viernes, 6 de octubre de 2017

Canción de New York o The only living boy in New York


Viendo esta película, uno de convence de que Nueva York es como su ciudad, pero a lo bestia. En efecto, como en cualquier ciudad de provincias, los neoyorkinos que aparecen en esta película lamentan las tiendas y los locales desaparecidos que en otro tiempo generaron la admiración de propios y extraños. Se ve que en todas partes cuecen habas. Canción de New York tiene algo de continuo ejercicio de nostalgia que no termina de convencer y cuyo guión parece excesivamente melodramático y retorcido por mucho que sea una gozada ver a algunos actores veteranos acometer sus papeles (Pierce Brosnan y Jeff Bridges, especialmente).

Los protagonistas hablan y hablan sobre la ciudad, deploran el que ahora la ciudad sea mucho más segura y echan de menos el riesgo que implicaba hará veinte años el “vivir en Nueva York”. En aquella ciudad sí que se podían vivir aventuras y no en la orbe para turistas y para brokers que se ha convertido hoy. Paradojas de aquella ciudad-espectáculo. Por mucho que la trama se sitúe en la “gran manzana”, da la sensación de que estamos asistiendo a una película de caníbales que disfrutan devorando, no a otro, sino a las posesiones de otro. Acaso sea porque el habitante típico de Nueva York debe tener algo de depredador y en el amor tiende a confundir la relación con el ejercicio de la posesión. Da la sensación de que si no se poseen unas garras aceradas el neoyorkino es capaz de amar a su esposa o a su peluche.

Los personajes hacen un ejercicio de nostalgia: recuerdan cómo eran en su juventud y desean volver a ella (como el escritor de Regreso a Montauk, 2017, interpretado por Stellan Skarsgard), más que vivir, lo que buscan es revivir aquellos años y en especial algún suceso que dejaron pendiente. En el guión aparecen destellos de genialidad, como cuando comparan a viejo escritor, Jeff Bridges, alcoholizado y desaliñado, con “una cama sin hacer”.

El guión nos muestra al hijo de unos padres divorciados que que un buen día, mientras está con su novia en un bar, ve a su padres tonteando con una mujer, no un poco más joven que él, sino a la que, aparentemente triplica en edad. Por algún extraño motivo sigue a la joven, luego termina entablando una relación con ella y cuenta todos los particulares a un atrabiliario vecino que resultará ser un escritor famoso. Éste, terminará construyendo una novela con todos los datos que le aporte el joven protagonista sobre su relación con la amante de su padre. A partir de estos elementos, lo mínimo que cabe reconocer es que el guión peca de excesivo retorcimiento y juego con improbables casualidades. Seguramente, el problema radica en que los guionistas han querido abarcar muchos temas y, finalmente, por necesidades del metraje han debido comprimirlos sin poder apurar ninguno.

La sensación que se tiene en el primer tercio de la película es que aquello avanza lentamente. Luego, la aparición del padre del protagonista y de su amante, desatan los acontecimientos, pero todo se vuelve extremadamente retorcido y, por lo mismo, altamente improbable. Cuando la película se encarrila hacia su segunda mitad estamos seguros de que nos hallamos en territorios melodramáticos que ya no abandonaremos hasta los créditos de cierre. 

Se trata de una película amable y sin pretensiones. De no ser por la presencia de los dos grandes actores citados, lo cierto es que podría tratarse de una tv-movie de esas que se degustan tranquilamente en las tardes de los fines de semana, hasta que nos vence el sueño. Callum Turner, el protagonista indiscutible está acertado en su interpretación, pero cabe decir que todo el resto del reparto, está igualmente en su papel y, no digamos, Bridges y Brosnan, en su papel de padres veteranos.

Lo que cabría preguntase ante esta película es que nos queda de ella cuando aparecen los créditos finales y se encienden las luces. La sensación que da la cinta es la de invitar a los espectadores a entrar en un laberinto familiar y sentimental, abandonándolo antes de haber llegado a su centro. No es que sea una película frustrada, es que es una película que se olvida pronto, le falta profundidad y le sobra el artificio neoyorkino.


La película interesará sin duda a los muchos admiradores de Pierce Brosnan, que una vez más ejerce como galán otoñal, y de Jeff Bridges que también repite como bohemio desmadrado. Ambos se ganan su salario y revalidan sus cualidades interpretativas. Otro tanto ocurre con los más jóvenes. Mención especial merece Cynthia Nixon en su papel de madre del protagonista, cuya carrera tanto en el cine como en la televisión parece haber experimentado un impulso en los tres últimos años. Una película, en definitiva, no completamente frustrada, pero sí a la que se hubiera podido sacar mucho más partido.

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