Película argentina con diseño narrativo surrealista y que exige ir interpretando los símbolos que van apareciendo y que, por cierto, no son pocos. La trama nos adentra en el comportamiento de los argentinos y sobe todo de la Argentina burguesa en los prolegómenos de la dictadura del 1975. Golpe militar que derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón.
El hecho de que este tema vuelva una y otra vez al cine argentino demuestra que estamos ante un pasado que se niega a pasar… o de un futuro que se contempla tan negro que recordar, lo definido como el más negro de los pasados, puede aliviar al espectador.
La textura de la película en cuanto a fotografía nos traslada en el tiempo y nos remite a cómo eran las películas de 1975. Inicialmente, no somos conscientes de lo que estamos a punto de ver: un hombre de aspecto extraño llega a una pequeña ciudad en la que todo está tranquilo. Bruscamente, en un restaurante empieza a agredir a un conocido abogado. Los presentes tratan de detener la agresión y expulsan al extraño individuo, pero cuando el abogado y su esposa regresan a casa, se les aparece de nuevo el agresor que solamente está movido por el deseo de venganza. Como en toda guerra y en todos los regímenes políticos los hay que aprovechan las coyunturas para realizar sus propias limpiezas con venganzas personales. En medio de este río revuelto flotan las miserias humanas más siniestras.
En la película destacan las interpretaciones de Dario Grandinetti y de Alfredo Castro. Magníficas en ambos casos. Por cierto, el actor argentino Daría Grandinetti ganó la Concha de Plata al mejor actor por Rojo en el 66 Festival de Cine de San Sebastián.
Se trata de la tercera película de Benjamín Naishtat. Una vez más ejerce como director y guionista. Lo que nos ha querido mostrar es que en aquella época, mediados de los 70, la aparente tranquilidad no era tal y existía una violencia latente que podía salir a la superficie en cualquier momento. No estamos muy seguros de que esta sea la mejor interpretación de la realidad argentina de aquellos tiempos (la violencia estaba presente en ciudades grandes y en pueblos pequeños, en las avenidas de Buenos Aires y en los campos de Tucumán, la practicaban media docena de grupos terroristas, la policía que los combatía, el ejército que se implicó y los grupos paramilitares, sin contar con la delincuencia habitual).
En aquellos años, la historia de la República Argentina ya había descarrilado. El país estaba roto y la etapa en la que Buenos Aires era el París del cono sur ya había quedado definitivamente atrás. Hoy la situación no ha cambiado y hoy sigue existiendo miedo en Argentina: miedo a que el sistema económico se derrumbe, miedo a la proletarización y a caer por debajo del umbral de la pobreza, miedo al futuro. Quizás Argentina deba mirar hacia adelante en lugar de practicar la política del avestruz contemplando el pasado.
Ante esta disyuntiva, el director opta por el surrealismo, la proliferación de símbolos, las escenas aparentemente inconexas y algunos tramos del guion en donde el relato hace aguas. Lo que desluce la película es un final que se nos antoja insignificante al menos para el recorrido de la película.
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