Fe de etarras es una película que no hubiera podido hacerse hace 15 años. ETA no se enteraba de que era un residuo de otro tiempo y seguía matando como la cosa más natural del mundo, sin advertir que cada vez costaba más defender sus posiciones. De haber hecho una película como esta en 2000 ó en 1993, su director, sus actores y el que repartía los cafés, hubiera corrido el riesgo de ser asesinados por ETA. Además existía otro problema: el respeto debido a las víctimas del terrorismo. Con los muertos no se puede bromear. Es así de simple. Mencionar ETA hace 10 años era mencionar a las siglas de una banda de matarifes enloquecidos que habían causado daños irreparables a casi un millar de familias. No es que una película como Fe de Etarras no se hubiera podido filmar, es que no hubiera debido de filmarse.
Pero ETA es hoy un recuerdo. Las noticias sobre si entregan cuatro armas oxidadas o si alguno de los matarifes sale de prisión ya no interesan a nadie. Incluso en el nacionalismo moderado vasco parece aplacado después de la disolución de la banda (que, a partir de 2003 prácticamente estaba a la desbandada). Hoy, no solamente puede filmarse una película de este tipo, sino que además, es conveniente que se haga: los etarras quedan reducidos a lo que muchos sabíamos desde hace tiempo que eran, una banda de pringaos dirigidos por unos chalados sin escrúpulos. Hay que decir, que la película no llega a explotar todo lo que ETA tuvo de risible (aquellas ruedas de prensa con capuchas blancas y la boina encima demostraban que un paleto euskera sigue siendo un paleto pata negra) y que, por supuesto, no hay nada en ella que pueda considerarse ofensivo hacia las víctimas del terrorismo.
De hecho, es la posibilidad de que las generaciones que han pasado por ETA se miren a sí mismas y se abochornen de lo que fueron. Pringados. Resumimos el contenido de la película: ésta se inicia con un grupo de etarras en “Euzkadi Norte”. Se están hartando de comer; les gusta la buena mesa. Uno de ellos es riojano. El otro, el que parece el jefe, una copia aproximada de Josu Ternera, le da una pistola con tres balas. La policía irrumpe en el local y el riojano (Javier Cámara) logra huir. Diez años después, encontramos a Cámara en Madrid, organizando un comando clandestino. Le han dado un teléfono que solamente será utilizado en una ocasión, para recibir una llamada de la dirección de ETA. Es el año 2010 y se acaban de iniciar los mundiales de fútbol.
Pronto, van llegando los otros tres miembros del comando: Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, pareja que está valorando la posibilidad de irse a Uruguay, y Julián López, natural de Chinchilla (Albacete) al que le ponen cachondo las etarras que ha visto en las fotos de las “mujeres más buscadas”… Ninguno de los tres tiene la más mínima “conciencia política”. No hay, lo que se dice convicción alguna. Las escenas nos muestran conversaciones hilarantes en las que se repiten una serie de tópicos (“semos gudaris”, “luchamos por Euskalerria”), recuerdos de los buenos viejos tiempos (“en los pisos francos de ETA se comía mejor que en cualquier restaurante vasco”), conversaciones subrealistas sobre el terrorismo (“el IRA estaba en el top ten, inalcanzables”, “Eta estaba por encima de las Brigadas Rojas”, “No me hables de Al-Qaeda”) y deseos permanente frustrados de que España perdiera el mundial de fútbol…
La espera que tenía que ser de apenas dos días, se eterniza: el panorama del barrio va cambiando. Por todas partes aparecen banderas españolas, se oyen cohetes celebrando los goles de “la roja”, hasta el punto de que los etarras, para pasar desapercibidos deben poner en el balcón una bandera nacional muy a su pesar. Sus intentos de cometer un atentado por su cuenta, se convierten en fuegos artificiales que celebran la noche en la que España gana el mundial… En ese momento, el émulo de “Josu Ternera”, aparece por el piso franco y les indica que tiene en el coche los explosivos para amargar la celebración “a los españoles”. El cómo termina la película es algo que no vamos a desvelar.
La película no gustará a la progresía que a lo largo de 50 años contempló la acción de ETA con una benevolencia digna de mejor causa, pero será apreciada por un público sin prejuicios y abierto. Lo que nos cuenta la película no es historia, pero sí anécdota histórica. Era evidente que los etarras no podían ser tipos muy listos, que sus motivaciones no podían ser políticas, y que había algo en su cerebro que no terminaba de funcionar muy bien. Estaba claro que estaban dirigidos por matarifes profesionales (del que Josu Ternera es el paradigma) pero que, especialmente a partir de finales de los 80, su base estuvo compuesta por “carne de cañón” de pocas luces. Esta película nos retrata como era esa “última ETA”.
La película se estrenó el pasado 28 de septiembre de 2017 en Netflix y ha sido producida por esta plataforma. Un acierto y una película que vale la pena ver y que, por sí misma, justifica abonarse a Netflix. Sin raras las películas españolas que, bajo la forma de comedia, no caen en la astracanada surrealista (en este sentido Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes, son muestra de un humor facilón y de sal gruesa que cansa mientras se asiste a la proyección o que se olvida inmediatamente se han encendido las luces). En Fe de Etarras, por el contrario, queda la satisfacción de saber cómo era ETA por dentro y confirmarnos en la sensación que algunos ya teníamos desde hace tiempo: matarifes que mueven los hilos de pringados como el comando protagonista.
Lo primero que hay que alabar es la coherencia del guión. Todo queda atado y bien atado. Nada es gratuito. Todas las escenas contribuyen a abonar la imagen de los militantes clandestinos de ETA en Madrid y del clima general de aquel momento (que vivió la exaltación del patriotismo futbolero, el único que ha existido en las calles en los últimos 40 años, hasta la crisis independentista catalana). El final es coherente, incluso desde el punto de vista moral. Quedaría hablar de las actuaciones: podemos decir con satisfacción que el casting optó por los actores que mejor perfil daban para sus respectivos papeles. Los cuatro miembros del comando están simplemente geniales. Cada uno es diferente a otro, cada uno ha llegado a ETA por distintos motivos, pero todos están “clavados” por los actores que los interpretan y que merecen un diez sin paliativos. La realización ha sido sencilla: casi es teatral, pero, en cualquier caso, correcta.
¿Recomendada? Mejor diríamos: “muy recomendada”. El que quiere reír, reirá (sólo un enfermo podría negar la bondad de la risa). El que quiera conocer la historia psicológica de ETA, podrá acercarse hasta tocarlo con los dedos al perfil psicológico de aquella banda terrorista. El que exija que las películas, sea cual sea su tema, estén bien cerradas, mejor interpretadas y correctamente elaboradas, quedará completamente satisfecho. No gustará a los que consideraban a ETA como una especie de “legión de los super-héroes”, ni a muchos de los que militaron en la organización. Éstos, precisamente, son los que saben que la película pinta a la ETA real y no a la ETA robinhoonesca que les gustaba encarnar.
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