Esta miniserie figura entre las más recomendables para los devoradores de series de espías. Los tres episodios en los que se dividen los 286 minutos de filmación tienen un extraordinario nivel de interpretación y un rigor histórico inigualable. Parte de la historia –concretamente el papel de James Jessus Angleton, uno de los fundadores de la CIA- había sido narrada en El buen pastor (2006), pero aquí se realiza un recorrido rápido por toda la historia de la “compañía” que da nombre a la serie (los funcionarios de la CIA aluden a ella con ese eufeismo) desde su fundación hasta la caída del Muro de Berlín. Un repaso, en definitiva, a la historia de la Guerra Fría.
Un producto tan depurado y brillante era lo que cabía esperar que emanara de los dos productores ejecutivos, Ridley Scott y John Calley. Calley (fallecido en 2011) llevaba en activo en la industria del cine desde el remoto 1966. Su primer gran éxito fue Estación Polar Cebra (1968) que ya tocaba el tema del enfrentamiento entre los EEUU y la URSS en la Guerra Fría. A este siguieron otros éxitos, más de taquilla que de calidad: El Código Da Vinco (2006) y Angeles y Demonios (2009) que alternó produciendo películas de más calidad y menor taquilla (Conociendo Jane Austen [2007] y Lo que queda del día [2003]). Era, pues, un productor experimentado cuando asumió el reto de esta serie. Además tenía la compañía de Ridley Scott de quien enumerar sus éxitos como productor y director resulta ocioso. Baste recordar que dirigió (y produjo) películas que han entrado por derecho propio en la historia del cine: Alien, el 8º pasajero (1979), Blade runner (1982), Thelma y Louise (1991), 1492: la conquista del paraíso (1992), Gladiator (2000), Hannibal (2001), Black Hawk: derribado (2001), El reino de los cielos (2005), Red de mentiras (2008)…Lo menos que puede decirse de ambos es que conocen su oficio y saben lo que le gusta al público.
Las series de espías suelen ser interesantes y todavía más si las situaciones que se describen sucedieron realmente. En este terreno y con demasiada frecuencia, la realidad supera con mucho a la ficción. Es lo que descubrimos en cada entrega de esta serie. Parece increíble que un obsesivo-compulsivo, con una progresiva manía persecutoria y con paranoias, como Angleton, estuviera al frente de las operaciones de la CIA en Europa durante décadas. Y, sin embargo, así ocurrió. Parece increíble que los agentes del KGB y de la CIA hubieran pactado no hacerse daño entre ellos y si se veían envueltos en tiroteos procurar dar a quienes no pertenecían a su “empresa”. Los episodios que rodearon a la revolución húngara supusieron una mezcla de heroísmo y supervivencia, acaso el último que se dio en la postguerra europea ¿Y qué decir de lo ocurrido en Bahía de los Cochinos, aquella espectacular invasión de Cuba por parte de anticastristas apoyados por la CIA… y que la CIA dejó en la estacada a poco de desembarcar… ¿O cómo explicar el que uno de los jefes del contraespionaje británico, Kim Philby, fuera, a su vez, un agente soviético? Pues bien, todos estos episodios y otros muchos más, sin duda los más fotogénicos de la guerra de los espías que se prolongó entre 1948 y 1989, desfilan en esta serie ilustrados por actores consumados que siguen un guión riguroso pero dinámico.
La serie no alude solamente a la CIA. Una parte importante del metraje está dedicado a la figura de un agente del KGB que actuó en los EEUU ininterrumpidamente durante más de 30 años. Esto permite a la serie realizar una excursión por las instalaciones y los hombres del KGB. Parte de la trama –especialmente del primer capítulo– transcurre en Berlín Este, en donde la CIA cuenta con una antena y un director “Harvey Torriti, el brujo”, interpretado por un insuperable Alfred Molina.
