Quizás recuerden aquella película que acaba de
cumplir 10 años, Bienvenidos al Norte, en la que un funcionario de correos iba
destinado a una pequeña oficina del Departamento de Nord-Pas de Calais,
considerada como una de las regiones más inhóspitas y frías de Francia. Ya
entonces llamaba la atención la dicción de los nativos de aquella región, que
en la versión original hacía prácticamente ininteligible la comprensión de las
frases. El mismo recurso se utiliza en esta película, ambientada, más o menos,
en la misma región.
De hecho, el director es el mismo, Dany Boon que,
desde entonces ha armado otras tres películas cómicas, ninguna de las cuales ha
vuelto a tener la frescura y la gracia de aquella primera comedia proyectada en
2008.
El protagonista, Valentin, es un arquitecto y
diseñador de altos vuelos que ha logrado escalar a lo más alto de su profesión
y que se avergüenza de su familia. Ésta carece del pedigrí necesario para dar
una buena imagen en su profesión: se trata de una familia de chatarreros del
norte. El problema se origina cuando, en un exposición sobre su obra en el
Palacio de Tokio, sus familiares aparecen inesperadamente: la hermana, el
cuñado y la madre que acaba de cumplir 82 años, todos los cuales se expresan en
la jerga dialectal de norte y con ese acento que, al parecer, hace tanta gracia
a los parisinos. El problema es que, para evitar que le relacionen con su
familia, el arquitecto siempre se ha presentado como huérfano. Solamente su
novia está en el secreto. Ella, por cierto, también está en el negocio del
diseño, vendiendo y elaborando mobiliario minimalista, prácticamente
inutilizable pero que hace las delicias de las élites económico-culturales
progres.
Tales son los presupuestos de partida. Hacia
la mitad de la proyección, el espectador empieza a ser consciente de que toda
la carga humorística radica en el dichoso dialecto Ch’ti que incluso debe ser
traducido para los usuarios de la lengua de Molière. Hacia el último tramo de
la película, se resigna a que todo gire en torno a los equívocos y
malentendidos lingüísticos. Hay alguna sorpresa, por supuesto, pero el tema del
acento incomprensible de los oriundos del Nord-Pas de Calais sigue presente en
todo momento. Y llega a cansar. Es una
pena, porque aquella cinta de 2008, nos hizo reír y esperábamos algo del mismo
o similar fuste: pero no el mismo –y único recurso- omnipresente.
Estamos ante una comedia francesa típica, pero no de alto voltaje. Más
bien, de trámite o, en cualquier caso, realizada sin el afinado necesario. Los
siete protagonistas realizan trabajos
aceptables e irreprochables, pero al servicio de un guión que le falta
“algo”: gags cómicos que resistan la traducción. La traducción hace que pierdan
el vigor cómico que tuvieron inicialmente y que en pocas ocasiones consigan el
efecto deseado.
Siendo
Bienvenidos al Norte una muy buena película, hay que reconocer que no es un
filón en el que se pueda insistir una y otra vez. Habría que decirle al
director: "oye
tío ya basta, haz otra cosa.."
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