sábado, 18 de junio de 2016

River


RIVER: GÉNERO NEGRO CON INCRUSTACIONES PSICOLÓGICAS

John Read, psicólogo especializado en abusos sexuales y psicosis, decía recientemente en una entrevista realizada por el diario La Vanguardia que un 15% de la población oye voces y un número menor “ven” y departen con seres que no están ahí, meros productos de su imaginación o familiares y amigos fallecidos. La miniserie River va de todo esto. 

Producida por la BBC, se estrenó en octubre de 2015 y ha llegado recientemente a España a través de la plataforma Netflix. El papel protagonista corresponde al actor sueco Stellan Skarsgård que da lo mejor de sí y borda una interpretación que lo consagra como uno de los grandes actores del momento (y de los más discretos). Skarsgård es “River”, detective de la policía británica que da nombre a la serie. “River” dialoga (y se pelea) con seres inexistentes, entre ellos, su compañera “Jackie Stevie” (interpretado por Nicola Walker otra actriz de largo recorrido en la escena británica y que en su arranque tuvo un papel secundario hasta lo irrelevante en Cuatro bodas y un funeral, 1994) asesinada poco antes. La tercera pata de la serie es “Chrissie Read”, responsable del grupo de policías que protagonizan la trama y que es representada por otra actriz veterana, Lesley Manville, un rostro habitual en las teleseries británicas (la recordamos como la “señora Lorrimer” en la serie Agatha Christie’s Poirot) y que va cosechando premios de interpretación como el BAFTA a la Mejor Actriz Secundaria que ha obtenido por su interpretación en esta serie. Finalmente, respondiendo a la realidad actual de la sociedad británica, un actor de origen pakistaní integrado en la sociedad isleña, encarna a “Ira King”, el policía compañero de Skarsgård que ha sustituido a la policía asesinada. En torno a estos personajes centrales se va articulando la miniserie que no decepciona en ningún capítulo (si bien en los dos centrales, el ritmo baja y se hace ostensiblemente lento, para recuperarse luego en los dos episodios finales de la serie). 

Lo que se puede pedir, en primer lugar, a una miniserie de detectives es que no reproduzca esquemas habituales en el género; que sea, en definitiva, original y aporte algo por lo que será recordada. La concepción de River es original: policía con un desarreglo psicológico que hace interlocutor suyo a personajes muertos. No se trata del habitual héroe seductor y ligón de este tipo de películas, sino de un policía sistemático e intuitivo con esos animados diálogos con proyecciones inexistentes de personas muertas. No se trata de una miniserie estilo Ghost Whisperer (2005-2010, Entre fantasmas) con su carga parapsicológica y seudo-espiritista, sino de proyección psicológica, cuyo protagonista pertenece a ese segmento del 15% que oye voces y ve personas inexistentes. A partir de este elemento axial, la serie resuelve, en el curso de sus seis episodios, los motivos porqué la co-protagonista resultó asesinada, para qué y por quién.


El cine es, en cierto sentido, un reflejo de la sociedad. El cine británico, por tanto, debe reflejar los problemas e inquietudes de aquella sociedad si pretende interesar a su público. Esta serie ha constituido un éxito en las islas británicas, tanto como la primera película dirigida por Robert Carlyle, La leyenda de Barney Thomson (2015) que acabamos de ver. River y Barney Thompson tienen un hilo conductor común: en la segunda, el protagonista busca su identidad originaria, quién es, en definitiva y cómo ha llegado a ser como es. En River, ocurre otro tanto, porque el asesino resulta ser alguien que se formulaba esas mismas preguntas, ignoraba quien era su madre y termina sabiéndolo en los últimos minutos del capítulo que remata a la serie. Es que, todo el Reino Unido se está preguntando en estos momentos quién es, porque eso es definitiva lo que se les está preguntando a los británicos con el referéndum sobre el Brexit: ¿son europeos? ¿son multiculturales? ¿son anglosajones y nada más? No es de extrañar que productores avisados hayan lanzado productos cinematográficos, en distintos registros, a través de los cuales el público puede formularse esas mismas preguntas a través de los protagonistas. Es significativo, por lo demás, que el eje de la trama sea la inmigración, el tema que constituye el fondo del debate en torno al Brexit, mucho más que sus repercusiones económicas.

