Una película que se suma más a la temática excesivamente manida y siempre tratada con muy escasa seriedad, de la inmigración en Europa. La novedad es que, en esta ocasión, trata de ser una encantadora búsqueda del tesoro, contada como si fuera un cuento de hadas. Pero la historia no termina de funcionar y el resultado final es mediocre a pesar de las buenas intenciones, el empeño puesto por el director y los veinte millones de euros que ha costado la cinta. El resultado ha sido una cinta que puede verse (e incluso agradecerse) un sábado por la tarde, sentado ante el plasma hogareño, pero que no justifica el desplazamiento a una sala de proyección, las consabidas palomitas y la entrada correspondiente.
La película dirigida por Ken Scott (guionista, actor, director y comediante canadiense) deriva de una novela escrita por Romain Puertolas. Nos habla de un joven buscavidas, faquir y pillo de Mumbai que, al morir su madre, emprende la búsqueda de su padre -un francés- al que ni siquiera pudo conocer. El destino le lleva hasta un almacén de muebles suecos en la capital francesa; pero también aparece por Roma, Londres y sobre el Mediterráneo. Como si se tratara de un viaje iniciático (es, en realidad, una road movie), a través de todas estas etapas aprenderá lo que es el amor y la verdadera felicidad. O lo que es lo mismo, se encontrará a sí mismo. ¿El mensaje? El inmigrante puede triunfar sobre la adversidad.
Más que drama y más que comedia, la película puede ser adscrita al “realismo mágico”, incluyendo números musicales, comedia inexpresiva, momentos dramáticos y apuntes cómicos. La película es francesa y se resiente de todos los problemas del cine francés en la actualidad. Buenas intenciones aparte, no aporta absolutamente nada al tema de fondo: la llegada masiva de inmigrantes procedentes de todo el mundo a Europa. La película intenta emocionar al espectador y extraerle alguna lagrimita, después de hacerle sonreír. A mencionar que, en las escenas aparece también Barcelona como una especie de sumidero de inmigración ilegal. ¿Dónde está la parte graciosa e irónica de la cinta? En el simple hecho de que el protagonista tiene su pasaporte en regla y no es en absoluto un inmigrante ilegal… si lo que se pretendía era mostrar lo absurdo de las políticas migratorias de la Unión Europea, esto es evidente desde hace dos décadas e insistir sobre lo mismo, incluso en clave de cuento de hadas, es algo superfluo.
La película es demasiado ingenua y simplista como para tomarse en serio, incluso como fábula. Lo cual no quita para que el cuerpo de actores cumpla con su cometido y su trabajo sea irreprochable. Lo que ha fallado es la intencionalidad. No basta con dar un “mensaje positivo” y realizar una invitación a proseguir los sueños de un individuo, especialmente, cuando el problema de la inmigración no es individual sino colectivo. Resumiendo: “Aja”, el protagonista, es una historia individual que puede incluso hacer gracia; pero en India hay 1.300 millones de ciudadanos, en China más de 1.400 y en África 1.200 millones… que no pueden pensar en realizar sus sueños en Europa, por mucho que los europeos les abramos los brazos. “Aja”, como “Apu”, el del badulaque de los Simpson, son individualidades simpáticas, como el personaje de Barkhad Abdi (Capitán Phillips), pero el problema son los cientos de millones que quieren instalarse en Europa. Y esto no es ninguna broma.
Las risas y la moralina de mercadillo están muy bien, pero no hay que olvidar que el “viaje” a Europa les está costando la vida en el mar a muchos miles de inmigrantes. Y luego está el “sueño europeo” casi siempre decepcionado. Las películas sobre el fenómeno de la inmigración masiva en Europa son necesarias, pero, por favor, puestos a tratar el tema, mejor con seriedad, en lugar de servir como es el caso de esta cinta, una cascada de tópicos igual a la que generó el fenómeno hace un cuarto de siglo. Incluso se salvarían vidas.
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