Las cuatro temporadas de The Killing (2011-2014) producen una extraña sensación, especialmente para los que hace no tanto vimos su matriz originaria, la serie danesa Forbrydelsen (“crimen”). La serie danesa rezumaba calidad por los poros y nos pareció una propuesta original: una detective de homicidios se obsesiona con un caso y subordina su vida personal a la resolución del crimen. Todo funcionaba a las mil maravillas e incluso la serie permitía penetrar en la política danesa y ver que los concejales allí pueden ser detenidos a la mínima sospecha de que han participado en una barrabasada. Luego, cuando vimos Borgen (2010-2013) nos aproximamos un poco más al intríngulis de la política danesa. Se trata de dos series danesas antológicas y recomendables; la primera para los que amen el “nordic noir” y la segunda si desean admirar la réplica europea de House of Cards (2013-2016).
Cuando en Hollywood faltan ideas, o se intenta reactualizar el pasado (los consabidos remakes) o se copia lo que hacen otras cinematografías (y se adapta al público norteamericano, contando con que las redes de distribución norteamericanas son más tupidas que las europeas y el producto tendrá más salida). Y así es, efectivamente. Pero no basta con identificar una buena idea, pagar royalties y adaptarla. Especialmente si esa adaptación es absolutamente servil y todo consiste en abreviar la palabra Forbrydelsen y comprimirla en Killing. Fue lo único que se comprimió: de hecho, la primera temporada de la serie danesa tarda dos temporadas en desarrollarse en la norteamericana. Eso y quién resulta ser el asesino, son las únicas variaciones entre ambas series.
En esas dos primeras temporadas de The Killing se evidencia que la adaptación se ha hecho mal y que ha resultado poco imaginativa. Cambiar Coopenhage por Seattle y americanizar los nombres nórdicos tampoco parece un gran alarde creativo. Si no se ha visto la primera temporada de la serie danesa, The Killing puede parecer un producto televisivo pasable, más o menos, bien hecho, que nos introduce en la sordidez y en las miserias de la sociedad y de la política norteamericanas. Pero si, previamente, se ha visto la primera temporada de la serie danesa, se percibe claramente que el original supera por goleada a la copia.
Como guiño y tributo a la serie danesa, los productores norteamericanos, de manera algo forzada, introdujeron en uno de los capítulos a la actriz protagonista de la versión danesa, Sofie Gråbøl, la “detective Sarah Lund”, que en la americana pasa a ser la actriz Mireille Enos, procedente del teatro, que aquí es la “detective Sarah Linden”. Pero el guiño no hace nada más que reforzar la sensación de que el original es muy superior a la copia.
Pero cuando acabó la segunda temporada de The Kiling, algo ocurrió. Las dos primeras temporadas fueron emitidas por la cadena por cable AMC pero, seguramente porque la audiencia no alcanzó las expectativas propuestas, canceló la tercera temporada. Pasaron unos meses, finalmente, la AMC, reforzada por Fox Television Studios, lanzó la tercera temporada. Y luego renunció, para tomar la bandera Netflix que asumió la cuarta temporada (y emitirlas todas en su plataforma). Tal es la historia que explica porqué la tercera temporada rompe completamente con el discurrir de la serie danesa y porqué en la cuarta y última de la norteamericana se percibe un eco remotísimo de la equivalente danesa (si en ésta, la escabechina gira en torno al contingente danés en Afganistán, en la norteamericana todo discurre en un colegio militar para jóvenes).
Lo sorprendente es que las dos últimas temporadas de The Killing, son bastante mejores que las dos primeras. ¿Por qué? Evidentemente, porque en las primeras los guionistas se vieron encorsetados por la obligación de seguir la pauta del modelo danés y en las dos siguientes, para hacerla más atractiva, se americanizaron hasta las trancas y sin medias tintas. Lo que salió fue un producto más auténtico, más arraigado en la sociedad norteamericana y en donde los guionistas, obviamente, se movían con soltura. A partir de ese momento, la serie voló con más libertad y, en su conjunto, nos muestra a dos policías para los que su trabajo ha penetrado demasiado intensamente en sus vidas. Hay algo de thriller psicológico y de eso que se ha dado en llamar “neo-noir”, esto es, un subgénero del “cine negro”, en el que introducen en la trama elementos presentes en la actualidad sociológica del momento.
Curiosamente, la serie termina en la cuarta temporada con un guiño a las dos primeras y, seguramente, porque así se cierra el círculo y se atan todos los cabos para evitar una quinta. Y no es, desde luego, lo más creíble del último episodio.
Ahora toca aconsejar a los que dudan sobre si ver o no esta serie: si han visto la versión danesa, eviten ver las dos primeras temporadas de la norteamericana. Hay en ellas demasiada divagación, un intento de estirar el tema más allá de lo razonable e introducción de situaciones ausentes en la serie original de las que podía haberse prescindido por completo. Lo dicho: si han visto previamente la matriz, eviten ver la copia, les decepcionará. Y mucho. Ahora bien, si quieren llevarse un buen recuerdo de The Killing, abórdenla a partir del arranque de la tercera temporada. Es ahí en donde adquiere un rito propio que termina dejando un buen sabor de boca (con las consiguientes dosis de tensión y angustia por el destino de la pareja protagonista en la última temporada).
Los papeles protagonistas corresponden a Mireille Enos y Joen Kinnaman, que encarnan a la pareja de detectives Linden & Holder. Sus rostros apenas suenan en España, a pesar de que en EEUU empiezan a tener un currículos denso. Kinnaman nos sonará del remake de RoboCop (2014) y de Safe House (2012), junto Denzel Washington, en donde aparecía con un papel relativamente breve. Es un actor al que mover unos pocos músculos de su rostro le permite cambiar la expresión de “buen chico dispuesto a ayudar a una abuelita a cruzar la calle” a la de “psicópata descuartizador capaz degollar a un recién nacido”. Lo cual, indudablemente, para un actor resulta un mérito. En cuanto a Mireille Enos, está muy en su papel de policía obsesiva, madre de adolescente y mujer con problemas psicológicos. También ella expresa muchas sensaciones con su rostro y con apenas un movimiento de los ojos. El resto del reparto está bastante bien conseguido y pronto el espectador asimila sus rasgos. El veterano Gregg Henry aparece en la cuarta temporada. Desde que lo vimos por primera vez en Doble cuerpo (1984). Henry se ha prodigado por las pantallas haciendo de malvado, hay algo en la expresión de su rostro, entre cínico e irónico, que lo precipita directamente a este tipo de roles. Su papel en la última temporada de The Killing es notable.
Forbrydelsen
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