Se entiende por “obsolescencia programada” aquel sabotaje deliberado en la calidad de los productos, realizada por los propios fabricantes, para acortar su duración. El concepto es uno de los muchos absurdos sobre los que se asienta la economía contemporánea y tiene ya un siglo de antigüedad. Es cosa del capitalismo industrial y tiende a excitar el consumismo. Podemos imaginar lo que hubiera supuesto hace más de un siglo el que un artesano vendiera botijos que al cabo de unos años dejarán de enfriar el agua o zapatillas que se hicieran migas poco después de salir de su taller. La obsolescencia programada es sinónimo, por ejemplo, de la “marca China”. De hecho, al salir de un “todo a cien” uno tiene la duda de si lo que acaba de comprar resistirá el primer uso que le demos. El tema, por tanto, no puede ser más actual y este documental, en tanto que pertinente y bien realizado, emitido por TV2, ha sido galardonado con una granizada de premios internacionales.
UNA BOMBILLA COMO PARADIGMA
En un parque de bomberos de los EEUU cada año se celebra la colocación de una bombilla que brilla ininterrumpidamente desde 1901. Así pues, hubo un tiempo en el que las bombillas podían durar mucho más allá de las 1.000 horas que en la actualidad se garantizan (salvo las fabricadas en China y luego entenderemos el por qué).
En 1924, se formó el primer cartel internacional de la bombilla. Philips, Osram, la española Lámparas Z, y otras grandes empresas del sector, pactaron la fabricación de bombillas que, en lugar de durar 2.500 horas como se preveía hasta ese momento, lo hicieran solamente 1.000. El cálculo y la intención eran simples: cuando menos duraran, más se repondrían, es decir, más aumentaría el consumo. El descenso no fue paulatino, sino progresivo. En 1945 ya se había alcanzado el mínimo: el negocio de la bombilla se convirtió en más rentable que nunca.
No era únicamente que se fabricaban bombillas de peor calidad, sino que, además, se bloqueó cualquier mejora científica en el sector: en los años 30 y 50 se idearon bombillas que podían durar 100.000 horas: ninguna entró en el proceso de fabricación y las patentes desaparecieron.
Pero el problema no afecta solamente a las bombillas: se ha ido extendiendo a todo tipo de manufacturas: chips que inutilizan impresoras más allá de unos cuantos miles de impresiones, medias de nylon que se rompen tras unos cuantos usos, teléfonos móviles que hay que tirar al cabo de 18 meses y a los que no se les puede cambiar ninguna pieza, electrodomésticos con fecha de caducidad… Toda una constelación de manufacturas se ven inutilizadas después de un tiempo de uso efímero y nos obliga a renovarlas.
OBSOLESCENCIA PROGRAMADA VERSUS SOCIEDAD DE CONSUMO
Si la caída en picado de la calidad de las bombillas se operó por fases y desde 1924 (cuando se forma el cartel de la bombilla), hasta 1945 (cuando se alcanza el estándar actual de calidad), pasaron 21 años, fue para que el público no advirtiera lo que estaba ocurriendo. Por lo demás, la bombilla es un objeto de uso común necesario en un hogar. Fue, a partir de finales de los años 50 cuando la obsolescencia programada se generalizó: las condiciones económicas permitían que el público dispusiera del dinero suficiente para poder consumir ininterrumpidamente: porque, a fin de cuentas, el problema era que se había establecido un modelo de sociedad habituado a la obsolescencia programada. De hecho, la moda es una forma de obsolescencia; las innovaciones tecnológicas cada vez más rápidas, lo son también. Hoy, a nadie le extraña cada invierno comprar ropa que “se lleve” en esa temporada, nadie se sorprende por cambiar de móvil cada 18 meses o de ordenador cada dos años.
Pero esto tiene un problema, el planeta tiene unos recursos limitados. No existen posibilidades de reponer determinados minerales que se utilizan en la fabricación de pantallas sensibles de tablets y móviles, como no hay forma de reponer cada litro de gasolina que se consume. La naturaleza no produce más. Ni siquiera la doctrina del “consumo sostenible” es válida. La idea de “consumo sostenible” implica consumir, de manera más prudente, pero consumir al fin y al cabo, y como recuerda Serge Latouche: “No hay consumo ilimitado en un planeta de recursos limitados”.
Sin embargo, empresas e incluso países como China, líder mundial en la actualidad en manufacturas, precisan que haya una producción continua. El “objeto perfecto”, de duración ilimitada, para ellos es antieconómico. Si las cadenas de producción interrumpen su flujo, los accionistas pierden dinero. Así pues, es preciso que estén constantemente en marcha… reduciendo el tramo de vida útil del producto. Y lo peor: el objeto inservible aumenta el nivel de residuos del planeta. Así pues, en última instancia, las implicaciones son también ecológicas.
Tal es la temática de este entretenido documental que estamos obligados a recomendar a los lectores. Verlo no ayuda mucho a resolver la cuestión, pero sí a tomar conciencia de una estafa generalizada que indica la calidad moral del sistema de producción vigente.
UN DOCUMENTAL BRILLANTE, PRODUCIDO BRILLANTEMENTE
El documental ha sido producido por Article Z y Madia 3.14 y financiado por Arte, TVE y TVC. Tiene el don de la “proximidad”, nos habla de objetos que conocemos bien y que utilizamos a menudo: una impresora, bombillas, medias de nylon… La claridad y linealidad del documental es extremadamente didáctica. Tras verlo, todos estamos en condiciones de entender el problema. No hay ni medias verdades, ni adulteración de datos o demagogia a lo Michael Moore, para demostrar lo deseado. Hay, pues, que felicitar a la guionista y directora, Cosima Dannoritzer, una escritora y directora alemana especializada en problemas del medio ambiente. El documental, desde su emisión ha recibido distintos premios internacionales, entre otros el Premio Ondas Internacional de Televisión e 2011 al Mejor Documental.
Ver este documental es casi obligado para quien quiera entender porqué su impresora se ha averiado o porque los destornilladores que acaba de comprar en el “todo a cien” no cumplen sus expectativas. Todos somos víctimas de la “obsolescencia programada”, por tanto, todos podemos interesarnos por ver este documentar. De hecho, incluso diría que casi debemos verlo como un imperativo para ser conscientes del puro sinsentido de la economía.
FICHA:
Título original: Comprar, tirar, comprar
Título en España: Comprar, tirar, comprar
Duración: 52 minutos (hay una versión extendida con 20 minutos más)
Año: 2011
Temática: Crítica al boicot deliberado en la calidad de los productos para reducir su vida útil y excitar el consumo y sus consecuencias.
Género: Documental.
Subgénero: Ecología.
Dirigido por: Cosima Dannoritzer.
Idea original: Cosima Dannoritzer.
Lo mejor: El estudio sobre las bombillas.
Lo peor: Mezclar la teoría del decrecimiento y el tema de la obsolescencia programada.
Puntuación: 7
Documental completo en castellano:
¿Cómo verlo?: Se puede ver directamente en la web de TVE y en youTube.
No hay comentarios:
Publicar un comentario