Película basada en un hecho real que ocurrió en Italia a finales de los años 80, cuando un ex boxeador fue asesinado por el dueño de una peluquería canina que, de paso, era un pequeño camello de barriada, generó alarma social y, aún hoy, es considerado como uno de los crímenes más sangrientos e inexplicables que se han cometido en aquel país. Matteo Garrone, co-guionista y director de esta película intenta explicar lo inexplicable y, desde luego que lo consigue.
Desde que Jean Paul Sartre escribiera en la postguerra A puerta cerrada, sabemos que “el infierno son los otros”, algunos cineastas se han preocupado por demostrarlo, pero Garrone tiene intención de ir más allá: “sin la mirada del otro no somos nadie”. Dejamos de existir. Dado que resulta imposible vivir en soledad, buscamos la mirada del otro de forma angustiosa porque necesitamos saber que existimos. Tal es la moraleja que hemos extraído de esta cinta de 102 minutos. Si tuviéramos que dar una disertación sobre la existencia del ser humano y sobre su naturaleza, el visionado de esta película sería el obligado acompañamiento. Porque Dogman es una película valiosísima por la facilidad con que el director Matteo Garone y el actor Marcello Fonte nos llevan a bucear en la complejidad de las servidumbres humanas.
La trama se desarrolla en la Roma de finales de los años 80, en un arrabal de la periferia, hostil y agresivo, incómodo, vacío, polvoriento. El barrio está poblado de tipos pintorescos que evolucionan como perdidos en un mundo que no terminan de comprender: unos optan por sobrevivir como pueden, otros no han renunciado a la idea de ser los “amos del gallinero” y los hay que solamente se preocupan por su trabajo. El protagonista, pertenece a los primeros: no le importa tener unos modestos ingresos peinando a distintas razas caninas, ni tampoco sacarse algún beneficio extra trapicheando con cocaína. Con todo apenas puede proyectar algún viaje con su hija. Un mal día, su amigo Simone, un delincuente profesional le convencerá para que le deje las llaves de su establecimiento para cometer una maldad que… como cabría suponer no solamente acaba mal, sino que se convierte en el desencadenante de una serie de “castastróficas desdichas” sobre las cuales la cinta transmite su mensaje y su moraleja.
Las escenas nos muestran a una Roma que no es ni la “dolce vita”, ni la del Capitolio o la avenida de los Foros Imperiales, de Piazza Navona o del Vaticano. Es una Roma convertida en pesadilla, alejada de la civilización, con paisajes desamparados y que ha dado la espalda a cualquier noción de progreso. Y en medio de todo ese fango se mueven una serie de personajes, que, en el fondo, generan una irreprimible tristeza. El hecho de que el protagonista se dedique al negocio de la peluquería canina se podía haber prestado a afirmaciones como “lleva una vida de perros” y a algunas ironías en las que el director no cae: es más, aprovecha algunas tomas para mostrar a otros actores excepcionalmente fotogénicos, los perros.
Al principio decíamos que la película se basa en un suceso real y que la intención del director y del equipo de guionización ha sido tratar de entender lo que ocurrió y por qué ocurrió. Además de lograr presentarnos una interpretación satisfactoria y convincente de los hechos, lo que esta película nos obliga casi es a empatizar con el protagonista y con sus motivos para hacer lo que hizo. Si el lema de la justicia, “odia el delito, compadece al delincuente”, tiene algún sentido, éste se encuentra en el metraje de esta cinta y en su protagonista principal. Tras verla se experimenta una sensación amarga: el protagonista no tiene redención posible, ha cometido su crimen bajo efecto de la cocaína y todo podía haber terminado de una manera mucho menos dramática. Ha querido ser visible, hacerse visible para todos aquellos que durante años lo han ignorado, y se ha hecho tan visible que ha terminado en primera página de la prensa sensacionalista.
Garrone, en su filmografía se ha sentido siempre atraído por el mundo de la delincuencia y el submundo romano que ya estaba presente en las tres historias de su primera película, Terra di mezzo (1996), sobre la lucha de los inmigrantes que tratan de salir adelante, como sea y sin reparar en lo que sea. A ésta siguió Ospiti (1988), también con el trasfondo de la inmigración albanesa que intenta integrarse en una Roma que cada vez desconfía más de ellos y mucho más en un barrio residencial en el que los alberga un amigo burgués. Tras dos comedias sin mucha historia, en 2002 rodó El taxidermista, en el que ya muestra un interés particular por el estudio de la condición humana. Gomorra (2008), será su cinta más celebrada y premiada; en ella nos introdujo de lleno en el mundo de los bajos fondos y en su ley impuesta en Nápoles y Caserta: la ley, no del Estado sino de la camorra. Por un sendero más amable circulo su siguiente película, Reality (2012), comedia dramática sobre un timador al que le convencen para que entre en el casting de El Gran Hermano. Tras El cuento de los cuentos (2015), una tragicomedia fantástica, regresa a la temática que más le interesa con esta película, Dogman de la que no dudamos que recibirá una granizada de premios en los próximos meses (los Oscar 2019 están a la vuelta de la esquina), como confirmación del galardón que ya recibió en el pasado Festival de Cine de Cannes.
Además del meritorio trabajo de Garrone en la dirección y en la guionización, merece destacarse especialmente la actuación de Marcello Fonte en el papel protagonista, una de las mejores actuaciones que recordamos en este año 2018.
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