jueves, 15 de septiembre de 2016

Deutschland–83


Quien puede matar a un niño (1976) es una de aquellas joyas con las que Chicho Ibáñez Serrador nos obsequiaba regularmente. El bueno de Chicho se apostó consigo mismo que lograría hacer una película de terror sin puertas que chirrían, noches de tormenta, monstruos de guardarropía y demás elementos grangiñolescos que suelen rodear al género. El resultado fue una película en la que las puertas siempre están abiertas, que transcurre a plena luz del día, no en Transilvania sino en una isla paradisíaca y en la que, para colmo, los monstruos, son niños angelicales que no han llegado apenas a la adolescencia. 

Pues bien, esto tiene mucho que ver con Deutschland–83, una serie que nos ha sorprendido positivamente en todos los aspectos. ¿Puede haber una serie de espionaje sin los elementos clásicos del género? Deutschland–83 nos dice que sí: no veréis hombres siniestros de rostro cubierto con las solapas del abrigo y el sombrero encajado entre las sienes, no habrá brumas que envuelvan el puente en el que se desarrolla la trama, tampoco lujosas oficinas con megapantallas que reproduzcan imágenes en directo recibidas vía satélite, ni siquiera sofisticadas mujeres fatales o agentes apuestos y viriles a mansalva, sin todo lo cual, una película espías no lo es tanto. Y, sin embargo, es una de las mejores series de espías que hayamos visto. De espías realmente existentes.

La trama nos sitúa en el año 1983, cuando la Alemania Oriental (la RDA), estaba verdaderamente alarmada por el anuncio de instalación de misiles tácticos norteamericanos con carga nuclear en el territorio fronterizo con la Alemania Occidental (la RFA). Eran los tiempos en los que el presidente Reagan había decidido dar carpetazo a la Guerra Fría y, como se sabe, la mejor forma de liquidar un conflicto, es venciendo. Reagan estaba dispuesto a enmendar los años de políticas timoratas y distendidas de sus predecesores que habían envalentonado a la URSS y optó por atacar en varios frentes al mismo tiempo: uno de ellos fue el despliegue de misiles nucleares en Europa. Los servicios de inteligencia de la RDA trataron por todos los medios de neutralizar esta operación ofensiva y lo hicieron utilizando dos canales: promover grupos pacifistas que multiplicaran sus protestas contra la guerra y –como era evidente que esto no iba a bastar– tratar de obtener una información exacta del emplazamiento de estas baterías de misiles nucleares para destruirlos. Para esta función, un joven inexperto de apenas 24 años es reclutado –prácticamente a la fuerza y por una familiar suyo, lo más próximo a una “mujer fatal” que aparece en la serie– para sustituir al ayudante de uno de los mandos militares alemanes de la OTAN. Ese joven, de repente, de ser un estudiante que está realizando su servicio militar en la policía de fronteras de la RDA, se encuentra como espía introducido en el cuartel general de la OTAN. Tal es el arranque de la trama.


El guión está meticulosamente realizado y la ambientación en 1983 –ni un año antes, ni un año después– es, sencillamente exacta hasta lo obsesivo. Que nadie busque en esta serie espías como los que ha visto antes, todos son personajes normales, casi hasta lo vulgar. El protagonista, sin ir más lejos, es un joven como los que se podía encontrar en cualquier universidad europea de la época. La trama en la que se ve embarcado como agente de la STASI (servicio de inteligencia germano–oriental) le rebasa con mucho, pero tiene buenas razones para cumplir con la misión encomendada. En cuanto a sus jefes en el espionaje germano–oriental se trata de personajes que aúnan dos características: creen en su misión (defender a la RDA de los “ataques imperialistas”) y son seres brutales (la misión –la seguridad del Estado comunista– es lo primero y todo lo demás carece de valor). Los colaboradores con los que cuentan en la Alemania Occidental están todos persuadidos de que están “trabajando por la paz”. El clima de la Guerra Fría no podía estar mejor descrito.
¿Tiene algún “mensaje subliminal” que merezca recordarse? Sí, especialmente para los alemanes que todavía quieren explicaciones sobre porqué su país quedó dividido y enfrentado durante los cuarenta años que duró la Guerra Fría: de 1948 a 1989, del bloqueo de Berlín a la caída del Muro. Intenta comprender la historia alemana de aquella época. Y la conclusión es que, si fue así y no de otra manera, fue porque Alemania era un país colonizado en el Este por los soviéticos y gobernado por sus peones y en el Oeste por los EEUU a través de la OTAN. La serie evita tomar partido: no es un producto que salga descaradamente en defensa del “mundo libre contra la opresión comunista”, ni tampoco un panfleto “pacifista denunciando el belicismo imperialista”. Es simplemente, una descripción novelada de unos hechos que, en esencia, fueron tal como los registra el planteamiento inicial de la serie: la última fase de la Guerra Fría. 


