viernes, 21 de noviembre de 2025

Nuremberg de James Vanderbilt

 

Acabo de venir de ver el pase de prensa de la película Núremberg del director James Vanderbilt basado en el libro de Jack El-Hai. Y quería reflexionar un asunto. Durante estos últimos años y a raíz del 7 de octubre de 2023 he percibido en los espectadores cierta incomodidad en ver películas de nazis cuando Israel está afrontando un guerra muy sensible. 


Es una percepción muy comprensible. Especialmente desde el 7 de octubre de 2023 se ha producido un desplazamiento emocional y político en la forma en que ciertos públicos reciben las narrativas sobre el nazismo, el Holocausto y, en general, las representaciones del mal histórico en el cine.

No porque las películas hayan cambiado, sino porque el clima moral en el que se ven sí lo ha hecho.


Aquí dejo algunas claves que pueden ayudar a ordenar esa incomodidad que menciono:


Cuando la actualidad “contamina” la memoria histórica

El espectador nunca llega “virgen” a una sala de cine. Se sienta con su contexto político, su saturación mediática y su sensibilidad del momento. En años relativamente “estables”, una película sobre nazis puede vivirse como memoria, reflexión, distancia crítica. Sin embargo, cuando una guerra actual ocupa titulares y polariza opiniones, el pasado deja de ser solo pasado y se vuelve un espejo incómodo.


El fenómeno de la «doble tirantez moral»

Muchas personas describen algo parecido a lo que señalo: cuando ven una historia sobre barbarie nazi, no pueden evitar que su mente conecte la indignación moral del pasado con la del presente. Aunque se trate de contextos, causas y actores totalmente distintos, la emoción hace puentes donde la razón no quiere hacerlos.

La consecuencia: ver un relato histórico se vuelve emocionalmente más difícil, porque el espectador siente que el dolor está demasiado cerca, demasiado vivo.


El riesgo de la comparación impulsiva

La incomodidad también proviene del miedo explícito ó no, a caer en comparaciones simplistas o inapropiadas. El cine sobre el nazismo es un territorio moral ultrasensible por razones obvias.
Y cuando que en la actualidad hay un conflicto donde Israel es parte, muchas personas temen que cualquier reacción emocional pueda interpretarse políticamente, como si “ver nazis” fuese automáticamente una declaración sobre el conflicto actual. No lo es. Pero el clima cultural hace que la percepción sea más frágil.


La “fatiga moral” del espectador contemporáneo

Desde 2020 vivimos encadenando crisis: pandemia, Ucrania, Gaza, polarización interna en muchos países, saturación informativa…
En ese contexto, enfrentarse a una película sobre juicios de Núremberg no es solo ver Historia: es exponerse a un recordatorio de la capacidad humana para destruir.
Y hay un momento en que el espectador siente que ya no tiene más energía emocional para gestionar horrores, ni pasados ni presentes.

Por eso, películas que antes parecían pedagógicas o necesarias ahora pueden resultar insoportablemente pesadas, incluso culpabilizadoras.



¿Qué hace el cine con el mal cuando el mal está en directo?

El cine sobre nazis ha cumplido durante décadas una función: recordar, advertir, enseñar.
Pero cuando la actualidad está llena de violencia real en directo, esa función se desestabiliza.
El espectador puede sentir que el cine llega tarde, o que queda atrapado entre dos dolores: el del pasado que se narra y el del presente que se vive. De ahí la incomodidad: no sabemos dónde poner la mirada.


  • ¿Debe el cine histórico esperar “climas más tranquilos”?
  • ¿Qué papel tiene el espectador cuando los relatos del pasado colisionan con los conflictos morales del presente?
  • ¿Por qué Núremberg en concreto se puede sentir distinta hoy que hace diez años?

¿Qué papel tiene el espectador cuando los relatos del pasado colisionan con los conflictos morales del presente?

Cuando el espectador entra en una sala hoy, ya no entra “neutral”; llega atravesado por un territorio emocional saturado: guerras en directo, redes que amplifican cada micro-juicio moral, y un clima político donde cualquier gesto se lee como una postura.
En ese contexto, el espectador se convierte casi en un mediador entre tiempos, obligado a sostener dos dolores simultáneamente:

a) El dolor histórico del relato

Las películas sobre el nazismo han sido, durante décadas, espinas necesarias: memorias obligatorias que sostienen una ética común (“esto es intolerable, esto debe recordarse”).
Ese pacto ético funcionaba cuando la distancia histórica era clara y el presente relativamente más estable.

b) El dolor inmediato del presente

Hoy, el espectador no ve cámaras de gas o discursos de odio como un fósil moral, sino como algo que resuena con la crispación actual, como si la sombra larga del siglo XX volviera a moverse.

Esto genera una doble exposición moral: lo que se mira en pantalla y lo que ocurre mientras miramos

Y el espectador, en esa posición, deja de ser un testigo pasivo del pasado para transformarse en un sujeto moral en tensión, casi vigilado por su propia conciencia:
“¿Puedo indignarme por esto sin que se me lea como una comparación con aquello?”
“¿Puedo conmoverme por el sufrimiento histórico cuando el presente está sangrando?”

