Hay momentos de la historia reciente en los que su simple alusión basta para recordar lo que uno estaba haciendo en aquellos momentos. Todos recordarán cómo se enteraron del ataque a las Torres Gemelas o de los atentados del 11-M. A los más mayores no se nos olvidará jamás cómo fue aquel día en el que mataron a JFK, o cuando los tanques soviéticos entraron en Checoslovaquia un día del agosto de 1968. El episodio tuvo una continuación el 19 de enero de 1969, cuando un joven se quemó en Praga en señal de protesta por la invasión. Se llamaba Jan Pallach. Esta miniserie checa es una reconstrucción histórica de lo que ocurrió en su entorno en los meses que siguieron.
La miniserie nos narra cómo Jan Palach llegó a la conclusión de que su suicidio era la única forma de protestar visiblemente y con repercusiones sobre la ocupación de su país por las tropas soviéticas. Y lo hace siguiendo una línea argumental que abarca a su entorno de amistades universitarias, a los miembros del gobierno pro-soviético que asumieron la neutralización mediática de la acción de protesta y, finalmente, a la familia de Jan Pallach. Era fácil caer en el sentimentalismo y en el victimismo en una serie de este tipo y, por supuesto, en la parcialidad política. Sin embargo, la directora a cargo del proyecto, Agnieszka Holland, nos presenta un cuadro históricamente irreprochable: los argumentos en defensa de la acción de Jan Pallach y las noticias gubernamentales denostándola se expresan de manera nítida tal como se dieron en la época. De hecho, el propio gobierno comunista de Praga puesto por los soviéticos tras la deposición de Dubcek y la camarilla reformista, apenas supo que decir al producirse el suicidio de Pallach. Fue entonces cuando se vieron forzados a recurrir al manual de “operaciones psicológicas”.
En efecto, un periodista al servicio del gobierno pro-soviético, difundió la noticia de que Jan Pallach era una víctima de los “agentes imperialistas” que le habían convencido de que su protesta no implicaría morir. Se trataba, según esta versión, de engañar al estudiante facilitándole un producto químico del que le habían asegurado que producía un “falso fuego” inofensivo. Al utilizarlo, simplemente, había ardido como una tea. Era la forma de transformar a la víctima consciente y protestataria, en un pobre diablo manipulado por los “odiosos imperialistas”. Pero la parte no prevista, fue que la familia de Pallach presentó una demanda judicial en defensa de la honestidad de la víctima y de la pureza de su acción. La miniserie nos narra, esencialmente, el camino que siguió esta denuncia hasta sustanciarse en los tribunales.
Desde 1945 hasta 1987-89, la sordidez se apoderó de Europa del Este. En la Conferencia de Yalta que reordenó el mundo en la última fase de la Segunda Guerra Mundial, un enfermo –casi agónico– presidente norteamericano (Roosevelt), un premier británico alcoholizado (Churchill) y un Stalin en el auge de su poder y de su energía vital, establecieron la división de Europa en “zonas de influencias”. Praga y la artificial Checoslovaquia (creada sobre la mesa del Tratado de Versalles y rota en 1993, esta vez para siempre) quedaron en 1945 en la órbita de Moscú. Se mantuvo un simulacro de democracia hasta que en 1948, el llamado “golpe de Praga” dio el poder absoluto al Partido Comunista. A partir de ese momento y hasta 1965, las autoridades comunistas checas convirtieron al país en una colonia soviética, pero cuando Alexander Dubčeck asumió la secretaría General del Partido Comunista Eslovaco, consciente de que las cosas no podían seguir así (con una población viviendo en la precariedad, una economía esclerotizada, y un sistema político que cada vez más distanciado de la población) empezó a promover un “socialismo con rostro humano”. Primero se aplicaron reformas económicas liberalizadoras, pero inmediatamente quedó claro que tales reformas deberían ser seguidas por reformas políticas. En enero de 1968, Dubcek asumió la presidencia el país y a partir de ese momento, las relaciones con la URSS se tornaron extremadamente tensas. Regía la “doctrina Breznev” según la cual, la URSS asumía la defensa de los gobierno comunistas en los países del Este, aunque fuera mediante el empleo de la fuerza. Y eso fue lo que se aplicó cuando los tanques soviéticos entraron en Praga. Era inevitable someterse al dictado de la fuerza, pero sí era evitable ser cómplice. Tal es el marco histórico y psicológico en el que se desarrolla esta miniserie.
Lo que más sorprende de la serie es que parece filmada en aquellos años. Praga es una ciudad en la que “lo antiguo” se respira en las calles, la belleza de sus monumentos remite a otras épocas. Pero no es ésta la Praga que se nos muestra en la serie, sino la universitaria, la de los arrabales de la capital, modestos, fabricados en serie, tristes, grises. Justo los lugares en donde se desarrolló el drama de Jan Pallach y de sus compañeros. Todos los actores que participan en la miniserie han salido de la escena nacional, una cinematografía viva y activa pero con mala distribución en Europa Occidental.
El papel protagonista es asumido por Tatiana Pauhofová, en la miniserie “Dagmar Burešová” abogada de la familia de Jan Pallach. De nacionalidad eslovaca, éste fue su primer papel de protagonista, al que ha seguido su papel estelar en Lida Baarova (2016) biopic sobre la actriz checa del mismo nombre cuya carrera profesional se vio marcada por sus amoríos con el ministro de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels. Tanto ella como el resto de actores realizan un trabajo sobrio que corresponde con la orientación que quiso dar la artífice de la miniserie, la polaca Agnieszka Holland. Esta veterana directora tiene una amplia carrera cuyos orígenes se remontan a principios de los años 70. En 1990 dirigió Europa Europa (cuyo guión fue nominado para la edición de los Oscars de aquel año). El impacto internacional que causó Burning bush facilitó el que dirigiera algunos episodios de la serie House of Cards (2015).
La serie gustará especialmente (pero no solamente) a los amantes del cine histórico y del cine sobre la Guerra Fría. No es un documental, pero se aproxima, e incluso podría ser calificado como “documental dramatizado”.
Burning Bush (cuyo nombre podría traducirse al castellano como “arbusto ardiendo”) recibió varios premios internacionales, entre ellos en el Festival Internacional de televisión de Monte Carlo y fue presentada en el Festival de cine Internacional de Toronto. Las críticas que recibió oscilaron entre lo bueno y lo muy bueno. Se da la circunstancia de que fue el primer proyecto de la productora HBO realizado íntegramente en Europa. Ocho meses después de ser estrenada en televisión, los tres episodios fueron comprimidos y montados de nuevo convirtiéndose en película e largometraje. En España, ningún canal, hasta ahora, se ha interesado por ella. Y es una pena, porque se trata de una miniserie que, además de ser irreprochable desde el punto de vista estético, musical, narrativo e interpretativo, nos enseña una parte de la historia reciente de Europa que jamás deberíamos olvidar.
FICHA
Título original: Horiçi ker
Título en España: Burning Bush
Temporadas: Miniserie en 3 episodios
Duracion episodio: 75 minutos
Año: 2013
Temática: histórica
Subgénero: sociedades comunistas
Actores principales: Tatiana Pauhofova, Jaroslava Pokorna, Petr Stach, Vojtěch Kotek, Igor Bareš, Adrian Jastraban, Ivan Trojan
Lo mejor: el rigor de la reconstrucción histórica.
Lo peor: que ha sido ignoraba por las cadenas de televisión españolas
Puntuación: 8
Web oficial: http://www.hbo-europe.com/burningbush/
¿Cómo verlo?: en versión original a través de eMule y bitTorrent, con subtítulos en http://www.subdivx.com/
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