En los años 60, cuando los mitos del terror victoriano ya habían sido llevados varias veces al cine y estaban siendo remakeados de continuo por la Hammer y la cosa parecía no dar más de sí, a alguien se le ocurrió introducir a dos monstruos con personalidad propia en la misma película y ver qué resultado daban. Así nacieron Drácula contra Frankenstein (1972), el Doctor Jeckyl contra el Hombre Lobo (1972), Dr. Jekyll y el Hombre Lobo (1971), Los monstruos del terror (1970, perpetrada por Paul Naschy y en la que un extraterreste resucitaba de una tacada a Drácula, el Hombre Lobo, la momia y el monstruo de Frankenstein, por citar unos ejemplos), o bien se produjo una mixtura de géneros que dio como productos más curiosos a Batman contra Drácula (2005) o las mexicanas Santo y Blue Demn contra Drácula y el Hombre Lobo (1972) y Chabelo y Pepito contra los monstruos (1973), sin olvidarnos aquella inenarrable pieza que fue Jesse James contra la hija de Frankenstein (1966), madre, además, de todo esto que podemos llamar en rigor “productos de síntesis”.
Este subgénero del terror ha tenido sus altibajos. La idea era buena pero estaba llevada a la práctica con medios limitados, con directores y guionistas apresurados que dedicaban poco tiempo a pulir sus productos. En los años 80, que recordemos, el subgénero de “síntesis del terror” se agotó y no sería sino en la segunda mitad de los 90 en donde volvería con renovados bríos, Sin embargo, hasta ahora, tampoco había dado nada más que productos mediocres de los que Frankenstein vs. The Mummy (2015) ha constituido un ejemplo típico: dos monstruos dándose bofetadas, perdiendo toda dignidad y teniendo menos sabor a novela victoriana. Tiempos estos de pocas ideas y muchos medios, indujeron a los productores, nuevamente, a buscar estos “productos de síntesis” que no se limitaron al terror clásico sino que fundieron en paripatéticos abortos cinematográficos a personajes como “Jason Voorhees” (el de la saga Viernes 13) y “Freddy Krueger” (Freddy contra Jason, 2003) o Alien vs. Predator (2004). Y luego aparecieron películas como La Liga de los Hombres Extraordinarios (2003), a los que la suma Dorian Gray, el Capitán Nemo (capitán del Nautilus en la novela de Verne), El Doctor Quatermain (infatigable buscador de las Minas del Rey Salomón), el Profesor Moriarty (geniodel mal y antítesis de Sherlock Holmes), Mina Harker (novieta del Drácula de Stocker), Rodney Skinner (el hombre invisible de H.G. Wells), no otorgaron el rango de “película memorable”. La parte buena, es que esta cinta auguraba lo que nos vamos a encontrar en la serie Penny Dreadful.
Penny Dreadful se ha prolongado durante tres temporadas. Se estrenó en mayo de 2014 y el último episodio se ha proyectado en junio de 2016, tras lo cual se supo que no habría cuarta temporada. La serie ha sido filmada por Showtime y, por aquello del orgullo patrio, vale la pena recordar que buena parte de su tercera temporada ha sido filmada en el desierto de El Chorrillo, en Pechina (Almería). Retransmitida en España por Antena 3, el impacto que causó fue relativo, algo normal en estos tiempos de fragmentación ad infinutum de la oferta televisiva.
Lo que sorprende, en primer lugar, es que entre monstruos y defensores del bien que aparecen en la serie no haya ninguno que se llame “Penny Dreadful”. En realidad, la cosa se entiende mejor si se tiene en cuenta que con este nombre se comercializaban en la Inglaterra victoriana unas novelitas de terror a un penique, algo parecido a lo que en España eran los “folletines” o las novelas de “canya i cordill” en Cataluña un poco antes. El título de la serie es un guiño hacia lo que fue aquella colección de novelas baratas. Varios de los temas que se hicieron habituales en aquellos años reaparecen aquí amalgamados en un solo producto narrativo. El resultado es una serie que ha prolongado 1.360 minutos, divididos en 27 entregas de 50 minutos cada una. El resultado final es muy superior al de los “productos de síntesis” a los que habíamos aludido en los primeros párrafos.
