El cine francés no funciona como en otro tiempo. Se nota falta de ideas, angustia por la identidad perdida y desorientación. Se debate entre comedias fáciles, dramas depresivos y los eternos cansinos adulterios. Sin embargo, algunas cintas aparecidas últimamente, permiten intuir algunos síntomas para el optimismo. En general se trata de películas de época, que parecen indicar que el gusto de los franceses por retrotraerse a tiempos pasados que fueron mejores, mediante un vestuario, una ambientación y unos efectos especiales que están presentes en películas como El emperador de París (2018), Un pueblo y su rey (2018), ambientadas en los últimos siglos con trajes, sets y efectos especiales notables. No es raro que las mejores ideas tiendan hacia lo “clásico”. Tal es el caso de esta película que recupera la figura de Edmond Rostand y su obra de teatro “Cyrano de Bergerac”.
Se conoce la historia de Edmond Rostand. Autor teatral de poco éxito, que hubiera abandonado la creación dramática si hubiera sabido realizar otra actividad. En el París de finales del XIX, todas sus piezas teatrales habían resultado un fracaso o, simplemente, no habían conseguido llamar la atención. Sarah Bernhardt le presenta al mejor actor dramático del momento. Interpretará su próxima obra teatral (lo que es una garantía de éxito). Solamente existe un problema: la obra no está escrita y el plazo expira en unas pocas semanas. De hecho, Rostand, durante mucho tiempo solamente fue capaz de concebir el título: “Cyrano de Bergerac”. Estas semanas y todo lo que ocurre en ellas es el tema de esta película.
No se trata de recrear una vez más la obra. Ésta ha sido llevada al cine en cuatro ocasiones: 1900, 1923, 1950 (con José Ferrer en el papel protagonista) y en 1990 (dirigida por Jean Paul Rappeneau y protagonizada por el mejor Depardieu). Se trataba de mostrar el proceso creativo y de dónde procedió la inspiración de Rostand. Prácticamente, todos los elementos que se encuentran en la inolvidable pieza teatral, tuvieron su equivalente en personajes y situaciones que aparecieron en la propia vida del autor en esas semanas.
El resultado de esta cinta guionizada y dirigida por Alexis Michalik (cuyas dos películas anteriores, En tierra [2014] y Friday Night [2016] pasaron completamente desapercibidas en España) deja muy buen sabor de boca: es ágil, trepidante y con actores extremadamente motivados; muy recomendable en todos los sentidos, a condición de que se tenga una mínima sensibilidad artística y una inquietud cultural.
Michalik es considerado como el nuevo “niño prodigio” de la cinematografía francesa. Lo cierto es que esta película constituirá, sin duda, su consagración definitiva. Escrita en clave tragicómica, destaca especialmente el movimiento de la cámara. Cada toma hace que el espectador se sienta próximo a los personajes y pueda captar el nerviosismo, las dudas, la humanidad de los actores. Visualmente, la película está muy bien conseguida: la variedad de disfraces, los escenarios (desde las calles hasta los teatros, los cafés) suenan reales, e incluso los pocos efectos digitales utilizados en las tomas del París de la “belle époque” son correctos y sin estridenias. Reconocemos en el reparto a Blandine Bellavoir, la “Abril” de Los pequeños asesinatos de Agatha Christie. Olivier Gourment asume el papel de “Cyrano” (dada su versatilidad, recientemente lo hemos visto como abogado en la cinta Une Intime Conviction (2018).
Resulta algo inesperado el que, en los preludios del apoteosis final, Michalik se haya sacado de la chistera un magnífico Bolero de Ravel, bastante menos retórico que el filmado por Lelouch en 1981 en aquella ambiciosa, grandilocuente e interminable película que fue Les uns et les autres. Michalik lo hace todo mucho más simple, con continuos despuntes humorísticos y, por tanto, más llevadera.
La interpretación de Thomas Solivérès en su papel de Edmond Rostand está llena de comicidad y ternura por lo despistado que parece. El dúo Michalik-Silivérès convierte al “Edmond Rostand” en un torbellino que, a la postre, resulta un muy buen homenaje al mundo del teatro y que rezuma pasión por la literatura y el séptimo arte. El mejor homenaje que ha podido hacerse al literato, aventurero, espadachín y alquimista que fue el auténtico Cyrano de Bergerac en el cuarto centenario de su nacimiento.
Quizás lo menos brillante de la cinta sea el diálogo final entre Roxane y Cyrano que no consigue superar el que nos regalaron Gerard Depardieu y Anne Brochet en el Cyrano de Bergerac de Rappeneau.
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