La artritis reumatoide había hecho de Maud Lewis (1903-1970) una mujer deforme y pobre. Su madre le enseñó a dibujar pequeñas acuarelas inspiradas en motivos navideños para vender. Su marido, un pescador, tenía más éxito vendiendo estas pequeñas tarjetas que haciendo otro tanto con el producto de su trabajo en el mar. Su pintura tenía un estilo extremadamente colorista, luminoso y naïf. El brillo que no tuvo en vida supo trasladarlo a sus cuadros que frecuentemente representaban recuerdos de infancia, animales, flores y paisajes. Vivía en una minúscula casa de una sola habitación con altillo. Maudie era, al parecer, un personaje vivaz, optimista, maltratada por la enfermedad, que conoció a Everett Lewis, un pescador cuarentón que precisaba una asistenta para su casa. Lo que siguió fue una acelerada historia de amor: se casaron pocos meses después. Ella le acompañaba a vender pescado y, pronto vendió también las tarjetas que dibujaba. A la vista el éxito, él le animó a que aumentara su producción. Y esto es lo que nos muestra la directora canadiense Aisling Walsh en la cinta que lleva el nombre de la artista canadiense cuyo impacto en el arte popular canadiense tiende hoy a examinarse con mayor interés que en su época.
La película, proyectada el 26 de abril en la Sección Oficial del Barcelona Film Fest – Sant Jordi, dejó muy buena impresión en la audiencia y gustó. Se trata de una película minimalista, intimista sobre aquella canadiense que maravilló al mundo con sus pinturas folk. Tres palabras definen la cinta: conquista – ternura – humor. Inicialmente, la atribulada chacha y el malcarado e iracundo pescador no parecían una pareja destinada a protagonizar una historia de amor como termina ocurriendo; la ternura es inherente a la protagonista, a su pintura y a su historia personal; y en cuanto al humor, no solo es inherente a la representación que hace de ella, Sally Hawkins, sino que también estuvo presente en el personaje. Cuando se habla de una película así se suele decir que es un “drama y un ejemplo de superación personal”. No son las frases que convienen aquí, sino más bien recordar a Maudie y a su marido (interpretado por Ethan Wawke) como dos fuerzas de la naturaleza de sentido opuesto, una de las cuales doblegó a la otra.
En cuanto a la directora de la película, Aisling Walsh, este es su primer largometraje, después de un largo aprendizaje en series y tv-movies. La directora, de origen irlandés y formada cinematográficamente en Inglaterra, asumió un reto: aproximar a una pintora desconocida fuera de Canadá, a un público que se deja impresionar ya por muy poco. La Walsh corría el riesgo de caer en la sensiblería ñoña o, simplemente, generar una fácil sensación de piedad distante como la que puede sentir el que da unos euros a cualquier ONG más o menos opaca. Sin embargo, ha conseguido aproximar el personaje al público y trasladar la idea de que la creación artística es una poderosa herramienta de liberación interior: quien tiene un mundo que expresar no precisa ni la comprensión, ni la solidaridad, ni la caridad.
Seamos claros: no es una película que vaya a gustar a todos los públicos, pero sí gustará a todos los que sepan apreciar un trabajo de creación del personaje llevado exaequo por la guionista (Sherry White), por la directora y por la protagonista. Sin olvidar el buen momento artístico que está atravesando Ethan Hawke (con una docena de papeles muy convincentes, interpretados en los últimos tres años).
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