Las series de televisión rusas no proliferan en España. El hecho de que series españolas como Farmacia de Guardia (1991-1995) hayan tenido cierto éxito en aquel país y que la, más reciente, El barco (2011-2013) haya sido filmada en versión rusa, indican que no estamos ante un país que dedique mucho tiempo a la producción propia de series. De hecho, era un género desconocido en Moscú hasta, prácticamente, 1990. Los “seriéfilos” pasaron hambre y el que los vídeos de Falcon Crest (1981-1990) corrieran bajo mano o La esclava Isaura (2004-2005) se convirtieran en un éxito clamoroso cuando se proyectó en la TV rusa, no solventó la carencia.
Durante el período comunista se habían producido mini-series a título de excepciones y todas ellas vinculadas a exaltar los valores patrios. Eran encargos del Partido Comunista de la Unión Soviética para concienciar a los trabajadores sobre sus ideales y hacer de ellos probos ciudadanos. Y las pocas que se hicieron eran buenas. Una de estas miniseries, Voyna i mir (1967), dirigida por Sergei Bondarchuk, basada en la novela de León Tolstoi adquirió un carácter “kolosal” en la reproducción de la Batalla de Borodino, pasando a la historia como la escena bélica más grande jamás filmada. En efecto, el dato figura en el Libro Guinness de los Récords pues, no en vano, participaron en ella 120.000 extras. La serie sorprendió internacionalmente hasta tal punto que en 1968 recibió el Óscar a la mejor película de habla no inglesa y otros premios internacionales. Las críticas internacionales fueron unánimemente favorables y la media de calificación internacional fue de un 8,9 sobre diez por la crítica y un 9,3 por el público. Quedó claro que si los rusos no hacían más series, no es porque no supieran, sino, simplemente, porque no querían.
La perestroika, la caída del comunismo y los problemas internos que se prolongaron en Rusia durante toda la década de los 90, impidieron que allí se produjeran series televisivas. Hubo que esperar a que Aleksei Sidorov filmara los 15 episodios de Brigada (2002) para que el noble arte de las series se reavivara en aquellas latitudes. Brigada era una serie de “género negro” a la rusa. Los protagonistas, un grupo de amigos, bruscamente, casi sin proponérselo, se convierten en la banda de delincuentes más poderosa de Moscú. Quince episodios de violencia inusitada a través de la que puede seguirse la evolución de la delincuencia en la capital rusa entre 1989 y 2000, es decir, en los peores años del país. De una violencia inigualable, cruda y reiterativa, la serie está considerada como de las mejores producidas en el Este y, al mismo tiempo, de aquellas que no resultan aptas para almas sensibles. Se la ha comparado con Los Soprano (1999-2007), pero, como quién dice, “a lo salvaje”.
No encontraremos muchas más series producidas en Rusia país pródigo en directores geniales y con un amplio mercado interior que, en principio, justificaría la producción interior. Sin embargo, en el ya lejano 2004, Andrei Kavun que entonces tenía un pequeño historial televisivo previo, asumió la dirección de una serie extraordinariamente expresiva e intensa, Cadetes (en ruso Kursanty). Era la segunda incursión de Kavun en el medio televisivo (el año anterior había filmado La estación de tren (2003, Vokzal) y un lustro después adquiriría fama internacional por su película Kandahar (2009) en la que asumió también la composición del guión.
Cadetes se sitúa en una escuela para oficiales de artillería en 1942. La URSS está invadida por los ejércitos alemanes. Apenas unos meses antes, las tropas del Tercer Reich se han plantado en los arrabales de Moscú y solamente el “general invierno” ha conseguido detener su maquinaria. El ejército soviético no estaba preparado para una guerra moderna y su estrategia consistía en desgastar al enemigo lanzando continuamente “carne de cañón” al frente. La URSS perdió en la Segunda Guerra Mundial más que ninguna otra parte contendiente y aún hoy se barajan cifras que oscilan entre los 17 y los 37 millones de muertos (Stalin solamente reconoció 7.000.000 para evitar evidenciar la debilidad demográfica en la que había quedado el país tras el conflicto; de hecho, si la guerra hubiera durado unos meses más, los historiadores afirman que el ritmo de bajas sufrido por el Ejército Soviético hubiera sido insoportable). En esas condiciones, la esperanza de vida de un soldado ruso en el frente se reducía a unas pocas semanas. Era necesario, pues, formar rápida e ininterrumpidamente a oficiales para que sustituyeran a los de la promoción anterior que se extinguiría a poco de llegar al frente. Las nuevas promociones tenían ante la vista el nombre de Stalingrado. Allí, la inmolación de “carne de cañón” llegó a proporciones inéditas en la historia de las guerras. La serie se sitúa justamente en esos momentos.
No es una serie pacifista en su concepción. Los rusos están orgullosos de su “gran guerra patriótica”, nombre que el propio Stalin dio a aquel conflicto. Si ha quedado algo del estalinismo es precisamente esa concepción que revive en esta pequeña serie. La diferencia estriba en que la descripción elude los caracteres épicos, retóricos y grandilocuentes que se hicieron habituales en otros tiempos. Muestra a una juventud, alegre y confiada, buscando el amor y la aventura, como la de cualquier otro país en aquella época. Nos muestra, así mismo, a unos oficiales a cargo de la academia, amargados al conocer lo que les espera en el frente a aquellos alumnos. Nos lo dice todo sobre la tosquedad de la sociedad rusa en esos años y sobre lo que fue la vida militar: chinches, pulgas, pan moreno amargo, instrucción acelerada, juramento firmado y rubricado de defensa de la patria, marcha hacia el frente y muerte en un plazo de pocos días. Y, sin embargo, había que defender a la отечество, esto es, a la patria.
La miniserie gustará a aquellos que se interesan por el cine histórico y, especialmente, por el cine bélico sobre la Segunda Guerra Mundial. Todo lo que cuenta pudo ocurrir realmente y, de hecho, los guionistas, dedicaron buena parte de su tiempo a indagar las condiciones en las que se produjo la victoria soviética y cómo fue la vida del soldado de leva en aquellos años. Contrariamente a la fama que precede al cine y a la cultura rusa, la serie no es lenta, espesa y reiterativa, sino extremadamente entretenida para el espectador. Seguir los diálogos es conocer todo lo que vale la pena saber sobre la sociología de la juventud rusa en los años 40. La fotografía y los tonos nos introducen perfectamente en la trama y nos lo dicen todo sobre el espíritu de aquellos tiempos: a ratos luminoso, alegre y feliz, en otros dramático, apesadumbrado y sin esperanzas. El trabajo de los actores, impecable desde el primer momento (el cuadro de profesores de la escuela de artillería merecería un galardón colectivo).
No somos muy amigos de puntuar las series porque, en general, alternan episodios mejores y peores (Cadetes es, por lo demás, bastante regular en su desarrollo), pero si tuviéramos que recomendarla, lo haríamos sin reservas mentales y con calificación máxima. De lo único que deberíamos lamentarnos es que en Rusia no se produzcan más series, a ser posible, más series de esta calidad.
La serie llegó tardíamente a España. Fue emitida en 2011 por 13tv, un canal que no cuenta, precisamente, con un seguimiento masivo. Pasó, por tanto, casi desapercibida. Merecía mejor destino. Pero, para compensarlo está eMule y bitTorrent.
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