Se llama “cinturón de la Biblia” (Bible belt) a una extensa zona de los EEUU que, más o menos, coincide con la antigua Confederación; abarca una cuarta parte del territorio norteamericano. Allí quien gobierna es la Biblia tanto o más que la Constitución. Si no crees en la Biblia, ni eres capaz de citar algún versículo, lo tienes mal. Incluso si cometes el desliz de declararte ateo, en siete Estados, no podrás ser funcionario. Estarás excluido de todo lo público y casi todo el público te excluirá. Aquella es la tierra de las iglesias baptistas: para ellas la Biblia es la única “palabra de Dios”; lo que se dice en ella no es símbolo ni alegoría, sino realidad histórica, no hay, pues, “biología evolutiva”, niegan el calentamiento global, verdad revelada que debe enseñarse –tal como aprobó la Asamblea General de Tennessee en 2011– junto al “creacionismo” (Sólo Dios creó el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos). Sirva todo esto para situar el marco en el que se desarrolla la trama de Outcast, el pueblo de Rome, en el Estado de Virginia, médula del núcleo del profundo Sur, en pleno “cinturón de la Biblia”.
La serie va de posesiones satánicas y de los consiguientes exorcismos. Así como en Europa, el exorcismo solamente es considerado como “solvente” si lo practica algún sacerdote comisionado ex profeso por el Vaticano, en el “cinturón de la Biblia”, cualquier “reverendo” cuya congregación le haya podido facilitarle crucifico, Biblia y agua bendita, tiene el “poder” para expulsar diablos. En Outcast existen varias antítesis, pero una de ellas es entre el reverendo baptista que expulsa diablos de oficio y el protagonista que, sin dedicarse a este oficio, ni siquiera creer en nada, expulsa a Satanás con la facilidad con la que Messi clava un gol.
La otra contradicción que se da en el vecindario es la que aparece cuando el mismísimo diablo (que aquí responde al nombre de “Sidney” y no es otro que Brent Spiner, el “Señor Data”, memorable carapalo de Star Treks) aparece por la ciudad y gana para su causa a cada vez más vecinos. El mal crece, el mal es engañoso, el mal se oculta en donde menos se espera; cuesta combatir al mal. Tal es uno de los mensajes de la serie.
“Kyle Barnes”, el protagonista (interpretado por Patrick Fugit, que lleva desde 1997 en esto del cine, prodigándose en papeles secundarios o en apariciones esporádicas en teleseries y que puede dar mucho más de sí), tiene una historia detrás que la serie va recreando en sus capítulos mediante ilustrativos flashbacks. Él tiene el poder de expulsar demonios; no cree en nada, pero a medida que avanza la serie se va afianzando en una convicción: “El diablo siempre se lleva algo de los que posee”. Segundo mensaje de la serie: quien ha sucumbido al mal, ya nunca vuelva a ser la misma persona que era.
La serie ha sido creada por las mismas mentes que idearon The Walking dead (2010-2016). Al igual que ésta, la idea original de Outcast fue un comic de Robert Kirkman. Así pues, cine de terror. Lo que en The Walking dead son zombis, aquí son posesiones diabólicas. En este tipo de series, la cuestión es si el equipo de producción ha sabido crear las situaciones necesarias para crear esa sensación de desasosiego que debe invadir al espectador amante del género, además de los consabidos sobresaltos puntuales. Y la respuesta es sí: hay algo angustioso, lúgubre y atormentado en todos los personajes de la serie y en el entorno que pueblan. Por lo demás, algunos diálogos tienen momentos excepcionalmente brillantes.
¿Nos quieren decir algo los guionistas o se trata de un mero divertimento? los años 50 y 60 abundaban las películas en las que la llegada de extraterrestres o de monstruos que se reproducían, sugerían en Occidente la existencia del “peligro comunista” (recuérdese La invasión de los ladrones de cuerpos [1956] y sus remakes, La invasión de los ultracuerpos [1978], Secuestradores de cuerpos [1993] y The Invasion [2007]) que, a fin de cuentas, no eran nada más que versiones cinematográficas de la obra teatral de Eugene Ionesco, El Rinoceronte. Los comunistas se apoderaban de las mentes, una tras otra, y su símbolo eran los extraterrestres ansiosos por controlar el planeta. Hablábamos con los mismos ciudadanos, pero ya no eran ellos: eran el producto de las vainas que los habían sustituido. Pero aquel mensaje anticomunista ahora ya no sirve. Si está claro que los satánicos han ocupado el puesto de los extraterrestres, es mucho menos evidente a quién alude la perífrasis simbólica. O quizás la temática de la serie sea, solamente, uno de los típicos dramas americanos.