Esa autocensura, esa hipervigilancia moral, modifica profundamente la experiencia estética.
El espectador ya no se limita a interpretar la película: interpretar también significa interpretarse a sí mismo.

En resumen: el papel del espectador en tiempos convulsos ya no es solo el de recordar; es también el de navegar una compleja red de resonancias, silencios y cautelas que antes no existían.


¿Por qué Núremberg en concreto se puede sentir distinta hoy que hace diez años?

Aquí ocurre algo muy interesante: Núremberg no es simplemente “otra película de nazis”; es una película sobre la construcción jurídica del mal, sobre cómo el mundo intentó poner palabras, categorías y castigos a lo que parecía inimaginable.

Y por eso mismo es especialmente sensible al clima contemporáneo.


Porque hoy la idea de “crimen contra la humanidad” está en el centro del debate público

Hace diez años, Núremberg era un capítulo solemne de la Historia del Derecho.
Hoy, las nociones de genocidio, proporcionalidad, crímenes de guerra e impunidad están en titulares, en redes, en debates, y cada parte del conflicto actual intenta apropiarse de ese vocabulario.

Esto hace que ver Núremberg se sienta menos como una lección histórica y más como entrar en un territorio donde las palabras pesan y se disputan.


El espectador se siente menos protegido por la distancia histórica y más vulnerable a la pregunta íntima:
“¿Puede repetirse? ¿Y cómo sabré si soy testigo, víctima o engranaje?”

c) Porque el juicio de Núremberg se ve hoy como un modelo… y como un espejo incómodo


Antes, Núremberg funcionaba como faro: el triunfo de la justicia internacional.
Hoy, se mira con más ambivalencia:
– ¿por qué algunos crímenes se juzgan y otros no?
– ¿qué determina qué atrocidad es “visible” y cuál se ignora?
– ¿quién tiene poder para nombrar un crimen contra la humanidad?

Es decir: Núremberg hoy plantea no solo “qué es el mal”, sino quién tiene el privilegio de definirlo.


Primero: La Guerra entre Israel y Palestina que lleva más de 100 años enquistada con momentos muy críticos y que el mundo les dejaba hacer porque como sucede en la vida real, cuando dos personas se están peleando con navajas y bates de beisbol, no puedes intervenir para poner paz y separarlos porque puedes morir.  Segundo: me da que hay una necesidad urgente, urgente, de que el mundo mantenga intacta el relato de que los judíos, son el bando donde la historia es la correcta. Tercero: si el momento actual empaña ese relato la industria del cine está ahí para "Insistir" 


Lo que estoy planteando no es una opinión aislada, sino una sensación cada vez más extendida entre críticos, programadores, profesores de cine y espectadores con memoria histórica y conciencia política. Mi intuición creo que toca tres capas distintas del problema: 


1. La guerra Israel–Palestina como conflicto enquistado y “no intervenible”

La comunidad internacional ha asumido durante décadas que intervenir en ese conflicto es exponerse a consecuencias geopolíticas, energéticas, diplomáticas y militares que ningún actor quiere asumir. Por eso, más que un conflicto, funciona como un punto ciego estructural del mundo contemporáneo. Un espacio donde “hay que mirar sin mirar demasiado” para no tener que actuar. Y los puntos ciegos, cuando se vuelven demasiado dolorosos, buscan compensarse en otros lugares del imaginario cultural.


2. El relato histórico que debe mantenerse “intacto”

La historia del siglo XX dejó un relato moral muy nítido, donde los judíos son el sujeto víctima de la mayor atrocidad industrializada jamás cometida. Ese relato es real, fundamental y esencial para la memoria ética de Occidente. Esa incomodidad que aparece hoy surge cuando el presente muestra una realidad en la que el sujeto víctima también puede ejercer poder, violencia o errores políticos, como cualquier Estado moderno y ese hecho entra en fricción con la imagen histórica que debía permanecer intocable para no desdibujar la magnitud del Holocausto.


3. La industria del cine como “mantenedora” del relato cuando la actualidad lo tensiona

Creo que hay un patrón: Cuando el presente se vuelve confuso, el cine tiende a reforzar los relatos fundacionales del pasado que daban estabilidad moral.

Esto ha pasado muchas veces:

  • Durante la Guerra Fría se produjeron oleadas de cine anticomunista cuando EE.UU. tenía contradicciones internas profundas.
  • Tras el 11S se financiaron decenas de películas y series que reforzaban la narrativa del “bien democrático vs. mal terrorista”.
  • Durante la crisis de refugiados de 2015 proliferaron ficciones donde Europa aparecía como “baluarte humanitario”, incluso cuando las políticas eran contradictorias.

Es un mecanismo del ecosistema cultural para reequilibrar una identidad moral que siente amenazada.

No es que Núremberg sea propaganda, en absoluto. Es que su llegada en este momento tiene más peso simbólico que hace una década.


¿Qué se percibe entonces?  Que.. El presente tensiona el relato del pasado. Que... La cultura trata de restaurar ese relato para que el mundo no quede sin brújulas morales. En ese intersticio, el espectador sensible detecta la insistencia.







Amor DiBó
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