viernes, 25 de noviembre de 2016

El Símbolo perdido o la historia masónica de Washington


Vaya por delante que Dan Brown no es un buen escritor (o al menos a nosotros nos lo parece y no hemos encontrado hasta ahora nadie que haya alabado la calidad literaria de su obra). El que sus libros hayan sido éxitos de venta internacionales quiere decir sólo que es un excelente publicista, pero reconocerles valor literario sería muy aventurado. El Código Da Vinci tenía como único atractivo la brevedad de sus capítulos que permitían leerlos entre dos paradas de metro. La historia, por lo demás, no solamente no era original sino que en su conjunto era un plagio de El Enigma Sagrado, otro bestseller de historia–ficción que tuvo cierto éxito a mediados de los 80. Las siguientes novelas de Brown fueron también éxitos de venta, pero bastante menores. Fue así que la redacción de su siguiente obra requirió un mayor esfuerzo de promoción. A pesar de que no pueda considerarse como parte de esa promoción, el documental El símbolo perdido (Hunting the Lost Symbol) publicado en 2009, es, en buena medida una incitación a leer el “penúltimo Brown”. El problema es que la mayoría de entrevistados tienden a poner los puntos sobre las íes y a desmitificar algunos de los datos que aporta el autor.

GEORGE WASHINGTON Y SUS COLEGAS: MASONES DE TOMO Y LOMO

Decir que Washington, Franklin y el 80% de los “padres de la patria” de los EEUU fueron masones no es ningún insulto, ni siquiera un reflejo conspiranoico: es simplemente una realidad atestiguada por la historia y por la iconografía de la época. Ahora bien, todo depende de cómo consideremos a la masonería y del encuadre que podamos darle en la historia: o bien es considerada como una sociedad detentadora de secretos inmemoriales transmitidos mediante la iniciación (para sus partidarios), o bien el detonante de las revoluciones burguesas desde finales del XVIII hasta mediados del XX (para los historiadores), una sociedad exótica y con rituales arcaicos (para quienes se acercan a ella sin excesivo interés) o bien una conspiración (para sus detractores). 




Y en este último caso, las interpretaciones y los tonos abundan: los hay que consideran a la masonería una red de influencias, para otros es una asociación de espabilados en busca de beneficios, los hay que los consideran el brazo ejecutor de los judíos para dominar el mundo y, finalmente, quienes los tienes –puestos a tener– como obra diabólica y manifestación de Satanás entre la raza humana. Pero en lo que todos están de acuerdo es que George Washington y los “padres de la patria”, en general eran probos masones y la constitución de los EEUU la primera gran victoria de la masonería.

El documental nos habla de todo esto, confirma los datos que se pueden confirmar sobre la militancia masónica George Washington. Donde ha habido mucho siempre queda algo y, en la actualidad, aunque la influencia masónica en los EEUU sigue siendo amplia, es determinante solamente en el Pentágono (en donde para ascender en el escalafón ayuda ser miembro de alguna logia), los masones están presentes casi como una asociación cultural más y otro tanto ocurre en el resto de países iberoamericanos. Uno está afiliado a la masonería, como en Europa puede estarlo a un club gastronómico o a una cobla sardanística. Sin embargo, hay que reconocer la influencia de la masonería en la formación de los EEUU. Y este es el elemento que aprovecha Dan Brown para construir su novela en la que datos ciertos, contrastados históricamente, se amalgaman con otros absolutamente falsos en medio de una trama apta para lectores poco exigentes.

DE WASHINGTON PRESIDENTE A LA CIUDAD DE WASHINGTON

Pero George Washington no fue solamente el primer presidente de los EEUU sino que además fue terrateniente, propietario de esclavos y dio nombre a la capital federal en cuyo diseño participó junto a Ben Franklin y el arquitecto francés Pierre L’Enfant. Además de ser masones, Franklin especialmente, estaban influidos por la astrología y sostenían ideas místicas que, por entonces, eran relativamente frecuentes. No querían solamente construir una capital que se pareciera a las grandes metrópolis europeas sino que querían una ciudad que fuera el reflejo en la Tierra del orden celestial, siguiendo el principio hermético de “lo que está arriba que sea como lo que está abajo”. Así pues, cuando diseñaron la futura capital se preocuparon de que sus monumentos capitales y sus grandes avenidas, respondieran a un trazado geométrico que reflejara el orden de algunas estrellas y constelaciones que les interesaban particularmente y que debían ser algo parecido a los “santos protectores” de la ciudad. Este elemento es central en la novela de Brown y, lógicamente, es comentado por la docena de personajes entrevistados, aunque con algunos matices.


