jueves, 8 de septiembre de 2016

Suburra... lo peor de Roma, desde Augusto a Berlusconi


 Suburra intenta ser un film político de denuncia pero se queda a medio camino y se convierte en una de esas películas ambiciosas que, de tanto en tanto, produce el cine italiano, que se aproximan pero a las que les falta algo para poder ser consideradas como “denuncias políticas”. Quizás el ser demasiado explícitas.  Está ambientada en los días que precedieron a la caída del gobierno Berlusconi en 2011. En los años 70 y aparecieron películas como Suburra (La polizia ringrazia [1973], y sus secuelas, Milán tiembla, la policía pide justicia [1973], Il poliziotto è marció [1974]). Este tipo de cine pretendía seguir por la senda de Costa Gavras (Estado de sitio [1973], La confesión [1971], o Z [1969]), pero tiene un problema: no todos los directores ni guionistas, son Costa Gavras y, por lo demás, este director dio a luz thrillers políticos brillantes y alguna que otra memez. Cuando se aborda el “cine comprometido” uno tiene que estar seguro de que el guión va a estar a la altura. Y aquí se queda a pocos metros.

Empecemos por el título: “Suburra”. Un romano como Stefano Sollima, director de esta película, sabe exactamente (pero no así el presunto espectador residente en el extranjero) que “la Suburra” es un barrio antiguo de la capital italiana que abarcaba las faldas del Quirinal y del Viminal. Era la peor zona de la capital imperial. De ahí salían las putas, los chorizos y todo aquello de lo que recelaban los romanos de toga y coturno. Estuvo rodeado de una muralla de la que aún quedan algunos paños: forrada de travertino, sus piedras se mantienen por su propio peso, sin argamasa ni cemento. Si vais allí, entre vehículos aparcados veréis el templo de Marte Ultor (el dios de la guerra en su aspecto vengador). Como los tiempos cambian, “el Quirinal” se ha convertido en la sede oficial de la presidencia de la República y “el Viminal” es como los italianos llaman al Ministerio del Interior. Así pues, “Suburra” alude a una zona que en el pasado fue de mala reputación en tiempos del Imperio Romano y que en el presente está ligada a la peor reputación de la República Italiana. Valía la pena aclararlo para insistir en que la película intenta ser política y dar algunas claves de la Italia posterior a la operación “Manos Limpias” (que solamente hizo que unos políticos corruptos fueran sustituidos por otros con ganas de corromperse, mensaje que sí incluye la película). 


En segundo lugar, para poder apreciar esta película hay que estar familiarizado con los últimos 40 años de política italiana o de lo contrario no se entenderán algunas frases, personajes y alusiones. Por ejemplo, aparece un personaje, “el Samurai”, del que se dice que es “el último miembro de la banda de la Magliana”, estructura criminal que realmente existió a finales de los años 70 y durante los 80 (y que ha sido “historiada” en la serie policiaca italiana Roma Criminal [2008–2010] dirigida por el mismo Sollima que aparece al frente de Suburra) y en la existió, inicialmente, cierta colusión entre ambientes neo–fascistas y mafiosos. Las referencias al “terrorismo neofascista” están presentes en los primeros veinte minutos de la película (un tipo de aspecto inquietante, por ejemplo, va a ver al “Samurai” para pedirle una parte del pastel que genera la delincuencia en Roma; presenta como argumento el que otros se han lucrado con su pasado de “terroristas neofascistas” y él apenas ha recibido las recortaduras del pastel. Al salir del encuentro es atropellado… alusión al realmente existente Pepe di Mitris, en otro tiempo terrorista neo–fascista, luego amantísimo padre de familia y probo amigo de sus amigos, que, efectivamente fue atropellado y muerto por un vehículo. Di Mitris mantenía lazos de amistad con Gianni Alemano, que fuera alcalde de Roma en los años de Berlusconi y que está malamente desfigurado en Suburra, como “diputado Malgradi” (cuyas corruptelas son, en cierta forma, protagonistas de la película). Que Malgradi es la traslación novelesca de Gianni Alemano parece bastante claro cuando aquel muestra una cruz céltica en su pecho. Casi estaríamos por decir que el atropello y muerte de Pepe di Mitris y su amistad con Gianni Alemano y la condición de éste como alcalde Roma, fueron los elementos que dieron la idea a Carlo Bonni para escribir la novela que Stefano Sollima ha llevado a la pantalla grande. 


