Serán una docena, entre remakes y secuelas, las películas que han tocado la figura de King Kong en la pantalla grande. Cada una de ellas está separada entre 10 y 30 años de las que le preceden y de las que le siguen. La anterior, la filmada por Peter Jackson en 2005, parecía que iba a ser la última por mucho tiempo: era difícil superar los tres Oscar que le otorgó la Academia de Hollywood. Pero, aprovechando una mejora en las técnicas de efectos especiales y un abaratamiento en los costos de producción digital, así como la disponibilidad del actor de moda esta temporada, Tom Hiddleston, y un período de sequía en las carreras de John Goodman y Samuel L. Jackson, los promotores de esta película consideraron que todavía había lugar para un enésimo subproducto basado en el gorila gigante.
Entendámonos, la película es buena, entretiene y enlaza con el género de aventuras que siempre cuenta con el favor del público, a condición de que el director sepa imprimir el ritmo y la tensión necesarios. Los efectos especiales generan espectáculo y el trabajo de postproducción es extraordinariamente depurado. Dado que la fotografía también es notable, la película puede considerarse como una buena película de aventuras que merece una buena nota.
Incluso estamos dispuestos a conceder que los nuevos elementos que completan el argumento son aceptables e incluso brillantes. Kin-Kong pasa a ser un “mal necesario” para taponar la puerta de acceso a otras criaturas siniestras y antediluvianas. Un depredador combate a otro depredador. Tal es el papel desempeñado por el gigantón peludo en esta serie.
Problema. La pareja protagonista, compuesta por Tom Hiddleston y Brie Larson no tiene la química que han tenido otras parejas propias del cine de aventuras. Cuando en 1984, Robert Zemeckis filmó Tras el corazón verde, el gran atractivo de la película fue la sintonía y complicidad que establecieron la pareja formada por Kathleen Turner y Michael Douglas. Esta complicidad es básica para que las películas de aventuras “funcionen”: Errol Flynn y Olivia de Havilland (en Robin de los Bosques), Robert Taylor y Liz Taylor (Ivanhoe), Stewart Granger y Deborah Kerr (El prisionero de Zenda)… y así sucesivamente. No es el caso de la pareja protagonista de Kong: la isla Calavera. Ni Brie Larson ni Hiddleston no son malos actores: pero carecen de química y, en cualquier caso, no han sabido establecerla.
Lo cual, plantea otro problema: si hemos visto como los efectos especiales son capaces de crear a un gorila gigante, pelo a pelo, diente a diente y baba a baba, nos preguntamos por qué diablos, los impulsores de esta película, no han dado un paso más al frente y no han creado, así mismo, protagonistas con rostro humano pero surgidos de las entrañas de los ordenadores. Total, con un pequeño esfuerzo más, hubieran conseguido imágenes virtuales a las que, sin duda, se hubiera podio atribuir más sintonía y más feeling que, el que ha demostrado tener esta pareja. No tenemos la menor duda de que éste será el futuro del cine: basta de actores caprichosos y de actuaciones irregulares, basta ya de soportar exigencias económicas desmesuradas y excentricidad imprevisibles: nada es más fiel que un personaje digital hecho a medida. En este sentido, hay que reconocer que la mejor actuación es la que realiza el propio King-Kong.
Fuera de esta crítica, hay que decir que la película es un espectáculo y que, como tal, vale la pena verla, si lo que se busca y lo que gusta es, precisamente, asistir a un espectáculo visual. El guion va por detrás del espectáculo, pero es también importante y es susceptible de varias lecturas. Sin duda no es por casualidad que se ha ubicado la película en los tiempos de la Guerra del Vietnam. Algunas de las escenas evocan los mejores momentos de Apocalipsis Now! (la carga de los helicópteros) y es incluso posible realizar paralelismos con la situación que ha vivido la política exterior norteamericana en los últimos años, a modo de justificación. Sobre la intervención norteamericana en Iraq y lo que siguió en los diez años siguientes, así como sobre los orígenes de la guerra de Siria, hay toda una escuela que sugiere que el Pentágono, para neutralizar a la resistencia clandestina que se generó en todo el país tras la caída de Saddam Hussein, generó una guerra civil interior para que la lucha entre las distintas fracciones les hiciera combatirse una o otras, liberando así al ejército de ocupación de ser el único objetivo de los resistentes. Así mismo, se ha denunciado en múltiples ocasiones que la guerra civil en Siria estuvo promovida desde los EEUU que, incluso, apoyaron al DAESH en sus primeros y vacilantes pasos. Esta película explica el porqué: los monstruos solamente pueden ser combatidos por otros monstruos. Si quieres vencer a un monstruo, tienes que aliarte con otro. Tal sería la lectura política de esta película que, sin duda, un parte del público norteamericano habrá realizado.
Digamos algo sobre los actores: Hiddleston vive un buen momento cuando aún no se han apagado los ecos de su actuación en High Rise (2015) y el año anterior en La cumbre escarlata. No dudamos que, con el tiempo, sustituirá a Daniel Graig en la franquicia James Bond, y las productoras le están creando un rostro en el cine de aventuras. Su compañera de reparto, Brie Larson ha vivido momentos profesionales extremadamente dulces estos últimos años. Se ha hecho con un Oscar, un Globo de Oro, un BAFTA, un premio del Sindicato de Actores y un premio de la Crítica, por su actuación en Room (2015). El hecho de que la química entre ambos no funcione, no quiere decir que no sean buenos y brillantes en sus interpretaciones… cada uno por su parte.
Del director, Jordan Vigt-Roberts puede decirse poco. No es muy conoció en España. Ha dirigido más episodios de teleseries que películas. Se le recuerda por haber estado al frente de algunas entregas de Death Valley (2011), una de zombies, a la que siguieron otros de Eres lo peor (2014). Su debut en la pantalla grande se produjo en 2013 con Los reyes el verano, discreta comedia dramática que pasó sin pena ni gloria por nuestra cartelera. Así que, si exceptuamos un documental, Kong: la isla de la calavera, es su primera película dotada de un alto presupuesto y unas ambiciones de obtener una recaudación que supere los 190 millones que ha costado.
La película está dedicada a un amplio espectro de público: desde el público juvenil que acude a las salas en busca de emociones fuertes y de la ocasión para arrullar a sus compañías, hasta los abueletes que han crecido con la sombra de King-Kong siempre planeando sobre ellos. No es una película para aficionados al arte y ensayo, sino para aquellos a los que el cine “waka” (de pura acción) no les hace ascos. A fin de cuentas, en ocasiones se trata solamente de sentarse en la sala oscura y esperar a ver un espectáculo del que sabemos que todo es falso, que la historia carece de pies y cabeza, simplemente para ver espectáculo. Espectáculo digital. Espectáculo de futuro.
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