El interés de The Fall (la caza) radica, sobre todo, en el modelado de los personajes tanto en la mesa de guionización como en el plató de rodaje. Los méritos corresponden, a partes iguales, a Allan Cubitt, creador de la serie, y a la pareja protagonista “Stella Gibson” y “Paul Spector”.
“Stella Gibson”, miembro de la policía metropolitana inglesa –alguno se preguntará por qué se llama a esta institución “Scotland Yard”, la yarda escocesa: no es, desde luego, porque estuviera situada en el nº 4 de Whitehall Place, sino porque su puerta trasera, aquella por la que entraban y salían los criminales apresados daba a la calle Great Scotland Yard– es enviada a Belfast, Irlanda del Norte, para desatascar una investigación en donde la policía local parece haber encallado. El criminal es, sin duda, un depredador sexual, “Paul Spector”. Nadie se llama a engaño: desde el principio, todos los televidentes saben quién es el asesino, cuál es su rostro y cuántas veces se cruza y es interrogado por policías que ignoran su condición de matarife a tiempo parcial. Psicólogo de profesión, amantísimo padre de familia y con dos hijos pequeños e incluso aspecto frágil e inofensivo, nadie diría que fuera del horario laboral y de sus deberes familiares, elige y ejecuta a sus víctimas de manera truculenta. Lo esencial de la serie es que, a medida que avanza la trama, se evidencia un paralelismo entre la inspectora el policía y el sádico asesino en serie.
No es, desde luego, una originalidad el que policía y criminal sean las dos caras de la misma moneda que reproducen similares comportamientos (en este caso la obsesión por la caza del asesino y la constancia en practicar el crimen o que ambos tengan una moral sexual relajada y poco convencional), lo que sí es original es situar la trama en la Irlanda del Norte que siguió a treinta años de guerra civil larvada y a los llamados Acuerdos de Pascua que pusieron fin al conflicto. La trama nos lleva por un Belfast en el que todavía están presentes las heridas generadas por aquel conflicto y que, incluso en sus muros, muestra signos de un tiempo que afortunadamente quedó atrás, aun dejando secuelas profundas. Esta ubicación espacio–temporal y la minuciosidad con la que han sido pintados los personajes protagonistas, hacen de esta serie algo radicalmente diferente en relación a otras similares y lo convierten en su principal atractivo. El mensaje que se desprende de la trama es que Bien y Mal nunca existen en estado completamente puro, siempre aparecen matices que atenúan la claridad original de ambos.
Quizás uno de los aspectos más interesantes de esta serie es la aparición de la pareja protagonista formada por Gillian Anderson y Jamie Dornan, la policía metódica, desinhibida sexualmente, y el psicópata de oscuros orígenes y provisto de una irresistible tendencia a matar. Una trama que, en principio, podía aparecer como demasiado convencional y mil veces repetida, se convierte en una serie en doce capítulos, que logra mantener la tensión y sorprendernos en cada entrega. Ni el psicópata, ni la ardiente policía que aparecen son habituales, sino versiones diferentes de los modelos que necesariamente están presentes en toda serie de buenos y malos. Si a una serie lo que se le pide es que “enganche” y que exija de nosotros una atención continuada, esta cumple con creces tales expectativas. Sabemos cómo acabará –los buenos siempre terminan atrapando a los malos por muchos destrozos que éstos realicen– pero ignoramos, concretamente, cómo se producirá el final. Y esta intriga se mantiene desde el primer episodio hasta la proyección de los créditos del último.
Esto por lo que se refiere a la temática de la serie. Digamos algo sobre el reparto. En principio, sorprende la aparición de Gillian Anderson. Después de sorprender, se agradece. Las nueves temporadas de Los Expedientes X (1993–2002), marcaron a fuego a esta actriz cuyo nombre y rostro parecía que iban a quedar irremediablemente unidos a los ovnis, las conspiraciones ocultas y a tramas más retorcidas que una secuencia de ADN. La Anderson pareció irremediablemente asociada durante muchos años a esta serie y cualquier otro trabajo que protagonizaba terminaba llevando siempre al mismo punto de partida (para colmo, se filmaron varios largometrajes inspirados en la serie y protagonizados por ella). Sin embargo, en The Fall, la actriz se reinventa a sí misma realizando una breve modificación en su papel: ya no será la compañera de un alucinado policía con el cerebro licuado por conspiraciones y extraterrestres, más seca que una caja de polvorones y más sosa que el pescado hervido, sino que la misma racionalidad que empleaba en Expedientes X como contrapunto al “agente Mulder”, ahora la girará hacia la persecución de delincuentes realmente existentes. Y la Gillian da la talla, constituyendo uno de los activos de la serie.
El otro actor protagonista, James Dornan, era un rostro ya conocido para los espectadores que se decidieron a ver aquella obra de, inicialmente, alto voltaje erótico, Fitty Shades of Grey, (2015) y al final se encontraron con un folletín escasamente sugerente. Su primera aparición en el cine, después de años como modelo, tampoco había sido muy afortunada: encarnaba al aventurero Axel de Fersen en la Marie Antoinette (2006) de Sofía Coppola, pretenciosa y poco convincente. Ambas producciones sirvieron, al menos, para que el rostro de Dornan se conociera universalmente y le abriera nuevas perspectivas por las que se desliza en tromba en el momento de escribir estas líneas. En The Fall aparece como el típico criminal frío e inexpresivo, aquejado por problemas y recuerdos de su infancia lo suficientemente desagradables como para que buscara olvidarse de ellos, asesinando a mujeres brillantes de edades intermedias.
No es una serie rápida en su desarrollo. Hay cierta lentitud deliberada en la progresión de la trama que tiene como fin el aumentar la tensión y centuplicar el desasosiego y la angustia del espectador. Persecuciones, las justas. Puñetazos y peleas, no más de las necesarias. No hay ni ensalada de crímenes a lo CSI, ni desparrame de higadillos a lo gore, ni efusión de sangre propia de la despensa de Drácula. La serie se desarrolla con una mesura y una austeridad propia de cartujos. Ni siquiera existen muchos diálogos. Los silencios se repiten en cada episodio, en tanto que las palabras sobran y las situaciones hablan por sí mismas. Todo en ella fluye de manera natural, es creíble y, sobre todo, muy concisa. No sobra nada. No echaríamos, tampoco, nada a faltar.
Si le ha gustado Broadchurch (2013), Hinterland (2013) o Happy Valley (2012-2014), le gustará esta serie. Si quiere ver a asesinos reales, de los que puede cruzarse en su barrio y está harto de exageraciones a lo Hannibal (2013) o a lo Mentes criminales (2005–2016), entrará en sintonía con The Fall. También se la aconsejo si añora a la “inquietante agente Scully” o se le quedó corto “Christian Grey”.
La serie se estrenó el 12 de mayo de 2013 y fue, inicialmente, retransmitida en España con el canal AXN y en la actualidad vuelve a estar en pantalla en la plataforma Netflix. Cada uno de los 60 minutos de proyección en sus doce episodios, le angustiarán, le generarán zozobra, inquietud y ansiedad… pero, al fin y al cabo, le entretendrán.
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