En uno de esos encuentros del Consejo de Europa a los que nadie presta la más mínima atención se firmó el Convenio Europol. Era el 26 de julio de 1995. La medida era una consecuencia de los Acuerdos de Maastrich destinados a que la Unión Europea fuera algo más que un mecanismo económico. Teníamos “espacio común”, pero no teníamos ninguna policía que coordinara la seguridad y la lucha contra la delincuencia en toda Europa. Interpol fue, desde su fundación, un organismo más teórico que práctico cuya actividad principal era distribuir fotos de los más buscados en cada país… pero no de encontrarlos. Nunca hubo coordinación real entre las distintas policías nacionales en el interior de Interpol y sólo algo en Europol. Menos mal que el cerebro coordinado de productores franco-germano-estadounidenses ha creado el producto ideal en este terreno: una unidad especial de policía, radicada en La Haya y formada por un miembro de cada nacionalidad, combate al crimen organizado a nivel internacional. Lo que no resuelvan ellos, no lo resuelven los “maderos” de cada país…
Hasta aquí, el único elemento original de la serie es la internacionalización del grupo y el que en cada episodio nos damos un repaso por las ciudades de la vieja Europa. Los delincuentes son los que vienen apareciendo en series similares desde hace un cuarto de siglo y que responden a los giros nuevos de la delincuencia internacional: tráfico de armas, de drogas, de mujeres, de inmigrantes, persecución de asesinos en serie… Pero ya hemos visto en otras series delincuentes de este tipo, así que tampoco aquí hay nada nuevo en el plasma.
La suerte de un producto cuya única novedad es el origen nacional de un grupo de policías y cuyos guiones no son excesivamente imaginativos, depende solamente de la empatía que emane de los protagonistas. Para Donald Stuherland, que asume el papel de responsable fiscal de la Corte Criminal Internacional, se trata de un papel alimentario que le llega en el ocaso de su carrera cuando ya ha demostrado sobradamente sus cualidades, ha dejado un buen recuerdo en la historia de la cinematografía y no puede esperar que una serie de guión poco trabajado le aporte mucho lustra en el tramo final de su vida. Con todo, hay que reconocer que los componentes del grupo policial protagonista que aparecen en la primera temporada, logran conectar con buena parte del público. Éste lo agradece y aunque, los guiones son previsibles y los finales están cantados, solamente por ver el discurrir en escena de unos actores agradables e incluso carismáticos, el espectador permanece sentado ante la pantalla.
Quizás, en la primera y segunda temporada valga la pena mencionar la actuación de William Fichtner, veterano actor norteamericano, rostro muy conocido en las pantallas de cualquier dimensión (lo vimos recientemente en Elysium [2013] y El llanero solitario ]2013])y que aquí encarna a un agente de la policía de Nueva York (Carlton Hikkman”) que ha superado todo tipo de problemas personales, incluso una herida que lo ha dejado medio lisiado y constituye el papel más carismático.
Y así transcurren los episodios de las dos primeras temporadas. Pero cuando el público se prepara para recibir la tercera, comprueba que el único que se mantiene en su lugar es Donald Sutherland quien, a pesar de ser el responsable de las investigaciones del grupo, ocupa un papel, en realidad, muy disminuido y Thomas Wlaschiha. La magia que se había prolongado durante los 22 primeros episodios, se disipa a los 20 minutos de proyección y ya no se recupera.
Dilapidando el “embrujo” logrado por los protagonistas de las dos primeras temporadas, la serie cava su fosa y revela la mediocridad de la trama argumental. Es entonces cuando se comprueba que el producto es demasiado convencional para poderle dar algo más que un aprobado, especialmente en un momento en el que series nórdicas compiten ventajosamente con él (Wallander, Bron/Bröen, Varg Veum etc.) y no sólo nórdicas (por ejemplo, el producto belga Salamander) sino incluso la serie española El Crematorio (2011).
