Llega el tercer largometraje del joven director polaco Tomasz Wasilewski que nos muestra la situación material y emocional del país en el momento de la caída del “telón de acero”. Es el año 1990, en los 45 años anteriores, Polonia ha pasó de vivir las consecuencias de una guerra devastadora a un régimen comunista que, a partir de finales de 1980, con el inicio de la larga huelga en los astilleros de Danzig, empezó a encontrar dificultades internas. Polonia estuvo en la vanguardia de la enfermedad terminal que generó la destrucción de la cadena de alianzas de la Unión Soviética y que obligaron –junto a otros factores- a la política de “glasnost” y a la “perestroika” del presidente Gorbachov y, finalmente, a la disolución del mundo comunista.
Bruscamente, en 1990, todo cambia; el consumo llega a Polonia, el país vuelve a ser lo que había sido siempre: un país tradicionalmente católico en el que el régimen socialista no había conseguido cambiar su forma de ver la vida, sino que trató de incorporarla. Hasta ese momento, la familia tradicional, compuesta por padre, madre e hijos, había sido el modelo universal de convivencia en Polonia. A partir de ese momento, con la apertura de fronteras y la homologación democrática, millones de padres se vieron obligados a recurrir a la emigración para aumentar las expectativas de consumo de sus familias. Nueva York se convirtió en la meca de muchos de ellos. Por entonces, Wasilewski era un niño de apenas 10 años, pero recuerda aquella situación de manera muy nítida. De hecho, esta película –en la que él mismo ha elaborado el guión además de asumir la dirección- es el resultado de sus recuerdos de infancia, una suma de situaciones que él mismo vió en el bloque en el que vivía.
La película nos muestra cuatro historias, ligadas por el lugar en el que ocurren y simultáneas. Son las historias de cuatro mujeres: la primera es una chica joven que se casó a los 14 años, tiene una hija, la segunda es la directora de un instituto, la tercera vecina es una profesora mayor ya jubilada y la cuarta es una joven profesora de baile. En todos los casos se trata de personajes que sufren problemas psicológicos y situaciones de malestar interior. El título es accidental: las situaciones tienen que ver con los amores de estas cuatro mujeres, pero también con otros muchos sentimientos, pasiones y estados psicológicos.
La película y el guión surgieron de los recuerdos infantiles de Wasilewski que siempre se planteaba qué ocurría detrás de cada puerta del bloque de pisos en el que vivía. Él mismo ha recordado que vivía en un bloque exactamente igual al que aparece en la película y que todos los personajes son absolutamente reales. Sin embargo, la trama es una fantasía creada por su imaginación sobre lo que ocurre al otro lado de la puerta. En Polonia, hasta la caída del Telón de Acero, los maridos se iban a trabajar a las 7:00, los niños iban al colegio llevados por sus madres y éstas, a partir de las 9:00 se quedaban solas, tras la puerta. A Wasilewski le fascinaba pensar qué pasaba por la mente de aquellas mujeres, cómo se comportarían, en esas horas de soledad que la nueva situación iniciada a partir de 1990 no mejoró: porque, a partir de entonces, los maridos no se iban a las 7:00 y volvían en la tarde, sino que emigraron para permanecer años y años fuera del país (muchos, para no volver), alejados de sus hogares y de sus familias. El propio entorno familiar de Wasilewski experimentó esta situación con un padre que enviaba dinero cada mes desde Nueva York, pero que permanecía lejos.
La película resulta verosímil y convincente y nos muestra, no la historia de Polonia tras la caída del comunismo, sino cuatro historias de mujeres que reflejan y pueden extrapolarse a la historia de la sociedad polaca de aquella época. Es, tanto un estudio sociológico, como un relato psicológico cuyos méritos fueron reconocidos en el Festival de Cine de Berlín en donde Wasilewski recibió el premio al Mejor Guión o en el Festival de Cine Europeo en donde fue nominado en la misma categoría.
La dirección es ágil y evita los tiempos muertos que suelen aparecer en películas de esta temática. Si se puede definir el contenido del guión y el resultado de la película con dos adjetivos, estos deberían ser, indudablemente, “sinceridad y autenticidad”. Era una película difícil y comprometida porque nos muestra a una sociedad polaca, a través del retrato de cuatro mujeres, de la época, en la que mientras las varones están ausentes, las mujeres buscan cariño, amor, comprensión, comunicación, expresar sentimientos y llenar de alguna manera sus vidas que perciben como vacías o, al menos, como incompletas en medio de una balsa de aceite social hecha de conformismo e inercia en relación a las tradiciones y usos del tiempo pasado.
Buena parte de la agilidad y frescura que despide la película se debe al concurso del director de fotografía (a cargo de un técnico rumano, Oleg Mutu) que pone especial cuidado en que las escenas más comprometidas, desnudos incluidos, no caigan en la vulgaridad. La fotografía, sin duda, acierta utilizando unos tonos grises y gélidos; no precisa una escenografía ampulosa, sino austera y concisa: con apenas unas pinceladas nos hacemos una idea de cómo fue aquella época y qué elementos ambientales decoraban la realidad polaca. Hay algo frío, casi glacial, que se debe en parte al clima de aquellas tierras, pero también responde al tono con el que fueron vividos esos años por las cuatro protagonistas: se mantienen en pie en medio del frío con la esperanza de que algo ocurra en sus vidas y la temperatura ascienda a grados más agradables. Eso mismo es lo que esperan de la vida. Oleg Mutu sabe recoger esta exigencia del guión con una simplicidad extraordinaria y, a ratos, sobrecogedora.
Las interpretaciones están todas muy en su punto. En todos los casos se trata de actrices y actores con amplia experiencia en la cinematografía polacas y, por tanto, solamente conocidos por aquellos espectadores que tienen propensión por los cines minoritarios. Probablemente la más conocida sea Magdalena Cielecka, una de las protagonistas de la película de Andrzej Wajda, Katyn (2007) sobre la masacre de 15.000 oficiales polacos ejecutados por los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, y de la serie de televisión El pacto (2015), primera producción de HBO en Polonia, en la que, por cierto, también aparece Marta Nieradkiewics, la vecina que aspira a ser modelo. Un reparto experimentado que asume con facilidad sus papeles y contribuye a aumentar su credibilidad.
El tránsito brusco, en apenas unos meses, del comunismo al capitalismo, acarreó en todas las sociedades del Este, problemas. Unos, porque pronto vieron, que el capitalismo no suponía atar los perros con longaniza, sino que los peces grandes se comían a los pequeños; otros porque no terminaban de estar seguros de que aquella situación fuera permanente, sino que creían que podía revertirse y que, nada garantizaba que el comunismo no volviera otra vez; los hubo que se desesperaron por ver lo que el libremercado era capaz de colocar en los escaparates de consumo, pero que ellos jamás podrían alcanzar; también hubo mujeres que, en su soledad, tras la puerta de sus austeros apartamentos, oscilaban entre las pequeñas alegrías y las decepciones de lo cotidiano. De estas últimas trata esta película.
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