Ante determinadas películas, uno corre el riesgo de perder la perspectiva si se centra en los aspectos formales de la película y se olvida lo que la película es en sí misma, incluso al margen de las intenciones del director. Y esto es lo que sucede con Jupiter’s Moon que es una especie de caleidoscopio en el que lo que el director ha pretendido expresar, lo que un público sensibilizado por la “crisis de los refugiados” ve, lo que otro público propenso a las meditaciones religiosas puede ver por el mismo precio y lo que es, en definitiva, un cuento para adultos.
Nos ha sido imposible abordar esta película desde otra perspectiva que no sea la de un puro y simple "cuento", algo así como Caperucita Roja trasladada a una capital centroeuropea aquí y ahora. Caperucita era tan buena, tan remilgadamente azucarada que el coma diabético era inevitable. El azúcar, como se sabe, se utiliza para endulzar algo que, en principio o es insaboro o es, simplemente, amargo. Así que el cuento debía tener una contrapartida que no podía ser otro más que el lobo feroz. Porque todos los cuentos infantiles son extremadamente dualistas: buenos hasta la náusea y malvados en la puerta del infierno. Somos tan simples que en ocasiones hace falta extremar los rasgos de los personajes para que advirtamos el mensaje. El cuento, además, se completa, con elementos fantásticos y oníricos que no se dan en la vida cotidiana: de ahí que los cuentos fascinen a los niños. Pues bien, todos estos elementos se encuentran presentes en Jupiter’s Moon y son, precisamente, lo que nos impulsa a definirla y a verla como “cuento” en sentido positivo (y no como pamplina insípida y pelmaza, la otra acepción coloquial de la palabra “cuento”).
La película, en su conjunto, resulta entretenida, dinámica, trepidante en los tramos iniciales, muestra incluso algunas zonas monumentales de Budapest (la estación Keleti, las avenidas con soportales, e incluso el bus que navega por el Danubio), las interpretaciones buenas, los efectos especiales impecables. Queda hablar del argumento del cuento. Como todos los cuentos, resulta absolutamente simple y dualista: la lucha entre buenos y malos.
Un grupo de refugiados sirios intenta cruzar la frontera en medio de una confusión extrema. Los policías húngaros disparan a matar y uno de los refugiados, Aryan, cae al suelo herido. Sin embargo, sus gotas de sangre no siguen la ley de la gravedad sino que se elevan y él sigue el mismo camino ascendente. ¿Metáfora de la santidad, símbolo de pureza? Quizás solamente sea el elemento desencadenante de la narración. El protagonista se recupera luego de sus heridas en el campo de refugiados. Un médico, Stern, endeudado hasta las trancas intenta aprovecharse de la “anormalidad” del joven. Hace unos meses, Stern había matado a un niño al haberle operado en estado de alcoholismo. Cree que con los beneficios que le puede reportar la rareza de Aryan conseguirá pagar a los padres de la víctima una cantidad que los neutralizará judicialmente. Sin embargo, el policía que ha disparado sobre Aryan trata de localizarlo para expulsarlo del país. Se suceden las persecuciones frenéticas seguidas de las reflexiones morales hasta el the end que nos confirmará lo dicho: hemos visto un cuento que ha durado dos horas.
Por supuesto, la película puede ser acusada de oportunismo y de deformación de los hechos. Oportunismo porque fuera de Hungría, el “ponga a un refugiado en su casa” parece haberse convertido en consigna desde las ONGs de ayuda al refugiado hasta cualquier partido que reivindica la etiqueta de progre. De ahí que esta película confirme que nadie es profeta en su tierra y que la cinta ha sido elaborada para triunfar fuera de Hungría y no en el interior del país en donde el gobierno ha sido claro desde el principio: no precisaba inmigración y no toleraba inmigración. Hay que reconocer que la opinión pública húngara ha aceptado unánimemente esta decisión de su gobierno. En cuanto a la deformación de los hechos viene a cuento de que no se han producido tiroteos ni muertos mientras se produjo la crisis de los refugiados, tan solo una periodista de la televisión local que hizo la zancadilla a un refugiado que terminó, por cierto, acogido en España. Eso fue todo: no hubo masacres sangrientas en la frontera húngara.
El azar ha querido que la premiere de esta película se realizada apenas una semana después de que la autora de estas líneas regresara de un viaje por Budapest. A diferencia de otras capitales europeas, allí no hay ni velos islámicos en las calles, ni riesgo de atentados yihadistas. Los habitantes de la capital húngara no parece ninguno de los dos elementos, de ahí que pronostiquemos que Hungría no será tierra fértil para esta película.
Quizás no sea muy afortunado presentar a un “refugiado sirio” como ángel o como metáfora del mismísimo Cristo resucitado (mostrando sus agujeros de bala, ascendiendo a los cielos y con padre carpintero). Pero si uno decide hacer una cinta oportunista que pueda triunfar en la Europa comunitaria, está obligado a llegar hasta el final. De todas formas, las reflexiones teológicas figuran entre los más plúmbeo de una película que, por lo general, es bastante dinámica e, incluso, en algunos momentos trepidante.
La película se proyectó en el pasado Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges en donde recibió críticas positivas y el premio a la Mejor Película. El director, Kornél Mundruczó tiene abundante experiencia a sus espaldas y es, sin duda, el director húngaro con más proyección internacional. En esta película se nota que ha realizado un film destinado a granjearse las simpatías de los europeos “políticamente correctos”. Si usted no pertenece a esta gama de espectadores, lo mejor es que mire la película tratando de identificar los elementos propios de un cuento infantil. No se pierda en disquisiciones teológicas, no intente abordar cuestiones político-sociales porque éste no es la división en la que puede jugar esta película.
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