Netflix estrenando la serie de TV Marseille se proponía realizar algo parecido a House of Cards, sólo que ambientado en Europa. Con sólo visionar el primer episodio descubrimos diferencias insalvables: con House of Cards, Washington es el escenario privilegiado y mucho más glamouroso de las tropelías del “presidente Francis Frank J. Underwood”, con Marsella hay un alcalde regordete y desaliñado que carece de esa fuerza, charme y savoir faire propio de un Presidente de EEUU.
Netflix tenía bien engrasada la maquinaria para que el producto fuera de mucho interés. Estaba vendiendo bien su producto. La expectación por ver Marseille el 5 de mayo de 2016 era intensa. Después de leer la prensa durante años y saber que la ciudad de Marseille está instalada en un eterno conflicto. Por ello queríamos ver si Netflix se arriesgaba y afrontaba el reto de reflejar la realidad actual. Somos conscientes de que una serie de ficción no es un documental. En estos momentos que hacemos la reseña, en lo que va de mayo a septiembre, parece que está instalada en el limbo de las series insípidas y olvidables.
Marseille está compuesta de 8 episodios basados en una “ficción política” del ayuntamiento de Marsella con unas instituciones en crisis debido a ser una ciudad ultra-multicultural. ¿Como han sido las críticas a Marseille?. Devastadoras entre lo negativo y lo muy negativo. Lo hemos comprendido enseguida al ver que el guión y los diálogos son extremadamente previsibles y mediocres. No falla el presupuesto, el casting de los actores, ni la música: cada episodio termina con una canción típicamente francesa diferente, pero se inicia con música islámica. Pocas veces una banda sonora refleja también la realidad de una ciudad: la Marsella árabe e islámica, monocorde como el desierto, se impone y es hegemónica ante la Francia de siempre, terminal y periclitada. Marseille aunque no introduce ninguna sorpresa capaz de alterar la mediocridad del conjunto, el resultado final es ampliamente negativo.
Hemos calificado a la serie como “ficción política” ¿Refleja Marseille la realidad política de la ciudad? En absoluto. En las últimas elecciones la participación alcanzó apenas un 45% de los votos y el partido mayoritario fue el Front National con Marión Meréchal-Le Pen (nieta de Jean Maríe Le Pen y sobrina de Marine Le Pen) al frente. En la primera vuelta de las elecciones del 2015, la lista del Front National alcanzó el 40,6% de los votos en la primera vuelta. El siguiente candidato obtuvo ¡un 15% menos! Y el candidato de la izquierda un 25% menos. Sin embargo, Marion Le Pen no resultó elegida: en la segunda vuelta, todos los partidos se aliaron contra el Front National que resultó perdió por un 54,78% de los votos frente al 45,22% que obtuvo. En Marseille aparece fugazmente un personaje que parece ser el responsable del “Partido Francés” (el seudo Front National) que para apoyar al candidato opuesto al alcalde. El “hombre del Front National” exige “visibilidad”, es decir, que se le salude en público ante las cámaras. Y el candidato rival del alcalde se niega por “tener distinto código genético” y tiene gracia porque se trata de un psicópata de manual. Mucha más gracia produce que el partido mayoritario en Marsella prácticamente no aparezca.
Por lo demás, nadie duda que la corrupción política en Marsella es parecida a la que hay en Barcelona, Madrid, Galicia ó Andalucía: de hecho, la corrupción es el acompañamiento inseparable de la partidocracia. Será por eso que el protagonista de la serie, Depardieu, se muestra condescendiente con la corrupción. En un momento dado dice: “no es mi problema si mis subordinados pasan la gorra”.
Por un momento pensamos que la serie sería una de esas películas financiadas por los ayuntamientos como forma de promoción. Pero tampoco. No es un publi-reportaje de Marsella. En realidad, los monumentos de la ciudad se ven de lejos y demasiado fugazmente como para que no pueda apreciarse la composición étnica de la población que circula por sus calles. La mayoría de tomas de la ciudad son cenitales, muestran solamente el trazado de las avenidas, los terrados de los edificios, barrios que se adivinan elegantes y muchos más que se intuyen como el culo del mundo. Parece como si la cámara tuviera miedo de ofrecer imágenes a pie de calle. Y se entiende: pasear por Marsella da la extraña sensación de recorrer una ciudad árabe en la orilla equivocada del Mediterráneo.
Marseille no puede evitar ofrecer una imagen extremadamente negativa de la ciudad a poco que el espectador esté atento: mafiosos, delincuentes de origen magrebí, barrios en los que viven bolsas no integradas en la cultura europea… El alcalde dice que están mal porque no hay trabajo y por la crisis económica. Falso. Hace treinta años la situación de Marsella era, más o menos, la misma en pleno crecimiento económico mundial.
Algunas escenas de la serie se sitúan en barrios magrebíes: los jefes de la delincuencia pesan más en esos barrios que el Prefecto departamental o el propio alcalde. Son ellos los que hacen y deshacen y, naturalmente, los políticos hambrientos de votos tienen que rendir pleitesía a esos “caídes” arrabaleros. Y lo suelen hacer. A cambio piden algo: en la serie, una votante con chilaba y niqab, a cambio de una nevera, votará a quien sea. En otra escena, los “caídes” llevan en minibuses a los votantes hasta el colegio electoral y allí votan por el candidato que se les ordena. Todos buscan sacar tajada de los políticos corruptos. A fin de cuentas, cada cual se corrompe al nivel que puede. Los “caídes” se conforman con que les regalen un restaurante o un gimnasio; si no se les da, o no votarán o votarán a otro que se lo prometa. El escenario político que nos muestra la serie Marseille, con todos sus errores de guionización, es la de una ciudad que ha retrocedido un siglo en la calidad de su democracia.
El guionista ha intentado atenuar estos aspectos lanzando un mensaje multicultural utilizando un recurso poco imaginativo y, por lo demás, increíble: dos “novios” se disputan el favor de la hija del alcalde –una “niña pija”–, ambos son miembros de las bandas de delincuentes que asolan la ciudad. La “niña pija” aparece por esos barrios tomados por la delincuencia, como si nada. El guionista parece ignorar que uno de los aspectos más desagradables de esa delincuencia es haber disparado el número de violaciones de mujeres, especialmente rubias… como la “niña pija”. Si una rubia de buen ver se adentrase en solitario por esos barrios, difícilmente evitaría una agresión sexual. Tal es la Marsella “real”.
Resulta difícil situar a la serie en el tiempo. No abundan los datos históricos, pero si de lo que se trata es de realizar un vínculo con la actualidad, introducir el terrorismo yihadista en la trama hubiera sido una buena opción. Muy creíble, por lo demás: contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, los yihadistas que han cometido atentados en Francia en 2016 y 2016 no viene de las guerras de Oriente Medio, sino que son reclutados en el ambiente de la pequeña delincuencia. Esa que aparece como en los ocho episodios de Marseille.
En Marseille, a diferencia de cualquier otra serie aceptable, el espectador no consigue identificarse con ninguno de los personajes: unos por ser políticos degenerados, ladrones, toxicómanos, psicótapas y mentirosos; otros por delincuentes crueles y sanguinarios, repugnantes “caídes” de sus barrios; las “niñas pijas” por serlo en grado sumo; y los personajes secundarios por mostrar su aspecto irrelevante. No hay nada interesante en Marsella.
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