La película se anuncia presentado los muchos premios que ha ganado hasta la fecha y los que puede ganar en las próximas semanas. Y, ciertamente, es una película notable, aunque no excepcional. Puede decirse que la película se inscribe dentro de la crítica social y de la sensación de crisis y decadencia que acompaña en este momento desde las clases medias hacia bajo de la sociedad norteamericana. The Florida Project va sobre los sectores marginales de la sociedad norteamericana y, en especial sobre los más sensibles, los niños. Algo no funciona en los EEUU y esta película tiene la gran virtud de ofrecer un fresco de esta crisis.
Los moteles baratos son una característica de la sociedad norteamericana. Habitaciones someramente amuebladas, paredes de pladur, mal insonorizadas, dispuestas una junto a otra y accesibles mediante largas galerías, con planta baja y primer piso, raras veces segundo. Son el lugar de residencia de gente que no tiene otro lugar para albergarse, familias desestructuradas, individuos solitarios, gentes de paso y que, en cualquier caso, viven a salto de mata. El motel en el que se desarrolla la trama de The Florida Project está cerca de Disleylandia y es allí donde vive una madre y su hija de apenas seis años. No tiene padre y encuentra algo parecido a la figura paterna en el encargado de mantenimiento del motel (Willem Dafoe). No es la única niña en esas condiciones; con otra en similares circunstancias, mudada a una habitación vecina, asistiremos a sus travesuras, sus conversaciones infantiles y sus inquietudes en estos tiempos difíciles.
Al cabo de unos minutos de proyección, lo que empieza a llamar la atención del espectador es el lenguaje absolutamente soez y vulgar que sorprenden en boca de niñas de apenas seis años. La cosa se entiende mejor si tenemos en cuenta que sus padres se expresan de la misma manera. Lo que el director y el guionista nos están contando es otro de los aspectos del empobrecimiento cultural de la sociedad norteamericana y de la quiebra de su sistema educativo. Simplemente, nadie educa a los niños y estos adoptan por imitación el lenguaje de los adultos. Este rasgo evidencia lo que ha ocurrido en aquella sociedad: cuando se cumplen once años del estallido de la gran crisis económica que empobreció a las clases medias, les sometió a la inquietud y al terror por la posibilidad de perderlo todo, ya puede hablarse de una “generación fallida”, que ha tenido hijos, pero que ni ha sabido ni está en condiciones de educarlos: tan solo de intentar sobrevivir.
Lo que existe hoy en los EEUU es una profunda crisis humana ante la que los sucesivos gobiernos que se van sucediendo no están ni en condiciones, ni siquiera interesados por ofrecer una solución. Este detalle nos indica, muy a las claras, la naturaleza decadente de los EEUU y su imposibilidad de que siga siendo durante mucho tiempo la potencia hegemónica mundial. Por mucho que los marines estén presentes en bases en cinco continente y por mucho que las ojivas nucleares lleguen como la Coca-Cola a cualquier lugar del planeta, lo cierto es que en aquel país puede producirse un desplome social en cualquier momento, protagonizado por gentes como las que circulan por el “Magic Castle Motel” que aparece en la película.
El contraste entre unos niños que se divierten como pueden y que, a unas pocos kilómetros de distancia tienen la meca mundial del ocio para menores, Disneylandia, es otro elemento que evidencia la fractura vertical de la sociedad norteamericana, dividida entre los que lo tienen todo y los que, ni siquiera trabajando, están en condiciones de acceder a los lujosos centros de ocio.
El papel que asume Willem Dafoe es muy particular y muestra su multiplicidad de registros, lo hemos visto como hombre despiadado, soldado enloquecido en Vietnam, malote en películas de superhéroes, ejerciendo del mismísimo Jesucristo o de Pier Paolo Pasolini, de Nosferatu el vampiro, o, incluso, su voz ha sonado en películas de dibujos animados. Pues bien, ahora lo vemos en un papel paternal y enternecedor, extremadamente humano. Era un rol arriesgado susceptible de haber caído en la sensiblería, incluso en lo cursi. Sin embargo, ha salido airoso de la prueba, seguramente gracias también al guión elaborado por Sean Baker (ayudado por Chris Bergoch) que, de paso, es el director de la cinta. En su papel como “Bobby Hicks”, Dafoe parece ser la conciencia de los EEUU: se muestra en ocasiones furioso sobre cómo están las cosas, pero carece por completo de iniciativa para implicarse en algún movimiento reivindicativo o en alguna acción común. La sociedad norteamericana está pagando actualmente su individualismo extremo con una absoluta incapacidad para reaccionar ante su propia quiebra.
El contraste con “Hicks” son los niños que pululan por el motel y en especial “Moonee”. En sus conversaciones infantiles, ignora cuál es su situación y la de los que son como ella, lo que hace en aquel hotel y el futuro que les espera. Y, sin embargo, juegan y se divierten. No es la primera vez que la literatura norteamericana ofrece este tipo de visiones. De hecho, el guión podría ser considerado como heredero de la tradición norteamericana iniciada con Tom Sawyer y con Las aventuras de Huckleberry Finn. Tragicomedia socio-económica, en definitiva, vista desde los ojos de un niño o de un adolescente.
La película dura casi dos horas. En la primera, una vez repuestos del lenguaje soez de la niña (Brooklynn Kimberly Prince), nos queda claro que la madre (Bria Vinaite) pertenece a la “generación fallida” y que contagia a la niña, seguimos a los niños en sus juegos… hasta que todo esto empieza a saturar cuando la película ha superado la primera hora. A partir de ahí, el guionista-director empieza a introducir morcillas de filosofía existencialista en boca de la niña que resultan poco creíbles, mientras siguen sucediéndose juegos, muestras de inmadurez e irresponsabilidad de la madre y el espectador se ve envuelto en una sensación agobiante que, quizás haya sido la intención del director: cuando los problemas no tienen salida y nadie se preocupa ni se interesa por buscarles una salida, es cuando la vida se convierte en una reedición, día tras día, de las mismas situaciones vacías. Si esta era la intención del director, puede considerarse que el objetivo ha sido logrado. Es entonces, cuando el espectador se da cuenta de que la niña, empieza a parecer insoportable: a pocos les queda la duda de si la niña seguirá o no los pasos de la madre. ¿El mensaje? Dentro de unos años habrá que atribuir el plural a “generación perdida”.
Una película bien realizada. Para verla, usted no debe ser, sobre todo, de ese público que no soporta películas “con niño”. Y se entiende: en algunos momentos, la niña aparece como absolutamente irritante. Quizás lo mejor, además de la crítica social, sea la actuación de Willem Dafoe. Veremos si sale salpicada con algún Oscar.
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