martes, 13 de septiembre de 2016

Olmos y Robles... una serie trillada hasta lo insípido


El lunes 12 de septiembre se estrenaron las segundas temporadas de dos series españolas cuyas primeras temporadas podemos calificar como catastrófica una (Mar de plástico) y floja la otra (Olmos y Robles). La primera resulta imposible sacarla de su atonía por mucho que Rodolfo Sancho se esforzara: el guión era malo, los diálogos impresentables, la trama reiterativa, inverosímil y aburrida y los clímax tan ausentes como la honestidad entre la clase política. Así que si había que ver una de ellas, preferimos ver la que, simplemente, era manifiestamente mejorable; esto es, aquella sumida en un hoyo menos profundo. Por eso nos decantamos por Olmos y Robles. Además, en la última temporada Televisión Española produjo algunas series interesantes –Los casos de El Caso, Acacias 38, Carlos, Rey Emperador–, así que era probable que los directivos de la casa hubieran espoleado a la productora 100 Balas para mejorar algo que en su primera temporada fue, simplemente, mediocre. 

A pocos minutos de comenzar la proyección de Olmos y Robles comprobamos que la serie discurriría por los mismos caminos ya trillados en la primera temporada. No apareció nada nuevo, ni nada relevante que llamara la atención, como no fuera los avatares de Javier Solana, secretario general de la OTAN, y del periodista fallecido Xavier Vinader. Y en ambos casos, nos gustaría saber qué pasó por la cabeza del guionista al elegirlos, cuando hubiera podido conseguirse el mismo efecto con otros personajes más presentes en la actualidad y que, seguramente, hubiera sido posible encajar mejor en la trama. 
El guión es tan absolutamente plano que lo único que impide cambiar de canal es la esperanza, –decepcionada permanentemente– de que en algún momento, algo elevará el tono. Lo único que salvo de la proyección es que no hubo cortes publicitarios. Por lo demás, absolutamente todos los personajes están mal concebidos y, en algunos casos, el misterio es qué hacen ahí, cuando en realidad deberían estar en alguna escuela de actores (incluso en los papeles protagonistas). Es inevitable fijarse en que la pareja protagonista, simplemente, no funciona: es inevitable recordar a Mortadelo al ver a Pepe Viyuela que parece cualquier cosa, menos Guardia Civil; en cuanto a Rubén Cortada, se olvida que actuar, lo que se dice actuar, no es posar, y que para ser considerado “actor” no basta con haber sido en 2007 Modelo Masculino del Año. Lo primero que debería mejorar es su dicción. Cuesta entenderlo y nos parece increíble que este “pequeño detalle” haya sido pasado por alto en el casting.


Lo más piadoso que podría decirse de Olmos y Robles es que “resulta entretenida”. Pero no lo es: las situaciones son demasiado absurdas como para que el espectador con un mínimo de exigencia se queda satisfecho. La trama, completamente inverosímil (como ya lo fue en la primera temporada). La fotografía, irrelevante (y el hecho de que se haya filmado en la localidad riojana de Ezcaray lo hace todavía más imperdonable). Y, también habrá que negar que la serie sea “divertida”: tiene poco de comedia y hace sonreír levemente en contadas ocasiones. 

¿Qué falla en esta serie? El modelo: cuando entre 2005 y 2010, Antena 3 proyectó Los hombres de Paco, adaptó un concepto que hasta ese momento no se había aplicado en España y que juntaba tres géneros: la comedia, el drama y el género negro. El público que podía verla entre corte y corte publicitario, no tenía muy claro si iba a reír o a llorar, a ver un asesinato o presenciar una astracanada y quién se iba a enamorar de quién. La fórmula llevó a Antena 3 a acaparar una media del 18,9%, y, fue por eso, mucho más que por su calidad, por lo que pudo prolongarse durante 117 episodios. En 2015, TVE debió acordarse de la fórmula y la recuperó. Como siempre, el concepto no era bueno ni malo, a fin de cuentas, mediante la síntesis de distintos géneros podía lograrse un producto original y entretenido. Si esa era la intención, en Olmos y Robles no se conseguido. 


Vivimos tiempos de mestizaje y productos de fusión. Son una moda. Véase la desigual Águila Roja, síntesis de Rinconete y Cortadillo, episodios del Kung–Fu y de Los tres mosqueteros. Pero no basta con elegir tres géneros y colocarlos en la batidora, hace falta tener un criterio de calidad y ser exigente y respetuoso con el espectador y, en este caso, también con la institución que protagoniza la serie, la Guardia Civil. Cuando Terence Hill en A un paso del cielo (2011–2015) aparecía como miembro del cuerpo de Guardias Forestales, podía alardear de que había contribuido a prestigiar esa institución por medio de una serie digna y bien acabada e, igualmente, cuando el mismo protagonista se cubría con sotana y ejercía de investigador en un pequeño pueblo toscano (Don Matteo, 2000–2016) tanto los carabinieri como la Iglesia quedaban como instituciones ejemplares. En ambos casos se trataba de productos “mestizos”, la comedia tenía su lugar junto a la investigación criminal y las vidas privadas de los protagonistas no desmerecían el eje central de la trama, sino que creaban tramas secundarias que reforzaban el conjunto. En Don Matteo, los carabinieri, versión italiana de la Guardia Civil, ocupaba un lugar privilegiado, daba pie a algunos de los mejores gags de la serie; la imagen del cuerpo quedaba reforzada y realzada. En Olmos y Robles, serie “apoyada por la Guardia Civil”, se permanece lejos de este objetivo. Y es que los productos de fusión y de mestizaje, son buenos, si cada una de sus partes lo es y si encajan bien en el conjunto. Intenten hacer fusión entre la música de Wagner y el Rap y verán lo que les sale por mucho empeño que ponga el compositor. 

Recientemente, hemos visto las tres temporadas de Lillyhammer, una serie noruega, también producto del mestizaje de géneros. Recomendamos verla, incluso para poder compararla con Olmos y Robles. Son como el día y la noche. Es lo que va de un producto perfecto a una serie sin brío. Y, ¿qué quieren que les diga? No repetiré que resulta un misterio el porqué en las cinematografías nórdicas cualquier producción es exportable y puede rivalizar con lo mejor de Hollywood y en España somos tan condescendientes con series como Olmos y Robles o Mar de Plástico, simplemente porque superan el 10% de cuota de pantalla. Las cinematografías nórdicas han descubierto la técnica para sobrevivir y triunfar en el proceloso mundo de las series: calidad, solamente calidad, cualquiera que sea el género; nada más que calidad. Lo demás viene por añadidura: la parte del león que buscan estas series nórdicas, no es satisfacer al mercado local, sino estar presentes en decenas de canales de televisión en todo el mundo. La exportación: ahí está el negocio. Sería de desear que TVE –que pagamos todos– tuviera ingresos por ese concepto; que sus series se concibieran, no para satisfacer a un público somnoliento y poco exigente (seamos claros, el público exigente hace tiempo que se ha construido tu televisión a la carta y no se limita a encender el plasma y ver que le “echan”), sino para suscitar entusiasmo en todo el mundo. Noruegos, suecos y daneses, lo han hecho, sin duda, obligados porque, sumadas, tienen justo la mitad de espectadores que España.


Cada vez que vemos uno de estos productos frustrados producidos en España no podemos por menos que lamentarnos y desear que, en alguna oficina de algún canal de televisión, alguien sea capaz de imponer el criterio de la calidad y exigirlo por respeto a la audiencia. 

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