No son precisamente buenas críticas lo que está cayendo sobre esta película protagonizada por dos actores que cimentaron su fama en los noventa, Winona Rider y Keanu Reeves. Sin embargo, es forzoso reconocer que, por su contenido, la película puede sintonizar con millones y millones de “singles” que se recrean en su soltería, forzada o voluntaria. Ellos constituyen el “nicho” sociológico para el que ha sido creada esta película. ¿Calidad? ¿para qué debería de tener calidad? La intención de sus promotores es que vayan a verla solteras y solteros.
Así pues, cuando se clasifica esta película como “comedia romántica” hay que ir con cuidado: si es comedia se supone que debería hacer reír y lo único que suscita a lo largo de sus interminables 90 minutos, son bostezos, aparte de alguna sonrisa furtiva. En cuanto a lo de “romántica” habría que matizar. Son dos personajes que van dialogando y cuyas voces es lo único que se oye en esos 90 minutos. Más que cine, podría ser considerada como una obra de teatro. A los actores secundarios se les ve, pero a los protagonistas no les interesa relacionarse con ellos. A decir verdad, esta es la forma en la que los solteros perciben a las personas: evitan implicarse con ellas. Por tanto, la carga romántica es relativa: amar no deja de ser ver el mundo con otra óptica, y los dos protagonistas, lo que hacen es inhibirse del mundo.
El título de la película es suficientemente elocuente del contenido de la misma. Dos personajes coinciden en la boda de la ex pareja de ella. Ambos se sienten desgraciados y expresan cierta hostilidad por todo lo que les rodea. El azar hace que se trate de dos personas superponibles y, a partir de sus conversaciones, experimentan cierta proximidad. Eso es todo.
La cinta nos habla de la mentalidad del soltero, de su salud mental, física y emocional, de cómo han enquistado su amargura y acidez, de sus manías, las filosofías existenciales que han creado para autojustificar sus propias situaciones y para calificar a la sociedad que les rodea.
La película plantea el que la soltería es una enfermedad mental y física que se cura con el amor o con un brusco, repentino e intenso enamoramiento. No es una mala idea, pero si está pobremente desarrollada y los dos protagonistas no consiguen hacer llegar el mensaje al espectador, acaso por lo deslavazado del guion, lo insustancial y la escasa brillantez de los diálogos. Tampoco la fotografía ayuda a realzar la cinta. Ya hemos aludido a la poca gracia que tienen situaciones y comentarios que se supone deberían de incentivar carcajadas. Cuesta esbozar media sonrisa.
Wynona Rider no está sembrada. Después de haber recibido su carrera un empujón con su participación en la serie Stranger Things, en esta cinta aparece con una gestualidad exagerada, como si cejas, labios y ojos fueran cada uno por su parte y en absoluto descontrol. Reeves, por su parte, está simplemente gris y a tono con la cinta, incluso cabría decir que muestra su mejor cara de monolito.
En su conjunto, la película es discreta y el guion de Víctor Levin hubiera debido atravesar por un proceso de mejoras y refinado para evitar quedar, como ha ocurrido, en un producto de consumo sólo apto para reflexión de millones de solteros y solteras. No basta con decir que un cínico escéptico y una madurita ansiosa de encontrar pareja, en su intercambio de ideas, van encontrando más cosas en común de las que inicialmente sospechaban, hace falta que la hora y media de metraje tenga convicción, efectividad y solidez. Elementos, de los que la película registra un déficit notable.
No es la primera vez que la Rider y Reeves coinciden en una película. Ambos estuvieron brillantes en una película memorable en sí misma, el Drácula de Stoker (1992) y en la mucho más discreta, pero original por la técnica de filmación, Una mirada en la obscuridad (2006). Aquí les ha faltado naturalidad, seguramente por lo insulso del guion que no se habrá escapado a ambos actores.
Película para solteros que quieran reflexionar de su soltería a condición de que no se hagan excesivas ilusiones.
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