El título que adorna a esta película argentina
hace que solamente tiendan a acercarse a ella todos los que, de alguna manera,
son aficionados, sino fanáticos, del fútbol, pero repele a los que nos trae
literalmente al fresco. De hecho, no era esa película la que está crítica tenía
intención de ver en el Film Festival de Barcelona, sino Barefoot, pero un
providencial retraso en su emisión me indujo a ver la cinta argentina, por su
origen mucho más que por su temática.
El caso que presenta la película no es raro.
Lo conocemos todos: un aficionado al fúbtol, más que aficionado fanático,
insoportable, que está perdiendo cada vez más el sentido de la realidad y
arruinando sus relaciones familiares y sociales. No es un caso único, todos
hemos vivido una situación parecida en nuestra propia piel o cerca nuestro.
Para algunos, como para el protagonista de esta película, el fútbol es algo
parecido a una secta destructiva, que le lleva incluso a ser despedido (había
visto muchos partidos de fútbol en el puesto de trabajo). De una vez por todas,
la sufrida esposa, se cuadra y le da un ultimátum: o el fútbol o ella. Explicar
lo que ocurre a continuación supondría desvelar lo que el espectador tiene que
descubrir por sí mismo. En realidad, lo que vemos es a un hombre tiranizado por
una afición y que desearía, o bien que su esposa lo compartiera o bien que se
dedicara con la misma intensidad a cualquier otra afición.
La película se hace entretenida pero está muy
lejos de apurar el tema. Hubiera hecho falta pulir un poco más el guión.
Ciertamente, se trata de situaciones que son muy fáciles de interpretar y
asumir y el trabajo ha sido fácil para los actores. Julieta Díaz realiza una
espléndida actuación y dicción que es de agradecer. Lo mismo puede decirse de
Alfredo Casero y de Peto Menahem. En cuando al protagonista, Adrián Suar, falta
algo de expresividad en sus labios y, quizás por eso, cuesta entender su
dicción y harían falta unos subtítulos.
Es una película llevadera y entretenida, con
buenas dosis de comicidad, pero que se queda a medias. No es, desde luego, de
las mejores comedias de su director Marcos Carnevale; como máximo, puede
decirse que es ligeramente superior a su anterior comedia, Inseparables (2016), pero bastante inferior a Viudas
(2011).
Película de trámite, en cualquier caso, apta
especialmente para familias y grupos sociales en los que alguno de sus miembros
sea un adicto y fanático futbolero. Que, en España, por cierto, son legión.
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