La serie tiene algunos momentos cumbre en donde la ironía se une a la tensión. Quizás el más memorable sea cuando el protagonista consigue penetrar en la habitación de un alto mando de la OTAN y conseguir los documentos que le han ordenado. Cuando logra abrir la caja fuerte (a base de ganzúa y palanqueta) se encuentra –oh maravilla de maravillas– con un objeto que jamás había visto: “un cuadrado, como de plástico negro con ranuras”… Nuestro protagonista que esperaba unos papeles para fotografiar, se ha encontrado con un diskette, uno de aquello floppy–disk de 8 pulgadas por los que todos los que peinamos canas nos introdujimos en el mundo de la informática. En 1983, IBM había sacado su histórico Personal Computer (PC) que puso la informática al alcance de todos. El gag se sitúa entre la comedia y el drama y es el resultado de una ambientación rigurosa y de un recordatorio metódico de cómo fue aquella época, época de transición, de cambio y de novedades que discurrían a más velocidad en el Oeste que en el Este.

Pronto percibiremos una angustia permanente que circula de manera transversal por todos los capítulos y que, a buen seguro es lo que constituye su mayor atractivo y enganche. El espectador es consciente de que, en cualquier momento, el protagonista puede ser descubierto. Esa sensación no se disipa en ningún momento y va creciendo a medida que se desgranan los capítulos. Quienes vean la serie se situarán en un permanente sobresalto sobre el destino del joven protagonista con el que empatizarán inmediatamente. Y es que el cine alemán desde el expresionismo de los años 20, siempre ha sabido explotar la vena angustiosa, cruda y asfixiante de la que Deutschland–83 es digno heredero. La serie es extremadamente perfeccionista y, aunque los actores son completamente desconocidos en España y sus nombres no nos dicen gran cosa, realizan un trabajo convincente, amparados en un guión hábil, fluido y que mantiene la tensión a lo largo de sus ocho entregas.


Hay que fijarse especialmente en la banda sonora: incluyo los ritmos más conocidos a cuyo son bailaba la juventud europea de los 80. Sobre la ambientación, los decorados, el vestuario, son irreprochables. No es raro que la serie tuviera muy buena acogida en Alemania  y la crítica lo puntuara con una media de 8,2. La incorporación de SundanceTV al proyecto ha hecho que esta fuera la primera serie alemana proyectada en EEUU.

En el momento de escribir estas líneas, se ha confirmado la segunda temporada (Deutschland–86) a la que –si la audiencia es aceptable– seguirá la temporada final (Deutschland–89) dedicada a los últimos meses de la República Democrática Alemana, antes de la caída del Muro de Berlín y de su reunificación con la República Federal Alemana. La serie es el resultado de una coproducción entre la ANC Networks, SundanceTV y el canal alemán RTL. Los alemanes llevan la batuta y se trata de un producto muy diferente a las series norteamericanas.

Deutschland–83 se ha ido estrenando en diversos países desde su primera emisión en Alemania en junio de 2015 y de ahí ha pasado al ámbito anglosajón en los dos lados del océano. En España se difundió a través de Canal+ a finales de 2015 y el hecho de que pasara casi desapercibida, no quiere decir que no gustara, sino solamente que la cantidad y dispersión de oferta televisiva española impidió que se comentara como merecía. No es la única serie que ha discurrido discretamente en nuestro país, en donde todo lo que no es telebasura tiende a quedar relegado a la irrelevancia. Vale la pena buscar la serie, verla y degustarla. 


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