Si de algo se puede acusar a esta cinta es de haber concluido precipitadamente. Pero es derecho de las óperas primas (y esta lo es) contener algún elemento disonante. No ha sido un mal comienzo el de Thomas Kruithof: la película es digerible, entretenida y llevadera. Gustará a quienes gusten temáticas políticas que ellos mismos pueden completar con su imaginación.
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