En efecto, en los años 80 hubo una verdadera inflación de denuncias por satanismo en los EEUU. En un momento dado resultó verdaderamente frecuente que hijos denunciaran a sus propios padres: éstos les habrían entregado a ceremonias satánicas o los habrían concebido en el curso de las mismas; algunos denunciaban que sus hermanos habían sido asesinados en estos rituales infames. Otros se presentaban como víctimas de abusos deshonestos y violaciones. Los que sobrevivieron adoptaron, por eso mismo, el nombre de “survivalistas”. Varios padres fueron condenados y arrojados a la mazmorra fría durante años. Los testimonios de los hijos denunciantes venían avalados por un grupo de psiquiatras. Pasó el tiempo, remitió la epidemia y un buen día se supo que todas aquellas denuncias eran infundadas: los psiquiatras, en el curso de su tratamiento habían insertado, más o menos involuntariamente, “falsos recuerdos” que les indujeron a pensar en ritos satánicos. Pues bien, este tema, marcó profundamente a los EEUU; pero era el final de la Guerra Fría, EEUU había vencido y nadie estaba muy interesado en difundir el que una superchería tan absurda hubiera podido producirse en el seno del país vencedor del conflicto. Esta serie, Outcast (que más o menos quiere decir, “el paria”, “el expulsado” o “el fuera de juego”) en definitiva, es una forma de decir a los norteamericanos: el diablo existe (es, para colmo, el “Señor Data” tocado con sombrero), es el gran engañador, nos sedujo y lo falseó todo con la cuestión de los “survivalistas”, pero existe, nos amenaza y se está haciendo con el control de nuestro mundo.
Miedo: la civilización americana vive instalada en el miedo (las centrales de alarmas son el gran negocio del momento, el Acta Patriótica está dictada por el miedo y demuestra que, cuando el americano tiene miedo, es capaz de renunciar incluso a sus libertades, si EEUU es un gigantesco arsenal es porque el miedo está instalado en cada mente y no hay forma de zafarse de él). Después del inexplicable 11-S, tras la todavía más inexplicable crisis del ántrax, con alarmas antiterroristas que se disparan una y otra vez, tiroteos diarios y asesinos en serie que proliferan como hongos, con una elección ante las puertas en la que el pueblo americano dirimirá entre Hillary Clinton, una iluminada intervencionista partidaria de que EEUU mantenga, a costa de guerras y de desviar la parte del león de su presupuesto al complejo militar-industrial, y un millonario aislacionista, partidario de encerrar a los EEUU en una torre dorada en el que nada ajeno entre ni nada de fuere le afecte, en los EEUU el miedo y la inseguridad están arraigados en la médula de aquel país. Y es que el miedo genera dos actitudes: o aferrarse al poder contra viento y marea o encerrarse en sí mismo. Hillary contra Trumb, en definitiva.
Es curioso que, cuando uno de los dos protagonistas logra expulsar al diablo, éste salga de las entrañas del poseso con forma de vómito de hidrocarburo: negro azabache, untuoso, es casi una erupción, como si un pozo de petróleo brotara de las entrañas del popeso. Quizás sea este el símbolo más explícito de toda la serie: el petróleo es el dios de la modernidad; si hay petróleo hay desarrollo industrial, crecimiento económico y engorde de la cuenta de beneficios. El petróleo lo es todo en la modernidad. El “rey de este mundo”, uno de los títulos que acompañan al mismísimo Satanás.
Como serie de terror, Outcast es buena. Dentro del subgénero de posesiones y exorcismos, aporta algunos elementos nuevos e interesantes y no se limita a repetir lo que ya hemos visto en otras, desde el Bebé de Rosmary hasta la saga de El Exorcista. La interpretación es correcta y, en algunos casos, excelente: a parte de los dos papeles protagonistas , merece destacarse el de Reg E. Cathey, sheriff de Rome y que cuenta con un Premio Emmy en su haber por su participación en House of Cards, o Grace Zabriskie, “Milred”, mujer de rostro inquietante como pocos (que hemos visto hace poco como mafiosa armenia en Ray Donovan [2016]). En su papel protagonista, Philip Glenister, sobrio actor inglés que ya conocíamos por su interpretación en Ashes to Ashes (2008-2010) y en Lie on Mars (2006) encaja perfectamente con Patrick Fugit. El guión, por lo demás, facilita el que ninguno pise la manguera del otro, atribuyéndole roles similares pero bien diferenciados.
Cada episodio ha sido dirigido por un director diferente, lo que, en ocasiones, puede dar la sensación de que el ritmo narrativo cambie. Sin duda, algunos episodios gustarán más que otros, algo inevitable pero que no particularmente insoportable. El nivel de la serie, la fotografía, el casting, la guionización son correctos y la serie merece verse. Al menos en la primera temporada. Existe la duda de si habrá o no una segunda. No lo recomendaríamos. A pesar de que hayan quedado sueltos algunos cabos, una segunda temporada solamente conseguiría insistir en los mismos temas y repetir los mismos efectos que han causado sensación en la primera pero que hastiarían en las sucesivas.
La serie interesante, aporta algunos elementos inéditos y merece verse, siempre y cuando a usted le guste el género de terror y no tenga prejuicios ante el tema de las posesiones satánicas. Obviamente es desaconsejable para otro tipo de público que se muestre refractario a todo esto. ¿Algún “pero”? Sólo uno: los diez episodios de la temporada podrían haberse comprimido y quedado en siete o, como máximo, ocho. Esto hubiera dado como resultado el eliminar elementos presentes que no terminan de estar justificados y una mayor sensación de acción y dinamismo. Por lo demás, la serie está realizada sin un excesivo coste económico (lo cual, es otro mérito).
Producía por la Fox y fue emitida por esta plataforma digital en España desde el pasado 6 de junio; el último episodio se emitió hace pocos días… Los que se la hayan perdido, ya saben: o peer to peer o pasar por caja cuando esté en DVD o BlueRay.
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