Unos explican por qué Washington y sus amigos asumieron este curioso diseño. Otros –muy autorizados por su empleo o especialidad– reconocen que, efectivamente, en el Capitolio hay elementos “anómalos”, subterráneos que comunican con otros edificios y salas secretas, incluso que la primera piedra del edificio y la placa que le acompañaba, fueron colocadas según el ritual masónico o que en las ilustraciones en las que G. Washington aparece colocando esa primera piedra siempre luce el mandil masónico. Pero también aprovechan para negar algunos excesos imaginativos de Brown. Y esto es importante porque el autor entremezcla realidades y ficciones que suponen, para el lector poco avisado, el escenario de confusiones y malentendidos. 

LA SINIESTRA CÁMARA DE REFLEXIÓN

Uno de los elementos de los que parte el documental es igualmente constatado por la historia y puede ser comprobado por todo aquel que se acerque a la masonería: la existencia de una siniestra “cámara de reflexión” en la que el aspirante a masón entre para redactar su “testamento filosófico” antes de ser iniciado como “aprendiz”. Las paredes están pintadas de negro, lucen extraños anagramas, una calavera en la mesa junto a recipientes que contienen azufre, mercurio y sal… Todo esto es suficientemente conocido para quien se ha tomado la molestia de informarse sobre la masonería y son datos que pueden preguntarse directamente a masones que lo confirmarán. En cuanto al “testamento” se trata, simplemente, de redactar una declaración de intenciones de los motivos que llevan al masón a ingresar en la orden. Puede parecer algo siniestro pero pertenece a la tradición de la masonería. 

Dan Brown, cuya novela denota que adolece de falta de datos sobre la masonería y tiene un conocimiento muy general, aporta también en este terreno lo que puede ser, tanto una falsificación deliberada, a efectos de dramatización, como simplemente la ignorancia de un dato real. El masón solamente pasa una vez en la vida por la “cámara de reflexión”: justo antes de ser iniciado. Brown sugiere que cada masón, en su casa o en su oficina, tiene un lugar en el que se recluye para dios sabe qué maldades. 

UN DOCUMENTAL MÁS INTERESANTE QUE LA NOVELA

En literatura se dice que “el plago que es asesinato, no es plagio”. Lo explicamos: la novela que plagia a otra pero que supera al original (es decir, que la liquida), no se considera plagio. Si el Quijote de Avellaneda hubiera sido superior a la segunda parte del escrito por Cervantes, hoy aquel ignoro autor tendría estatuas dispersas en la geografía nacional y los Institutos Avellaneda llevarían el castellano a todo el mundo. Afortunadamente para Dan Brown el documental se sitúa en un plano muy diferente a la obra escrita. En realidad, el documental supera con mucho a la novela y en apenas 120 minutos uno se ahorra leerla e intoxicarse el cerebro con ese tipo de acción forzada y de mezcla de realidad y ficción con que Brown adorna sus relatos.


Hunting the Lost Symol, dirigido por John Tindall, está en estos momentos siendo emitido por Netflix en versión original subtitulada. En ningún momento cansa. Los espectadores y los lectores de esta crítica podrán, por sí mismos, dar el valor que merecen a cada una de las intervenciones (desiguales por su interés y por sus mismos comentarios) y valorarlo, pero, de lo que no cabe la menor duda es de que, a un número elevado, les gustará seguramente más que la novela y que muchos se verán liberados de leerla para hacerse una opinión sobre el tema de George Washington y el trazado masónico de la ciudad que lleva su nombre.

ESPECIALMENTE RECOMENDADA A…

El documental es entretenido a pesar de su duración, muy bien presentado y realizado, cuenta con animaciones en 3D y efectos que lo convierten en algunos momentos en un espectáculo visual. Los entrevistados han sido seleccionados por su acreditación en distintas especialidades y, como hemos dicho, sus intervenciones son desiguales. Gustará, en primer lugar, a los amantes de los misterios, más o menos reales y, especialmente, a los misterios históricos. Los lectores de Dan Brown quizás se vean decepcionados cuando se les pongan los puntos sobre las íes y se les trace la divisoria entre realidad y ficción. Para los amantes de los documentales, en general, éste puede suponer una sorpresa y un tema inhabitual en la programación televisiva.



FICHA

Título original: Hunting the Lost Symbol
Título en España: Hunting the Lost Symbol (la caza del símbolo perdido)
Duración: 120 minutos.
Año: 2009.
Temática: Documental.
Subgénero: Esoterismo.
Tema: Comparación entre la realidad de la militancia masónica de G. Washington y el trazado masónico de la capital de los EEUU y lo vertido en la novela de Dan Brown El símbolo perdido
Lo mejor: Que queda establecida la nitidez entre realidad histórica y ficción literaria.
Lo peor: Que el tema podía haberse tratado sin aludir a la mediocre novela de Brown.
Puntuación: 7
Documental en versión original:

¿Cómo verlo?: Se emite por Netflix y puede ser visto en versión original en YouTube. Puede ser adquirido en DVD y BlueRay. Se encuentra, así mismo en programas P2P en VO. Los subtítulos pueden bajarse en: Subtitulos

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