El trabajo de guionización es correcto, coherente y cerrado. La trama no deja cabos sueltos, está resuelta brillantemente y es creíble en todo momento. Las pinceladas de todos los personajes son verosímiles, no hay “héroes” maravillosos, ni villanos de maldad elevada a la enésima potencia. Usted o yo, los podemos encontrar en cualquier calle de nuestra ciudad. Quizás por eso, el papel de actores brillantes pero sobrios, discretos pero eficientes en su trabajo, es lo que ha hecho que esta serie de TV se recuerde especialmente por ellos, incluso por los secundarios. Fotografía y banda sonora contribuyen a dar credibilidad al guión, tanto como los silencios y los primeros planos que la cámara dedica al expresivo rostro de Stellan Skarsgård y que hacen innecesario cualquier diálogo.

La creadora, guionista y directora de la serie, Abi Morgan, lleva años en la profesión. Procede del mundo del teatro y la televisión ha sido el campo en el que ha cosechado sus éxitos más notorios reconocidos por su colección de premios Emmy, BAFTA recibidos. Entre las películas cuyo guión elaboró y que más contribuyeron a que se recuerde su nombre figura The Iron Lady (2011, La dama de hierro) siendo la verdadera artífice de que Meryl Streep encarnase a una Margaret Tatcher creíble. En River, ha co-dirigido la serie, sabiendo rodearse de un equipo de actores eficientes y rigurosos, todos ellos procedentes también del mundo del teatro. 


Netflix estrenó River el 18 de noviembre, pero ha tardado siete meses en llegar al desdoblamiento español de la plataforma. Hay que felicitarse de que series de este tipo lleguen a nuestros monitores, aunque sea tarde, liberándonos de la pesada carga de la telebasura. Un producto agradable de ver, imaginativo, entretenido y, sobre todo, perfectamente interpretado. Digno de verse, en definitiva.

viernes, 10 de junio de 2016

Cromo



Cromo o la consagración de las series argentinas en Netflix

Hace unos meses veíamos la primera temporada de Club de Cuervos, una serie mexicana que nos llamó la atención por su brillante ejecución. Era el primer signo de que en el ámbito hispano se pueden hacer series que compitan –y superen– con las elaboradas por las grandes potencias cinematográficas. Ahora, esta impresión nos queda confirmada por el visionado de la serie de televisión argentina Cromo.

Estrenada en octubre de 2015, la serie no deja cabos sueltos para que se filme una segunda temporada. No sé hasta que punto a Cromo le cabe el calificativo de “miniserie” cuando la trama se desarrolla a través de doce episodios. Con un guión ágil que hasta el último momento mantiene el interés y las sorpresas, una interpretación inmejorable y unos paisajes que nos muestra la variedad y la riqueza natural de la República Argentina (desde los esteros de Corrientes, hasta los glaciares de la provincia de Santa Cruz), la serie roza la perfección. No sabríamos encontrarle defectos, ni puntos débiles. 

La serie recuerda extremadamente las dos temporadas de True Detective. No estamos en la América profunda, sino más al sur, en una Argentina alejada de los bulevares de Buenos Aires o de la planicie de Córdoba. Estamos en una Argentina recóndita, áspera y salvaje. No existe ley, ni norma que proceda de fuera de la pequeña comunidad en la que se desarrolla lo esencial de la serie. Una tanería (curtimbre, en Argentina) está en el centro de la trama. Genera enfermedad y muerte (por el cromo contaminante que arroja a los esteros, de ahí el nombre de la serie), pero es la única fuente de ingresos de aquella comunidad. Todos son culpables, pero, al mismo tiempo, también son víctimas atrapadas en una trampa mortal. Las sorpresas se suceden en cada episodio. 

Nada es lo que parece y no hay grandeza en los personajes. 


Esta serie nos dice mucho sobre esa otra Argentina que nunca aparece en los informativos y que cuesta situar en el siglo XXI y en el continente americano. Podría ser la Calabria de hace unas décadas, con la omertá mafiosa que durante mucho tiempo aportó la cohesión vincular a toda la comunidad. Pero es la República Argentina, aquí y ahora. No hay instante alguno de la trama que no sea creíble o que suponga una pérdida de ritmo narrativo o la posibilidad de que pensemos en otra cosa más que en lo que vemos. La serie atrapa. En algún momento recuerda a la Isla Mínima, aunque su modelo innegable es True Detective. Pero, advertimos, no es una serie policíaca, sino un thriller dotado de una carpintería interior perfectamente armada. 

