viernes, 20 de octubre de 2017

La Piel Fría... de Xavier Gens


"Nunca estamos lejos de aquellos a los que odiamos"

Antes que película fue novela y antes de llamarse La piel fría fue, en su edición original, La pell freda. El autor, Alberto Sánchez Piñol, es antropólogo metido a escritor y que suele ambientar sus novelas en lugares remotos y exóticos en la estela de sus autores favoritos: Conrad, Stevenson, Lovecraft… La piel fría es su novela más aclamada y, en estos casos, lo primero a preguntar es si la película es equivalente a la novela. La respuesta es que sí: su director Xavier Gens ha hecho un producto paralelo a la novela, sin separarse apenas de la narración original. Y este es el principal problema de la cinta: no todo lo que funciona en letra impresa, tiene el mismo resultado en la gran pantalla. 

La película puede considerarse como uno de esos prismas que refleja la luz y la descompone en distintos colores. Lo que llega, en este caso, al prisma es el relato original. La fidelidad al texto a la que se atiene Gens, hace que los colores reflejados sean, es decir, lo que percibe el espectador, sea diferente al contenido de la novela. Unos verán “lucha de clases” o “luchas étnicas” (a fin de cuentas, Sánchez Piñol, como antropólogo es miembro del Centro de Estudios Africanos), otros verán un relato de aventuras, los habrá que perciban alguno de los problemas de nuestro tiempo: el miedo a lo diferente, la soledad, la incertidumbre, la ira… Y, probablemente, la película termine siendo una síntesis de todo ello, especialmente de los relatos de aventuras. Hay algo de Julio Verne en lo que nos cuenta esta película. 

Resumimos su contenido: un joven meteorólogo acude a una pequeña isla próxima al círculo polar Antártico en donde debe relevar a su predecesor durante todo un año. Pronto percibe que el lugar está infestado por unas extrañas criaturas que lo asedian por las noches. La existencia diaria para él se convierte desde el primer día en una agobiante sensación de soledad que, en la noche se transforma en una lucha por la supervivencia. Uno de esos seres “subhumanos” que asedian al joven ha sido capturada por su predecesor que la utiliza como objeto de placer. El meteorólogo, sin embargo, la trata con consideración y establece con ella una relación diferente.

Quizás sea porque la película no ha contado con un presupuesto de campanillas o porque a David Oakes, que interpreta al personaje principal, le falte empatía, o porque hay problemas de ambientación, el caso es que la tensión de la película y su interés es bastante menor que la novela. Existen películas que casi obligan a leer a la novela en la que se han inspirado. El lector verá las mismas imágenes pero las entenderá mejor e incluso se acercará mucho más a la intención del autor. Esta no es el caso de Sueñan los Androides con ovejas eléctricas de Philip K. Dick, en la que se inspiró Blade Runer (1982), lectura obligada después del visionado de la película y en la que sorprendentemente encontramos las claves que nos permiten entender buena parte de su argumento, sino más bien el de El Club de la Lucha (1999), paralela al relato de Chuck Palahniuk. Pero hay un problema: de presupuesto que, obviamente, repercute en todo lo demás.

Lo que me chirrió bastante son los recursos en vestuario. Los modelitos de pieles y jerseys del protagonista eran demasiado glamurosos e impecables para estar en una isla abandonada de la mano de Dios a la que había llegado con cuatro trastos. 


Si tenemos que destacar algo de esta cinta, son sobre todo las imágenes espectaculares de una isla perdida batida por la olas. Sin desmerecer el trabajo de conjunto y el resultado final de la simbiosis entre la obra de Sánchez Piñol y la película de Xavier Gens, hay que decir que el resultado ha sido modesto. La película se puede ver, e incluso disfrutar, pero así como la novela permite algún tipo de diálogo interior a medida que se va leyendo, la película es de las que se olvidan a poco de visionarlas.


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