Documental de dos horas de duración sobre Whitney Houston que se pre-estrenó en la pasada edición del Festival de Cannes y que ahora está a punto de llegar a las pantallas españolas. Tiene la virtud de constituir una oportunidad para que quienes han coleccionado su música en el formato que sea (la Houston nació en el tiempo del “disco microsurco”, empezó a cantar en los tiempos de la cinta cassette, se consagró con el CD y falleció cuando el mp3 arrasaba con todo lo anterior) se aproximen a la vida de la cantante.
Whitney Houston falleció prematuramente, con solo 48 años, en febrero de 2012 y lo hizo en circunstancias lamentablemente complicadas. Este no es el único documental sobre la cantante. No hace ni un año se estrenó otro, Whitney: Can I Be me (2017) de Nick Broomfield que se centra en el período de autodestrucción de la cantante y que tiene la virtud de dejar el corazón encogido. Éste que llega ahora, dirigido por Kein MacDonald es mucho más amplio y riguroso, mejor documentado y menos dado al amarillismo (el de Broomfield insiste exclusivamente en drogas y amoríos).
El problema es que dos documentales en tan poco tiempo sobre Whitney Houston, y otros muchos más sobre cantantes con voces extraordinarias y vidas familiares difíciles, encontronazos con estupefacientes, cortes de aprovechados en torno suyo y relaciones poco acertadas, abundan en los últimos tiempos. Los hemos visto sobre Elvis Presley y sobre Amy Winehouse. En todos ellos el denominador común es el mismo: vida trágica y descontrolada con el paso tambaleante sobre el cable de la locura.
El cantante es una máquina de hacer dinero, pero también un instrumento de música tras el cual existe un batallón de técnicos que pulen, miman y afinan cualquier sonido que emita y corrijan el sonido desafiante cuando aparezca. El trabajo de todos ellos se muestra imposible cuando el propietario del instrumento (de esa voz oculta en el cuerpo) no ha sido educado para tener una vida sana, honorable y digna como ser humano. Como si el propietario de un Stradivarius se lo llevara en sus correrías nocturnas, lo zarandeara y lo golpeara sin importante su valor, ni pareciera interesado en mantener su integridad. Esto mismo fue lo que le pasó a Whitney Houston y a tantos otros.
Muchos artistas que nos han conmovido, han protagonizado lamentables tragedias personales. Disponiendo de la maravillosa capacidad para impactar con sus voces en nuestra alma, pudiendo abrir las puertas a los sentimientos y las emociones, apenas han estado en el candelero durante unos años, han sufrido un rápido declive y un día nos enteramos por la prensa que son ya cadáveres.
Es difícil olvidar el videoclip I Will Always Love Youy, seguramente lo mejor en la producción de la Houston y el que causó más polémica. A diferencia de en los EEUU, la película El Guardaespaldas (1992), cursi, de guión simple, previsible, en España no causó un revuelo particular. El documental de Kevin Macdonald nos recuerda que en Estados Unidos y en aquel año de las olimpiadas de Barcelona-92, todavía resultaba impensable que un blanco besara a una negra.
Detalles como éste son los que hacen que este documental interesante, ilustrativo, entretenido y recomendable. Quizás el director se extienda demasiado situándonos de forma demagógica en contexto político y social para llevarnos por una autopista equivocada. Esto hace que el verdadero problema de la Whitney, convertida por su séquito familiar y sus amigos en la “gallina de los huevos de oro”, pase a segundo plano. Porque fue este entorno el que llevó por la calle de la amargura a la cantante hasta conducirla, lenta y pausadamente hacia la autodestrucción. Viéndose incapaz de salir de la zona de confort que los demás esperaban que ella les mantuviera ad infinitum, fue declinando por la pendiente hasta su triste final. Es difícil situar la frontera de quien fue más culpable.
Después de las dos horas de proyección, de este cuidadoso documental, uno se pregunta si vale la pena conocer al dedillo las biografías de nuestros artistas favoritos: porque una cosa es la música que toca un instrumento y otra muy distintas las circunstancias en las que ha sido fabricado y cómo se utiliza. Y es posible que lo importante sea, únicamente, cómo suena.
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