En EEUU el arte empieza en el siglo XIX. Antes los colonos de nueva Inglaterra no estaban para recrearse el espíritu sino para sobrevivir y, antes aún, los nativos tenían como altares a la naturaleza y a los elementos y no precisaban construir grandes templos como Chartres, la catedral de Burgos o el Partenón de Atenas. Y en el siglo XIX, el arte que se creaba en EEUU iba a remolque del que surgía en los bistrós del Barrio Latino y en los arrabales de París. Hay un desfase de 20 años entre el impresionismo francés y el que empezó a practicarse en EEUU en 1880 y quienes llevaron ese estilo al otro lado del charco eran artistas que previamente se habían formado directamente con Monet (Theodore Robinson) o se habían hecho habituales de las exposiciones de arte francés (como Hassam). No había bistrós, así que los artistas norteamericanos se agruparon en “colonias”. Este fue el gran hallazgo del impresionismo americano: la naturaleza.
No nos cabe la menor duda de que, en un plazo más o menos breve, este documental será proyectado en TV2 y generará una sensación indeleble en quienes tengan la suerte de verlo. Nos enseña mucho sobre las resistencias a transformar la sociedad rural norteamericana en sociedad urbana. Aquella nación era todavía joven en 1880. Apenas un siglo antes había tenido lugar la guerra de la independencia y la redacción de los primeros documentos que anunciaban las revoluciones burguesas que luego se extenderían por Europa. George Washington y sus compañeros aspiraban a preservar el espíritu independiente de los granjeros de Nueva Inglaterra que se convirtieron en el foco originario de los EEUU. Pero a mediados del siglo XIX la vida urbana empezó a crecer desmesuradamente. Cuando estalló la Guerra de Secesión americana ya existían grandes núcleos urbanos tanto en el Sur (que seguía siendo eminentemente agrícola) como en el Norte (más industrializado y, por tanto, con mayores concentraciones urbanas). El impresionismo americano es, seguramente, una de las últimas muestras, casi nostálgicas, de fidelidad al espíritu de los “padres fundadores”: la naturaleza que descubrieron los pintores expresionistas de aquellas latitudes durante su estancia en las “colonias artísticas” les hizo evocar con cierta nostalgia aquel pasado que se les escapaba de las manos.
Una cosa llamó la atención de aquella generación de artistas: la imagen del jardín. El primer jardín, el del Edén, fue construido por Dios; sin embargo, se atribuye la primera ciudad a Caín. El jardín es la naturaleza ordenada en función de criterios de estética y belleza, a diferencia del bosque, la naturaleza salvaje, caótica y desenfrenada. Esta última fue la que vieron los artistas impresionistas en estancias en el campo y la que nos muestra este genial documental de Phil Grabsky (el que hace unos años nos sorprendió gratamente su estudio sobre Matisse en vivo [2014] o su tetralogía sobre la música clásica dedicada a Chopin, Beethoven, Mozart y Hayn). Proyectado en la sección de Exhibition of screen en el Festival Internacional de Cine de Barcelona – Sant Jordi, sorprendió a los presentes por su rigor y modales estéticos. El arte y la cultura le tiran a Grabsky que no puede evitar realizar incursiones una y otra vez sobre la materia.
Hay algo a destacar: la voz en off que luce un inglés pefectamente modulado, tras la que se reconoce a la protagonista de The Fall o de la “inquietante agente Scully” de los Expedientes X: Gillan Anderson. En realidad, encontrar en nuestra época alguien que apueste por documentales de calidad como éste, es casi un verdadero Expediente X.
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