La película trata sobre la corrupción política en el período posterior a la operación “Manos Limpias” y se detiene en “el apocalipsis”, la caída del gobierno Berlusconi en 2011. Ya nadie alberga en Italia la menor duda de que aquella operación sirviera nada más que para que la corrupción cambiara de manos. Tampoco –es curioso– nadie alberga la menor duda de que la corrupción pueda erradicarse en el futuro de la política romana. En las últimas escenas, “el Samurai”, hablando con alguien que parece ser otro jefe de la delincuencia le dice: “No te preocupes, si hay elecciones contaremos con los políticos que suban”

La película es aceptable. Desde luego, no es una gran película, salvo por un extremo que merece ser reseñado. Algunas de las tomas nos muestran a una Roma que no aparece en las guías turísticas. Ciertamente, hay algo depresivo en esas imágenes del Tíber, del Castello de Sant–Angelo o de la capital italiana, húmeda por la lluvia persistente y oscura por una iluminación que solamente parece dar vida a los viejos monumentos. La zona de Ostia (la costa situada a unos kilómetros de la Suburra) aparece casi como un vertedero. Y es, precisamente, la zona a urbanizar mediante una operación político–mafiosa, que debería convertirla en “Las Vegas europeas” (¡ah! ¿pero no iba a ser en Madrid?). Es la Roma sin esperanzas, la Roma triste y oscura, decadente desde los tiempos del neo–realismo y de las morbideces fellinianas, que parecen todavía no haber pasado: la Roma tapizada de musgo que encubre piedras pútridas y malolientes. Putas, toxicómanos, extorsionadores, prestamistas y usureros, matones y buscavidas, se dan la mano con políticos de pocos o ningún escrúpulo, diputados sin otro ánimo que legislar en beneficio propio y sin más capacidad que para negociar sus estipendios. Se diría que Sollima esto es lo que quiere reflejar, por encima de cualquier otra cosa, y lo que, a fin de cuentas ya mostró en Roma criminal, con mucho, su mejor trabajo. Cada director tiene un espacio en el que se muestra más cómodo y el de Sollima es la sordidez romana.

Cabe decir que algunas partes de la película son completamente prescindibles y el director se ha metido en camisa de once varas, introduciendo con calzador el tema de la renuncia de Benedicto XVI a la tiara papal. Nada, absolutamente nada, justifica estas escenas que, en su conjunto se llevan, unos 10 minutos. La trama no perdería coherencia si se amputaran las escenas sobre el episodio vaticano. En realidad, el director debería de haberse ajustado a lo que constituye el fondo de la trama: la dimisión del Berlusconi al frente de la presidencia del gobierno. Tal es el “apocalipsis” al que se alude en los primeros minutos de proyección. 


La película tiene un buen ritmo narrativo, sino trepidante, sí al menos, dinámico. No aburre y satisface, a condición de ser conscientes en todo momento de que lo que estamos viendo no es “cine denuncia”, ni “cine verité”, sino un remedo de lo uno y de lo otro. Lo que sucedió en Italia después de la operación “Manos Limpias” no tiene nada que ver ni con las mafias (que siempre han existido), ni con el terrorismo neofascista (que desde hace 35 años no existe), sino, simplemente, con que la clase empresarial italiana se cansó de pagar “tangenti” (comisiones) a la clase política y decidió convertirse ella misma en gestora política (a través del empresario más conocido y ambicioso de la época, Berlusconi). Claro está que Berlusconi tuvo que armar de la nada su partió con residuos de formaciones anteriores (democristianos, misinos, socialdemócratas) y que la mafia es consuetudinaria a la historia de Italia, pero la interpretación conspiranoica que aparece en la película hay que tomarla como lo que es: pura ficción a efectos de lograr una trama entretenida.

Los actores cumplen. No veremos grandes interpretaciones, ni “actores del método”, pero todos están a la altura y contribuyen a que la película sea agradable de ver. Lo mejor, como hemos dicho, son los encuadres de la capital italiana. La música es, desde luego, brillante. Algunas escenas (particularmente las que tienen lugar en el cuartel general de la mafia gitana) están elaboradas primorosamente y otras tan bien armadas que podrían figurar como mejores muestras del cine de acción (el tiroteo dentro del centro comercial, sin ir más lejos). ¿Lo más universal de la cinta? El carácter de los diputados italianos –del protagonista y de sus interlocutores parlamentarios– que son, en aquel foro, como aquí o en cualquier otro hemiciclo, individuos mediocres que se creen más allá del bien y del mal, intocables por la justicia, provistos del escudo de la “inmunidad parlamentaria” y sin ningún freno ni control para sus exacciones. Y ahí sí que Sollimas no exagera. 

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