1864, UNA EPOPEYA DANESA
En 2014 se estrenó 1864, una miniserie danesa de ocho episodios centrada en la llamada Guerra de los Ducados. Se trata de la serie más cara producida en Dinamarca, pensada para la exportación. La serie ha recibido críticas no suficientemente justificadas. Quien decida verla comprobará que se trata de un producto digno, agradable de ver, con una fotografía y una ambientación excepcionalmente cuidadas, un casting sin errores y un ritmo narrativo adaptado a la descripción de los hechos que desfilan por la pantalla.
A fuerza de ver series danesas (cada vez más competitivas y provistas de una calidad técnica creciente), empiezan a ser familiares los actores de aquel país: Pilou Asbaek, uno de los protagonistas, muestra sus cualidades interpretativas en un registro completamente diferente al que le vimos asumir en las tres temporadas de Borgen como “Kasper Jul”, o en Forbrydelsen II como “David Grüner”, habiéndose convertido en un habitual de la escena danesa desde 2008 (este año aparecerá en el remake de Ben–Hur en el papel de Poncio Pilato). O a Lars Mikkelsen, a quien conocíamos desde la tercera temporada de House of Cards cuando interpretaba al “presidente ruso Petrov” y ya nos había llamado la atención en la primera temporada de Forbrydelsen como “ministro Troels Hartman”. En cuanto al noruego Jakob Oftebro, su rostro aparecía en Lilyhammer, en un pequeño papel de vicioso obsesionado por la leche materna; sin olvidar su aparición en Bron–Broen. O Søren Malling, el soldado vidente y taumaturgo, que nos ha aparecido en como periodista en Borgen y como policía en Forbrydelsen. Y, por supuesto al camaleónico y regordete Nicolas Bro, al que vimos por primera vez en la segunda temporada de The Killing, luego en Mammon y finalmente en The Bridge, tres series que merecen ser recordadas, entre otros valores, por su participación. Tiene gracia que empecemos a reconocer a actores daneses, suecos y noruegos, casi tanto, o mucho más que a los de nuestro propio país, síntoma de la calidad de las series producidas en aquellas latitudes y de la olvidable mediocridad de los productos carpetovetónicos.
Una muchacha en paro (interpretada por la juvenil Sarag Sofie Boussnina), pequeña delincuente de pocos escrúpulos conoce a un anciano, propietario de una residencia señorial. Lo que, a primera vista parece una relación insufrible, termina estabilizándose cuando el anciano le pide que le lea un libro manuscrito que figura entre su baúl de recuerdos. Es la historia de Inge (encarnada por Marie Tourell Søderberg), escrita por ella misma y que narra, esencialmente, los sucesos que llevaron a la llamada Guerra de los Ducados entre Prusia y Dinamarca en 1864.
Prusia era entonces una gran potencia militar. Parece increíble que la clase política danesa, dirigida por un alucinado predicador, admirador de una frívola actriz teatral (papel interpretado por Sidse Babett Knudsen, protagonista de Borgen) fuera capaz de transmitir la sensación de que el pequeño país nórdico era el “elegido por Dios” para vencer a los “malditos prusianos”. Pero el nacionalismo es así: una mezcla de delirio místico e irresponsabilidad que impide ver objetivamente el mundo que te rodea. Dinamarca fue derrotada en pocos meses y suerte tuvieron los daneses de que Bismarck y Moltke anduviesen ocupados en la creación del Segundo Reich que, finalmente, vio la luz en 1871. Dinamarca perdió en esa guerra el istmo que le une a Alemania y que hoy es el länder de Schleswig–Holstein.
La miniserie narra tres historias paralelas: la peripecia de dos hermanos enamorados de la misma mujer, la formación del delirio político–místico que llevó a la declaración de la guerra, y el desarrollo de las batallas, con un epílogo que muestra el discurrir posterior de la vida personal de sus protagonistas.
Algunas críticas han dicho que la presencia de la joven delincuente en el domicilio señorial es demasiado forzada y que la narración hubiera podido prescindir completamente de ella. No lo vemos así: la película trata de la historia de Dinamarca. La historia es el nexo entre las generaciones y eso es lo que ha querido destacar el guionista: el presente depende del pasado; el pasado se refleja en el presente. De ahí que, para acentuar el carácter histórico de la producción sea necesario incorporar a la joven buscavidas que termina en la mansión del abuelo, el cual, en su juventud ayudó a Inge a escribir su diario: tres generaciones ligadas por un “libro”, esto es, por la Historia.
La película podría haber caído en el melodrama y terminar siendo una especie de culebrón a la danesa, pero es comedida: no hay más drama que vivieron los protagonistas de aquellos tiempos azarosos. 1864 es el paradigma del drama danés. No creo que sea una película pacifista como se ha visto, sino simplemente descriptiva. Toda guerra es una tragedia, lo saben, en primer lugar los militares que han sufrido la dureza inmisericorde de los campos de batalla; lo saben también los familiares de quienes han ido a luchar. Los únicos que lo ignoran son los políticos, trastornados por sus delirios o sus ambiciones, que envían a los jóvenes a morir.
¿Qué es 1864? Respuesta: 1864 es una lección de historia. Es historia, mucho más que melodrama romántico o tragedia sentimental, mucho más que película bélica o saga familiar. Quienes busquen sólo batallas se verán decepcionados (a pesar de que la recreación de las batallas es extraordinariamente brillante, fidedigna y rigurosa), quienes busquen un drama sentimental notarán que no se les ha exprimido los lagrimales como haría un director especializado en el noble arte del culebrón; quienes busquen perfiles maniqueos con personajes completamente angelicales y otros más malos que un veneno caducado, encontrarán perfiles plausibles, muy reales, en donde buenos y malos instintos se entremezclan; en la misma relación entre los hermanos protagonistas, termina triunfando la fuerza de la sangre… La Historia, con mayúsculas, está muy por encima de las historias individuales y es mucho más que todas ellas; eso es lo que muestra 1864. Recomendada.
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