lunes, 18 de septiembre de 2017

A War... de Tobias Lindholm


¿Qué hace un noruego en Afganistán? Sin duda no hay dos países tan alejados uno de otro como Noruega y la tierra de los talibanes. Por eso, esta película de contrastes filmada por Tobías Lindholm, A War (Una guerra), resulta tan sorprendente y convincente. La cuestión de fondo de la película es un incidente bélico en el que perdieron la vida un grupo de civiles afganos. El director nos muestra los antecedentes del drama, en qué circunstancias se produjo y cómo desembocó. 

¿Qué hace un contingente noruego en la tierra de los talibanes? 1) Ser un blanco (objetivo) viviente, 2) Realizar tareas humanitarias, 3) Estar lejos de sus familias y 4) Sobrevivir a cualquier precio. Las cuatro respuestas son correctas. No hay una quinta. Y esto es lo que se deduce siguiendo las tres partes de esta película: la primera en la que se nos muestra la actividad de una compañía del ejército noruego destacada en Afganistan y dirigida por el “comandante Noel M. Pedersen” (Pilou Asbaek) se trata de una parte esencialmente bélica con escenas de acción que reflejan bastante bien la realidad de aquel conflicto (emboscadas, población civil entre dos fuegos, crímenes de los talibanes que consideran “colaboracionista” a cualquiera que sea atendido por médicos militares extranjeros, compañeros que se desangran hasta la muerte ante los propios ojos y situaciones de máximo riesgo y tensión ante las que un oficial de carrera debe reaccionar ¿cómo indica el manual o cómo indica su instinto de supervivencia?

La segunda parte, nos muestra lo que el oficial (como símbolo de todos los soldados de su unidad) han dejado atrás: familia, hijos, amigos, hogar. El hecho de que un teléfono móvil o el ancho de banda de una manguera de cable óptico, permitan contactar con los que se han quedado en el país de origen, más que aliviar la sensación de lejanía, la agravan. Especialmente cuando nadie sabe porqué se está a 25.000 km del país cuya bandera se ha jurado defender cuando uno se alistó. 

El tramo final de la película nos muestra el proceso al que es sometido en su país el comandante en cuestión cuando es llevado a juicio por haber causado la muerte de varios civiles afganos. Aquí la lucha es casi peor: ya no es entre unos soldados enviados a defender una causa que nadie les ha explicado y unos cabreros primitivos cuya patria ha sido invadida y que responden con códigos éticos medievales y con una ferocidad primitiva, sino la lucha entre dos abogados cada uno de los cuales va de gallito por la vida, competitivos y con vocación de ganar, el abogado defensor y la fiscal, ambiciosos leguleyos, incapaces de llegar al “fondo de la cuestión”: que un noruego metido en la guerra de Afganistán (como un español, como un norteamericano, como un malayo) carecen de razones para participar en un conflicto que sólo interesaba a la cúpula del poder norteamericano de la época. Los abogados no pueden hacerse una idea de lo que suponía estar destacado en el Afganistán de los talibanes: lo suyo es el propio lucimiento personal a efectos de currículum.

Si de esto va la película, cabe hablar ahora de las características técnicas de la misma. De entre los actores destaca, claro está, el protagonista, Pilou Asbaek, más que convincente en las escenas de guerra, y Søren Mailling como abogado defensor. Ambos son suficientemente conocidos por sus múltiples intervenciones en series nórdicas que han llegado a España y de las que cabe celebrar su extraordinaria calidad: han aparecido juntos en 1864, Forbridelsen y en Borgen. Del director, Tobias Lindholm cabe decir que es danés de origen, alterna su trabajo de dirección con la guionización de películas y series caracterizadas por los dilemas morales que deben afrontar los protagonistas. Es el autor del guión de Borgen, por cierto, y de Bedrag.  Entre los filmes que ha dirigido guionizando destaca sobre todo Submarino (2010) que no se ha estrenado en España, R (2010, que además dirigió), un drama carcelario con giros imprevistos y de extraordinaria calidad, Un secuestro (2012, que recibió ese año el Premio Robert a la Mejor Película Danesa) y que se sitúa en la estela de Capitan Phillips (2013), precediéndola por un año y con el mismo tema argumental. Su trayectoria indica interés por realizar películas de cierto “compromiso” político, pero desde una óptica aséptica que permite al espectador sacar sus propias conclusiones. 
De entre lo mejor de la película figura la escena final en la que el protagonista, después del proceso, ya en casa con su esposa y sus tres hijos menores, sale a la terraza en la noche y se fuma un cigarrillo. Aquel momento es la antítesis de las jornadas que vivió en Afganistán. Es indudable que la película tiene un trasfondo pacifista. 

A pesar de que todas las guerras contengan elementos absurdos e irracionales, es bueno no olvidar lo que ha ocurrido (y en cierta medida sigue ocurriendo en Afganistán): con una excusa banal (que su increíble Bin Laden se encontraba escondido en una cueva en aquel país…), los EEUU iniciaron el bombardeo de aquel país generando una respuesta inmediata. Si bien los afganos no podían hacer nada para contener el diluvio de fuego que empezó a caerles desde el aire en octubre y noviembre de 2001, cuando el ejército de ocupación norteamericano apareció fue recibido por fuego cruzado. Bush, a toque de pito, ordenó (los imperios no negocian con sus vasallos, les ordenan) que todos los países aliados enviaran contingentes simbólicos a combatir al lado de los marines y todos sin excepción cumplieron (incluida la España  de ZP como antes había cumplido la España de Aznar). Y allí fueron a parar soldados que habían jurado defender y morir por la soberanía y las gentes de su país, trasladados a un horizonte geográfico y a una sociedad que vivía en la edad media, recibiendo como única explicación que iban a “combatir contra el terrorismo internacional”. Gobiernos pusilánimes de todo el mundo rehusaron decir la verdad (que no se jugaban nada en Afganistán y que lo único que estaba en el aire era la benevolencia del “amigo americano”) y enviaron a sus jóvenes a morir. ¿Cómo se les puede reprochar que, una vez allí, solamente trataran de salvar la vida? 

El director, en ningún momento, pretende predicar el pacifismo, no condena a los militares por el hecho de tener armas en las manos, sino que condena las guerras absurdas y la intervención de países cuyos gobiernos prefirieron enviar a sus hijos a morir, antes que ser “mal vistos” por el “imperio”. No es una película “pacifista”, propiamente dicha: ni el ejército, ni la guerra son condenados en bloque. Lo que se condena es una guerra en concreto. Y vale la pena no olvidar que aquel conflicto sigue vivo y activo para mayor vergüenza y oprobio de quienes lo iniciaron y de las administraciones posteriores que no han sabido detenerlo.

Probablemente esta película pueda especialmente ser entendida y admirada por los soldados españoles que fueron enviados a Afganistan o a Irak y por sus familias. 

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