Hay que congratularse de que en la America hispana se hagan cada vez productos televisivos de la mejor calidad. Tanto la serie mexicana Club de Cuervos como ésta otra (que ni de lejos se parecen) muestran la pujanza, la imaginación y las ganas de componer productos competitivos en el mercado mundial. Hasta ahora, las series televisivas estaban indiscutiblemente dominadas por las productoras norteamericanas. Pero en los últimos años, potencias cinematográficas que hasta ahora eran poco menos que irrelevantes a la hora de elaborar productos exportables al mercado mundial, están acortando distancias con el liderazgo norteamericano que debe empezar a preocuparse por las cinematografías nórdicas y por las que bullen al sur del Río Grande. Suecos, noruegos y daneses están haciendo muy buenas series en los últimos tiempos. Los rostros de sus actores nos empiezan a ser familiares y sus estilos narrativos no tienen nada que envidiar a las series norteamericanas. A este pelotón de cinematografías emergentes se une ahora Argentina con Cromo

La serie ha sido creada por Lucía y Nicolás Puenzo. Fue la única representante de Iberoamérica en el Festival de Cine de Toronto el pasado mes de septiembre en donde debió competir con series norteamericanas y francesas, causando excelente impresión incluso para la crítica norteamericana. La serie se estrenó en la televisión pública argentina con enorme éxito. Todo en ella es “nacional”: actores, guión, equipo técnico, encuadres. Un producto argentino al que auguramos un triunfo en todo el mundo. 

Cromo demuestra se pueden hacer series que estén al mismo nivel de las mejores series norteamericanas en Iberoamérica. La pregunta es ¿por qué en España cuesta tanto? Y la respuesta es simple: falla la guionización y la realización carece de ambiciones. Incluso en algunos casos, el casting es nefasto. Y llevamos mucho tiempo así. De la producción actual española se salva Los casos de El Caso y, justo porque el guión y el casting son aceptables. Bruscamente, aparece esta serie argentina que puede enseñar mucho a quien se dedica a este oficio en España y todavía no ha aprendido a realizar algo exportable que se pueda codear con lo mejor. En la mayoría de series producidas en España lo menos que puede decirse es que “pasan pocas cosas”, son demasiado estáticas, hay diálogos interminables que aportan poco a la trama, los movimientos de cámara mínimos, cuando hay destellos de humor, abunda la zafiedad insultante y la pobreza en el vocabulario y si se trata de generar suspense, se suelen utilizar recursos poco imaginativos. De tanto en tanto, se produce alguna buena serie por aquello de que “ya tocaba”, pero el nivel medio es bajo y demuestra que el público que le queda a las televisiones generalistas es poco exigente y que para las empresas lo importante es la publicidad que puedan colocar en esa franja horaria mucho más que el producto en sí. Olvidan que, a veces, la rentabilidad de una de estas series depende de su venta a otras cadenas y no solo de la publicidad. 

Otro aspecto interesante de Cromo es la variedad de temas que aborda la trama. Hay un trasfondo ecologista y social, pero también nos habla de relaciones paterno-filiales y de triángulos amorosos imposibles. Hay detalles que remiten a la globalización y otros a la supervivencia de sociedades rurales. Se alude a la responsabilidad de los contaminantes químicos sobre los tumores y a la irresponsabilidad de quienes son conscientes del envenenamiento de las aguas por vertidos tóxicos (porque les afecta a ellos y a sus familias de forma demoledora), pero persisten arrojando contaminantes. Cuando se tocan tantos temas, es que hay mucho que decir y hay necesidad de decirlo. Y, créanme, en esta película no se salva nadie. El guión dista mucho de ser maniqueo: no hay personajes “buenos”, ni “malos”, contrariamente a lo que se piensa en los primeros capítulos, los tonos grises están presentes en distintas medidas en todos ellos. Cada cual tiene sus razones para actuar como lo hace y ninguna razón es pura. En la lucha de cada personaje entre la defensa de sus intereses individuales y la de sus principios, siempre vencen los primeros. Real como la vida misma.   

El cuadro final que nos presenta la película no es en absoluto halagüeño. Nos muestra que en la República Argentina no hay ya golpes de Estado, ni desaparecidos, pero la situación dista mucho de ser democrática y no es, desde luego, el imperio de la ley. Argentina está en crisis, pero el cine argentino, parece vivir uno de sus mejores momentos. Al menos Cromo permite intuirlo.  






Título original
Cromo (TV)
Año
País
Argentina Argentina
Director
Guión
Lucía Puenzo, Sergio Bizzio, Leonel D'Agostino, