Hasta ahora, Xavier Legrand solamente había dirigido un corto conocido en España (Antes que perderlo todo, 2013) firmado junto con Alexandre Gavras (cinematográfico apellido que, efectivamente, resulta ser el del hijo de Costa Gavras) y que mereció un premio de la Academia Francesa. Custodia compartida es, pues, su primer largometraje, que compitió en la 74ª Mostra de Venecia y en el Festival de San Sebastián, siendo premiada en ambos casos. Así que, en principio, la experiencia que le falta a Legrand, la suple con una opera prima que, indudablemente, ha sido reconocida internacionalmente.
La película nos habla de algo, lamentablemente, muy común: los problemas que arrastran los divorciados por la custodia de sus hijos. No hay legislación que pueda resolver el asunto. En realidad, el mero título de la película es casi un spoiler. Así pues, no es originalidad lo que podemos encontrar en esta cinta, sino el análisis de algo que se ha convertido en cada vez más cotidiano. El hecho de que el análisis de la situación sea extremadamente correcto es lo que hace que la película haya llamado la atención. El hecho de que Custodia Compartida sea casi una película de terror –terror doméstico, hay que decirlo- es, simplemente, por que una situación extrema es la mejor excusa como para plantear un problema que ha devenido casi cotidiano.
La película nos muestra a una pareja de divorciados. Ella solicita la custodia exclusiva de su hijo. ¿El motivo? Sostiene en la demanda judicial que el padre es violento. La pareja ha tenido dos hijos. La mayor, es una muchacha insustancial que solamente piensa en su vida amorosa: cualquier cosa que vaya más allá le parece demasiado distante para ella. El hijo menor, en cambio es un maltratador hacia su padre, aunque, como podremos ver, a medida que avanza la película, el patrón de maltrato es algo que se aprende en familia y se copia. La película nos cuenta cómo se desarrolla la petición de custodia exclusiva. Nos mostrará las divagaciones de la judicatura y cómo los jueces ven el problema. El padre se ve a sí mismo, como un padre despreciado, no soporta el destierro del hogar familiar y el hecho de que su mujer haya reconstruido su vida, disfrute de un piso de protección para mujeres maltratadas, mientras él sigue en su amargada soledad. En un momento dado estalla y se toma la iniciativa sin considerar las leyes o los códigos de comportamiento social.
Seguro que a algunos este tema les sonará en carne propia o a través de algún conocido. Si atribuimos un valor universal a la película, lo visto es aplicable a muchos casos de divorcio con hijos. Obviamente, para elevarla a producción cinematográfica, ha habido que extremar los rasgos de algunos personajes, pero el fondo de la cuestión nos remite a tal o cual situación que conocemos bien.
Es todavía más meritorio el hecho de que sea una ópera prima y que el director (y, al mismo tiempo, guionista) se haya atrevido con un tema que, en cualquier caso, resulta incómodo. Hubiera podido caer en una visión sentimentalista y emotiva a favor de una o de otra parte. Afortunadamente, lo que nos presenta es una visión áspera y realista de un problema que está presente en nuestras sociedades y que, se mire por donde se mire, tiene difíciles salidas. Existe además una correcta a inteligente dosificación de las situaciones de tensión. Y, además, lo que vamos a ver nos sorprende: lo que, en principio –a partir de las primeras escenas- creemos que va a ser un simple “drama social”, va convirtiéndose, a medida que avanza la trama, en un verdadera e intenso “thriller psicológico”.
Muy bueno el casting. Conocíamos a Léa Drucker, entre otras cosas, por haberla visto recientemente en series como Le bureau des légendes (2015, Oficina de infiltrados) que resume una larga trayectoria de interpretaciones. Otro tanto puede decirse de Denis Menochet, poliédrico actor con brillantes actuaciones en películas de género negro (incluso está presente en la versión de Asesinato en el Orient Espress, en la que David Suchet encarna a Hércules Poirot), en secuestros (7 Días en Entebbe) y en dramas familiares (Pieds nus sur les limaces, 2010) o en películas de aventuras (Robin Hood, 2010), aportando su experiencia y buen hacer. Incluso el niño, Thomas Gioria, luce una genial interpretación.
Una película sobre la violencia doméstica y la mentira. Su interés y su alcance son universales. Gustará, claro está, a los que sientan cierta predilección por los dramas psicológicos. No crean que van a ver una réplica europea de Kramer contra Kramer (1979), ni que nada que se parezca a algo que hayan visto hasta ahora en la pantalla. Es otra cosa que casi se podría llamar “realidad mejorada”, de no ser porque éste término tiene hoy connotaciones cibernéticas.
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