En su momento, no pudimos asistir al estreno de la película El Reino de Rodrigo Sorogoyen y es ahora, cuando se ha editado el DVD cuando hemos tenido ocasión de ver una cinta que se ha llevado unos cuantos premios Feroz y cuyo nombre suena para los Goya de este año. La película se ha ganado fama de ser “comprometida” y de “sacar los colores” a nuestra clase política. Lo lamento, pero no compartimos este juicio. En España sigue sin haber un cine político “comprometido” digno de tal nombre. Esta película hubiera estado bien a mediados de los años 80, cuando ya existía la certidumbre de que la corrupción estaba anidada en el corazón del sistema político español (¿o es que ahora habrá alguien capaz de negarlo?), pero 35 años después, francamente, parece un arcaísmo o, incluso, un despropósito, por lo deslavazado de sus últimos 30 minutos.
En la actualidad están cerrados ya muchos procesos y otros muchos siguen en los juzgados su curso o están a punto de verse ante los tribunales. No hubiera costado nada elegir uno, o incluso tres, que afectasen al centro-derecha, al centro-izquierda y al independentismo y haber armado una buena película, con nombre, siglas y apellidos, que nos ilustrase sobre las siglas y los rostros de la corrupción en España, sus colores políticos y los presidentes de gobiernos o de autonomías que les han dado amparo y tolerado, por activa o por pasiva. Pero eso de presentar a unos políticos de un partido indefinido, en una región mal definida, con acentos procedentes de todas las regiones de España, con situaciones y personajes construidos sobre la mesa de guionización y, para colmo, titular la película El Reino sugiriendo de tapadillo que esto no pasaría con una “república”, es dar una de cal, otra de arena y, en definitiva, amagar el golpe.
No basta con coger elementos de tal o cual caso de corrupción y jugar con la ambigüedad: en series políticas como Alpha House, A very English Scandal, Fatal News, El Puntero, 1992, La Mafia sólo mata en verano, Baron Noir, El Hombre de las mil caras, por citar solamente a unos pocos productos accesibles, se dan nombres, siglas, apellidos, sin miedo. En El Reino, el miedo a ofender a alguna sigla es palpable e incluso llega a quitar las castañas del fuego a locutoras de televisión fácilmente reconocibles como Ana Pastor y cuya figura se pretende dignificar….
A estas alturas, cuando se han cerrado judicialmente casos de corrupción y otros están ya en su tramo final, no valen alusiones vagas y fantasías simplistas. Hay que llamar al pan, pan y al vino, vino. ¿O es que vamos a preferir que sigan las ambigüedades y las medias tintas y que los votantes socialistas sigan creyendo que su partido es puro y los del PP que el suyo es inmaculado o que los nacionalistas catalanes se sigan permitiendo soslayar la corrupción en beneficio de la independencia como si la cosa no fuera con ellos, ni ellos protagonizado ningún caso?
Lo que ha conseguido “El Reino” es “quemar” el tema de la corrupción. Tardará tiempo en el que algún director se decida hacer otra película sobre el mayor problema de la democracia española. Nosotros sostenemos que la realidad da situaciones mucho más escabrosas y reales, con personajes más siniestros y grotescos que los que aparecen en esta película. Bien por el cuerpo de actores, bien por el director de fotografía, pero mal, muy mal por el guion, y especialmente por el último tramo de la película que resulta increíble, risible, inasumible y muy mal resuelto. El clon de Ana Pastor termina dando una filípica sobre la honestidad del periodismo que, en el fondo, en esta España, no deja de ser hoy la voz de su amo. La película, desde el momento en el que el protagonista entra en la casa del jefe del clan mafioso para robar los cuadernos de notas, se convierte en inasumible y frustrada. Frustrada, además de ambigua: hoy ya no basta con denunciar la corrupción (que es, algo así como denunciar que el sol sale cada mañana por el Este y se pone por el oeste), además, si se quiere el marchamo de “director comprometido” hace falta tener el valor de dar nombres, apellidos y situaciones, no esperar que el público los identifique según su leal saber y entender. La corrupción, además, en este momento, no afecta solamente a las constructoras o a la obra pública, sino a las subvenciones, a las ayudas al desarrollo, a la gestión de las ONGs con el dinero público, dinero público entregado a los “amigos” que retorna, en parte, bajo mano, a quién ha firmado la transferencia. La “estafa humanitaria” que se llama… Y esto tampoco aparece en El Reino.
No es una película completamente frustrada, pero ni merece buena parte de las 13 nominaciones a los Goya, ni los cinco premios Feroz que ya ha obtenido, por mucho que Antonio de la Torre, Josep María Pou o Luís Zahera hayan realizados actuaciones excelentes. Ha fallado el guion y la voluntad de denuncia. Estamos en el tiempo en el que como decía Unamuno en la introducción de su Vida de Don Quijote y Sancho, “hay que llamar ladrón, al ladrón, y adelante”. Cualquier película sobre la corrupción que no señales las sedes sociales en las que se han amparado y atrincherado los corruptos, no deja de ser una bagatela de pocos vuelos por mucho que se la encumbre…
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