La figura de J.J. Angleton aparece permanentemente como factótum de la CIA en Europa. Angleton sospecha de la existencia de un topo en el servicio de inteligencia británico. Se resistirá hasta última hora a reconocer que ese topo era su muy querido amigo Kim Philby (aquí Tom Hollander que ya había interpretado a Philby en la serie Espías de Cabridge (2003) vuelve a encarnar al mismo personaje (al que, físicamente, por cierto, no se parece en nada). Pero la mejor actuación de toda la serie es la ofrecida por Michael Keaton encarnando a J.J. Angleton (al que tampoco se parece en absoluto y el productor ni siquiera ha juzgado útil caracterizarlo con las monstruosas gafas de pasta que adornaron el rostro de Matt Damon como único parecido con el auténtico jefe de la CIA). Especialmente en los dos últimos episodios, el papel de Keaton se torna dramático: sus compañeros empiezan a sospechar que se ha vuelto paranoico, ve agentes el KGB en Olof Palme, Willy Brandt, y los principales dirigentes del laborismo británico… y sigue, sobre todo, con su obsesión de que el KGB cuenta con un agente operando desde hace décadas en EEUU. Su imagen queda erosionada cuando ordena detener a otro de los jefes de la CIA como sospechoso de cooperación con el KGB. Queda exonerado pero este error le cuesta el puesto a Angleton. Y, sin embargo, él tenía razón. Pues bien, el papel que desarrolla Keaton en estos dos últimos episodios, es sencillamente modélico, tanto por lo que dice, como por cómo lo dice. Una actuación así no se consigue sin antes haber estudiado los rasgos del personaje real que a asumir.
La serie tiene algunos momentos épicos. Nos muestra a los agentes del KGB y de la CIA como idealistas que creían verdaderamente en las causas que estaban defendiendo. Había algo de eso, Angleton y sus compañeros estaban convencidos de que los EEUU eran la única garantía para la defensa de la democracia y de la libertad. Sus oponentes del KGB estaban convencidos de que los imperialistas yanquis querían la guerra y que la CIA conspiraba en defensa de los intereses de los poderosos y contra el proletariado internacional. Pero, especialmente, los agentes de campo, tenían mucho de aventureros y mercenarios; el idealismo estaba presente en algunos elementos, pero no en todos: la mayoría, simplemente, querían llegar, simplemente, al final de su aventura. La psicología del espionaje es trataba en profundidad en este miniserie.
El paso del tiempo convertirá a The Company en una serie de culto. Se lo merece. Difícilmente coinciden en tres episodios un guión extraordinariamente sólido, una interpretación genial y una dirección ágil, optimizan la inversión realizada. Seis nominaciones a los Emmy, nominaciones a la Mejor Serie en los Globos de Oro y los premios Awards, fueron los reconocimientos que logró esta miniserie a poco de emitirse. Buena como pocas. Nosotros la colocaríamos junto a Espías de Oxford en el ranking de las mejores series históricas de espionaje.
Serie recomendable como pocas, gustará a un público excepcionalmente amplio. Es una serie, no solamente para ver, sino también para aprender. Inicialmente, la sabrán degustar con más fruición, aquellos que conocen la historia de la postguerra. A estos les cabrá el placer de reconocer los episodios históricos que se narran. Pero podrá ser utilizada por aquellos espectadores que tienen particular simpatía por series que les enseñanza informan, sin ser documentales. Encantará a los habituales del cine de espías, a condición de que su modelo ideal no sea James Bond. Una serie de espías realmente existentes. La historia, como decíamos, es siempre superior a la ficción.
Título original: The Company
Título en España: The Company
Temporadas: miniserie (3 episodios)
Duración episodio: 95 minutos
Año: 2007
Temática: Thriller histórico
Subgénero: espionaje
Actores principales: Chris O’Donnell, Michael Keaton, Alfred Molina, Rory Cochrane, Ted Atherton, Alessandro Nivola, Natascha McElhene, Tom Hollander, Ulrich Thomsen, Erika Marozsán.
Lo mejor: el soliloquio de Michel Keaton cuando es destituido de su cargo.
Lo peor: la serie en algún momento es demasiado veloz.
Puntuación: 9
Web oficial:
Web en castellano:
Video clip:
¿Cómo verlo?: Fueron emitidos por el canal AMT. Los tres episodios pueden verse a través de YouTube en versión original. Subtítulos en castellano en http://www.subdivx.com/
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