Con cierta expectación se esperaba el estreno de esta película brasileña que ha obtenido algunos galardones internacionales (en el festival de Sundance y en el de Málaga). La película, en efecto tiene una calidad superior a la media de los estrenos de 2018 y merece verse, no solo por la depurada técnica que emplea, sino por la temática y las reflexiones a las que induce. En efecto, la película nos ofrece algunos datos sobre la sociedad brasileña de nuestros días.
La película nos muestra a una familia, no disfuncional según los parámetros europeos, pero sí original, como mínimo. No es frecuente en Europa encontrar con que cuando se estropea la cerradura de la puerta de acceso a la vivienda, el paterfamilias se limite a clavetear la puerta y colocar una escalera en la ventana… Sin embargo, en otros horizontes geográficos, es una solución. El verdadero cabeza de la familia que nos muestra la película es la madre, “Irene” (Karine Teles), cuarentona y sobre la que descansan las mayores responsabilidades. Ella es la que se preocupa por mantener a la familia unida y solventar los problemas de convivencia que pudieran aparecer. El problema viene porque, uno de sus hijos, el mayor, ha destacado en el balonmano y un equipo profesional lo contrata. El equipo es alemán y el hijo deberá trasladarse a otro país. En esas circunstancias, la figura de la madre se alza una vez más y, como siempre, trata de asumir la titánica tarea de mantenerlos a todos juntos. Le costará porque el hijo mayor debe decidir en apenas veinte días si aceptar la oferta alemana. Para colmo de problemas, la hermana mayor vuelve al hogar familiar después de que su esposo la agrediera. Y, por si esto fuera poco, el negocio familiar de fotocopias no termina de ir bien.
Aparentemente se trata de problemas menores: no hay nada en la trama que no pueda ser solucionado de una forma u otra. Sin embargo, lo que Gustavo Pizzi está realizando, es un fresco de determinados sectores de la sociedad brasileña. La narración tiende a mostrar un análisis detallado y exhaustivo de los aspectos más cotidianos de las familias brasileña de la baja burguesía, rozando el umbral de la pobreza y con recursos económicos escasos.
Mi subtítulo preferido para esta película sería: “Una samba en descomposición”. Mi teoría es que si los miembros de la familia no bailan samba para romper las puertas amarradas del auto-control, utilizan la vibración de la palabra para que todos entren en un bucle dónde explotan y desbordan las energías de su vulnerabilidad. La protagonista no se permite a ella misma confesar sus miedos por el futuro prometedor del hijo y a ser abandonada por éste.
Uno de los elementos más curiosos de la película es que la protagonista, Karine Teles, es, así mismo coguionista, junto con el director, Gustavo Pizzi. La anterior película del mismo director que nos llegó a España en 2010, Riscado, ofrecía la misma combinación Pizzi-Teles. El resultado es mejor que hace ocho años. Desde las primeras escenas, el espectador advierte que vamos a asistir a un abanico de emociones en torno a la figura materna.
Hay un elemento de la película que merece destacarse particularmente: la utilización del sonido. En el libro El niño en América Latina de Anne Bar-Din, investigadora y psicoanalista de origen iraní, leo una nota sobre la mujer brasileña: usa unos rasgos específicos en su forma de comunicarse que podrían ser considerados como "habla de bebé". Esta introducción viene a cuento de una escena de esta película que tiene que ver con el sonido. En un momento dado todos los miembros de la gran familia al hablar y hacerlo todos a la vez, crean un magma de sonidos y vibraciones como si fueran átomos chocando entre sí a una velocidad de vértigo. Es tal la intensidad que algunos de los integrantes de la reunión sufren una catarsis, como si su mente hubiera sido empujada por saturación a un precipicio.
Estamos ante un inquietante y turbador relato femenino bastante real. La madre brasileña queda retratada con precisión milimétrica. Una madre que impide, obstaculiza y culpabiliza a los hijos que estén dispuestos a luchar por un status mejor basados en el esfuerzo, la tenacidad y las oportunidades que ofrece la vida. Incluso su pecho sirve de regazo para que su marido se consuele por no conseguir sus objetivos emprendedores. El título "Siempre juntos" nos invita a conocer una familia capitaneada por una madre que se limita al "enquistamiento" de la vida, ya sea no arreglando una casa que se cae a trozos en permanente descomposición (el detalle de la puerta es reveladora) o diseñar una casa improvisando los planos e intuyendo el espectador que no se acabará nunca.
Una última reflexión. Hace ya mucho tiempo que nuestras sociedades no están habituadas, como lo estuvo Roma antes de Cristo, a que los hijos permanezcan con la madre hasta los 7 años. Ni entonces, ni en el Brasil de 2018, aunque por distintos motivos, estábamos ante el tema del "nido vacío". Alguna madres eligen a uno de sus hijos para cuide de ella cuando sea anciana. La decisión conlleva debilitar las expectativas humanas, sociales y profesionales del elegido que tendrá dificultades para casarse y formar una familia propia, no podrá destacar profesionalmente, ni alejarse de los cuidados y vigilancia de la madre. La madre siempre querrá dominar la situación y conjurar la posibilidad del abandono.
Así pues, prepararse, que lo que vamos a ver es el retrato de la madre brasileña.
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