Todos los críticos coinciden en que el clima de la Inglaterra victoriana ha sido recreado hasta en sus más mínimos detalles, algo de lo que damos fe. Eso, y el trabajo de los actores, son, sin duda, los mejores elementos de esta serie que gustará, obviamente, a los seguidores del género de terror. Ante ella, los puristas que prefieran recordar al Drácula de Stoker (1992), al Frankenstein de Mary Shelley (1994) o El extraño caso del Dr. Jeckyll (1944), traslaciones más fieles al cine de estos relatos clásicos, arrugarán la nariz. No hay que dramatizar: Penny Dredful recoge los elementos esenciales de las novelas de terror de finales del XIX, no las reproduce.
El tema central es la búsqueda de “Mina Murray” (devenida “Mina Harker”, personaje clave en la novela de Stoker), desaparecida en misteriosas circunstancias, abordada por su padre, Sir “Malcon Murray” (en el que están implícitos algunos rasgos aportados por el personaje del Doctor Quatermain), un pistolero norteamericano, “Ethan Chandler” (inspirado también en otro personaje del relato de Stoker), el mismísimo “Víctor Frankenstein”, el criado africano “Zembene” y “Vanessa Ives”, una especie de médium, vidente y, a ratos, posesa.
Indudablemente, la serie tiene un personaje carismático que destaca por encima del resto, Vanessa Ives, representada por Eva Green. La Green lleva algo más de diez años apareciendo en distintas películas relevantes (Arsène Lupin [2004], El reino de los cielos [2005], Casino Royale [2006], 300, El origen de un imperio [2012]) y su carrera –todavía medio camino– se ha visto recompensada con una docena de premios internacionales a ambos lados del océano. En esta ocasión, su interpretación, es más complicada que en anteriores papeles y logra salir airosa. El papel de Timothy Dalton, merece ser también mencionado. Su carrera sufrió un bache cuando dejó de ser James Bond, pero, ya madurito, a partir de su participación en teleseries británicas (Doctor Who [2010]) se ha reinventado a sí mismo. En lo que se refiere a Josh Hertnett, desde La Dalia negra (2006) y Sin City (2005), no había brillado con luz propia. También los personajes de “Dorian Gray” (Reeve Carney), “Víctor Frankenstein” (Harry Treadaway) o la prostituta tísica “Brona Croft” (Billie Piper), están bien defendidos. El casting es, pues, más que aceptable y la interpretación de principales y secundarios, tirando a brillante.
En cuanto a la dirección, vale la pena recordar que los dos primeros episodios han sido dirigidos por el barcelonés Juan Antonio Bayona y alguno más por el sevillano Paco Cabezas. La música compuesta por Abel Korzeniowsky tiene, además, el añadido de recoger algunas de las mejoras piezas clásicas de su tiempo.
¿Qué problemas podría encontrarse a esta serie? Quizás algunos episodios discurran con excesiva lentitud. No es que la Inglaterra victoriana fuera un dechado de velocidad, ni una sociedad en la que las cosas discurrieran a un ritmo trepidante, es que el guión podría haber sido mejorado en este punto. Este rasgo es especialmente visible en la primera temporada y queda ligeramente corregido en las dos siguientes. Quizás, hubiera valido más, concentrar la temática central (la búsqueda de Mina Murray) en una docena de episodios, sin segundas temporadas y hacer que la primera hubiera tenido un ritmo más acelerado. Por lo demás, no todos los personajes que aparecen en la trama son necesarios y el relato podría haber prescindido de algunos para poder tratar a los restantes con más profundidad. De hecho, el lastre principal de la serie ha sido precisamente su idea matriz: concentrar a demasiados personajes clásicos en poco espacio.
La serie ha sido bien acogida y ha recibido críticas en un 70% favorables. Es una de esas series que “engancha” a condición de que se vean los dos primeros episodios. Obviamente, los refractarios al cine de terror, no vale la pena que lo intenten. Vale la pena recordar, por si eso ayuda a decidir, que la serie añade un elemento que estaba casi completamente ausente en las novelas que dieron lugar a la síntesis que es Penny Dreadful: el erotismo. Existe, en todos los episodios, una carga erótica no desdeñable. Implícito y explícito. Pero incluso en esos momentos, el guionista, no pierde el freno y todo queda contextualizado en aquel ocaso del siglo XIX donde el erotismo era, poco menos, que algo satánico o en cualquier caso, una indecencia. Si hemos visto sus carencias, habrá también que reconocer algún mérito a los guionistas: si se está atento a los diálogos se verá que en algunos momentos llegan a la brillantez y en otros las citas de poetas como Shelley o Keats son, sencillamente, estremecedoras. Entre esto y la interpretación de Eva Green, la serie es de las siéntate y disfruta.
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