La influencia de Mentes Criminales (2005-2016) es bastante palpable. Pero lo que en la serie norteamericana es ciertamente original (el tipo de delincuentes en los que se especializan: asesinos en serie) queda anulado en Crossing Lines. Y no basta con introducir el cambio de que el grupo de policías de élite, en lugar de viajar en jet privado, de un lugar a otro de los EEUU, lo hagan por los distintos países de Europa e introduzcan acentos distintos, hace falta algo más. Por otra parte, en Crossing Lines se pierde esa dimensión psicológica del estudio de la mentalidad criminal que está presente en la serie norteamericana.
En el fondo, lo que ocurre en Europa es que se ha perdido la noción de que se pueden elaborar productos originales, más adaptados a la mentalidad continental, más desenganchados de la influencia de Hollywood, se ha olvidado que, con frecuencia es la Meca del Cine la que adapta productos y series europeas (Véase The Killing, The Bridge, e incluso Borgen que puede ser considerada como el precedente europeo de House of Cards). El hecho mismo de que en una serie que, aparentemente está centrada en las instituciones europeas, exista un nexo que conduzca al FBI y a los EEUU, es una síntoma de la dependencia político-cultural de la UE hacia los EEUU y denota, en última instancia, la falta de fe, de interés y de calidad de las instituciones europeas y de los productos culturales que promocionan.
La serie se presentó en 2013 como un producto nuevo y original. El hecho de que su proyección abriera la 53ª edición del Festival Internacional de Televisión de Monte Carlo, es significativo que no se reparó en gastos para su promoción. La idea surgió de las mentes de Edward Allen Bernero y Rola Bauer. Si destacamos la presencia de Bernero es porque, previamente, había sido el creador de Third Watch (1999-2005, Turno de guardia) y productor ejecutivo en Mentes Criminales. Previamente a Crossing Lines, cuando lanzó el spin-off de esta última, Criminal Minds: Suspect Behavior (2011), la serie no resistió la primera temporada y las bajas audiencias determinaron su interrupción fulminante.
La serie fue, inicialmente, bien recibida por la crítica, pero a medida que iba avanzando, empezaban a aparecer observaciones sobre su falta de originalidad, lo plano y rutinario de su planteamiento. No hace falta extremar la crítica y recordar que el Tribunal Penal Internacional del que parece depender esta unidad policial, se dedica en realidad, a investigar y tratar casos de crímenes de guerra, genocidio y crímenes contra la humanidad.
Esta serie solamente se puede recomendar a amantes de las series norteamericanas que tratan sobre investigaciones policiales con métodos avanzados, estilo CSI o la ya mencionada Mentes Criminales. Quizás pueda interesar a quienes aspiran a hacer turismo televisivo: en los episodios se viaja por toda Europa y algunas escenas están filmadas en los lugares más hermosos del viejo continente. Siempre y cuando, el espectador no sea demasiado exigente y ansioso de novedades. De hecho, la serie se adapta precisamente a un público poco dado a nuevas experiencias. Si le gustó True Detective, si le emocionó Broadchurch o Happy Valley, ni se le ocurra ver Crossing Lines.
FICHA:
Título original: Crossing Lines
Título en España: Crossing Lines
Temporadas: 3 (34 episodios)
Duración episodio: 45 minutos
Año: 2013-2015
Temática: Género negro
Subgénero: Intriga internacional
Actores principales: Donald Sutherland, Tom Wlaschita, Lara Rossi, Goran Visnjic, Elisabeth Mitchell, Stuart Martin, Naomi Battrick, Gabriella Pesson, Richard Flood, William Fichter, Marc Lavoine, Moon Daily.
Lo mejor: la dimensión europea.
Lo peor: la falta de originalidad
Puntuación: 5
Web en castellano: http://www.axn.es/programas/crossing-lines
¿Cómo verlo?: Proyectado en AMX y en la plataforma Netflix.
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