viernes, 30 de septiembre de 2016

Varg Veum, o el hombre que no quería ser Sam Spade o Philip Marlowe


Más que una serie televisiva, Varg Veum es un conjunto de doce largometrajes que llevan al cine al personaje creado por Gunnar Staalesen, otro de los autores suecos de novelas policíacas que han revolucionado el género desde que publicó en 1979 Su muerte, la primera de su producción protagonizada por este personaje. Porque Varg Veum es el nombre de un detective privado. Doce de estas novelas han sido llevadas al cine y proyectadas por televisión (por TV2 en nuestro país). En la gran pantalla, se estrenaron las seis primeras entregas de la serie.

Lo primero que cabría preguntarse es por qué desde principios de los años 80, una constelación de escritores nórdicos empezaron a escribir novela negra y porqué, luego, la industria cinematográfica de aquellas latitudes empezó a producir películas y series trasladando estas novelas a todos los formatos de pantalla. El género se convirtió con Stieg Larsson en fenómeno mundial y la trilogía Milleniun fue unánimemente aceptada en las salas de proyección. Por esa misma senda entraron en avalancha otros muchos autores (el sueco Henning Mankell, el islandés Arnaldur Indridason, el noruego Jo Nesbo, y así hasta superar la docena). Estos datos evidencian lo amplio de un fenómeno que ha merecido un nombre propio en la literatura de finales del siglo XX y principios el XXI: la “novela negra nórdica”, el “nórdic noir”.



Los países nórdicos no son lo que generalmente se cree. El alcoholismo, la violencia doméstica (un 20% de mujeres han visto o vivido alguno de estos episodios), el acoso escolar (18%), la tasa de suicidios (22 por cada 100.000 habitantes), la delincuencia, están cada vez más presentes en aquella zona y demuestran que la “sociedad del bienestar”, precisamente, está en declive justo en el lugar en el que nació. Freud decía que si Europa Occidental era una sucesión ilimitada de monumentos, catedrales y obras de arte era porque existía represión sexual y la gente debía de emplear en algo su tiempo de ocio. Por lo mismo, el viejo obseso de Viena explicaba que la falta de grandes monumentos era el indicativo de la libertad sexual del Norte de Europa. Pero, Freud era Freud y explicaciones de este tipo valen como broma intelectual, no como tesis demostrada, especialmente porque la proliferación de novelas nórdica y su aceptación en aquellos países indicaría “tiempo libre” para la lectura… un tiempo que debería sustraerse del dedicado al cultivo de la sexualidad. 

Otros han aludido a la climatología: la falta de luz conduce directamente a la depresión. Sobre la depresión viajan todo tipo de patologías sociales. Los hay que opinan que la naturaleza humana no se ha hecho para la buena vida, sino para el sufrimiento, la lucha y el esfuerzo, la dureza y el sacrificio, siendo así que cuando una sociedad se instala en prados más llevaderos, inmediatamente desaparece su tensión vital y tiende a degradarse. Explicaciones no faltan (y las hay para todos los gustos).

Por nuestra parte, buscaos la explicación en la sociología. Si el género negro se ha convertido hoy en la especialidad de las literaturas nórdicas, se debe, especialmente a los miedos y a las angustias que atenazan a una sociedad, aparentemente, feliz: el desgraciado quiere conquistar la felicidad, tanto como el hombre feliz, teme perderla. Uno siente deseo, el otro angustia. Los países nórdicos están en esta situación: y esa angustia se refleja en sus aficiones literarias y en sus producciones cinematográficas. Y aquí podía incluirse el cine de Bergman. 

Pero el cine de Bergman era minoritario y sus películas –como el existencialismo nórdico- tenían dificultades en llegar a las masas y, mucho más, en ser entendidas. El filón que han encontrado ahora las cinematografías nórdicas es el género negro que, no solamente refleja sus miedos, sino que podía ser compartido con países “menos felices”. 


El ciclo de Varg Veum nos muestra a un detective privado que antes había sido funcionario de menores y nunca lleva armas. Muy nórdico. En cualquier novela negra americana, Sam Spade de Dashiell Hammett o el Philip Marlowe ideado por Raymond Chandler, se sentirían desprotegidos sin un Colt 45 en la sobaquera. Nadie se acordaría de ellos sin ese aspecto de marmolillo del 8, duros entre los duros y capaces de enfrentarse a malvados más infames que un veneno caducado. Varg Veum, en cambio, tiene aspecto de modelo nórdico, con ese desaliño en el vestir propio de quienes no necesitan realzar su figura con un Armani, sino que les basta cubrirse con moda de mercadillo. No es infalible en su trabajo: con frecuencia recibe más palos que una alfombra y, algunas de sus investigaciones generan daños colaterales que hacen que estar cerca de él pueda causar daños irreparables. Menos mal que siempre tiene cerca al inspector jefe, policía e la vieja escuela que tiene tendencia a tratarlo como a un hijo el que debe educar a veces, apoyar en otras y, con frecuencia regañarlo e incluso encerrarlo en el calabozo. No se sabe bien de qué vive, porque la mayoría de casos que investiga son causas perdidas o nadie se las ha encargado, simplemente hay algo en cada episodio que le induce a llegar al fondo de la cuestión, sin importarle si lo que encontrará será remunerado o no. 

Ama la justicia, lleva una vida, más o menos normal, novia ocasional, se sabe poco de sus aficiones y ni siquiera está claro que las tenga. Y, sobre todo, nada de armas no sea que pudiera hacer daño a alguien. Es un detective a medida de los países nórdicos. Ese es Varg Veum.

El papel protagonista en los doce episodios de la serie está asumido por Trond Espen Seim, al que ya conocíamos de la miniserie Mammon (2016) y en la serie producida por la televisión alemana Cape Town (2016, Ciudad del Cabo) todavía no estrenada ni subtitulada el castellano. Es convincente en su actuación y su físico, claro está, supone un valor añadido a una serie agradable por sí misma y bien guionizada. En idénticas coordenadas se sitúa el actor Bjørn Floberg, inspector jefe de la policía, con el rostro tallado según el modelo de los policías duros pero justos, escépticos pero escrupulosos en su trabajo. En cada episodio aparecen protagonistas femeninas que revalorizan el “mito de las suecas” que se extendió por la Europa Mediterránea en los años 50. Más que a las hechuras de Anita Ekberg, están próximas a las formas longuilíneas y a la interpretación de Liv Ullmann.


La narración, siempre es ágil y amena. En ninguno de las doce entregas filmadas hasta hoy se cae en el aburrimiento o en desarrollos ya esperados. Existen en cada episodio sorpresas, giros y sobresaltos, metidas de pata del protagonista que llevan a situaciones imprevistas. Nadie se aburre con esta serie, ni siquiera aunque lleve el aburrimiento impreso a fuego en su código genético.

Las doce entregas tienen un público preferencial en aquellos seguidores incondicionales del cine negro y, por supuesto, en los fanáticos del “nordic noir”. Gustará también a quienes busquen amenidad y distracción y huir durante hora y media de sus problemas sumergiéndose en una narración que, de partida, no se sabe lo que nos va a deparar pero ante la que existe la seguridad de que no nos defraudará. Y gustará, por supuesto, también a l@s que quieran ver evolucionar a un tipo atractivo, alejado de la figura del latin lover pelmazo y de la caspa con olor a hamburguesa y manchas de mostaza que parece cubrir la gabardina de Marlowe o del mismísimo Sam Spade.

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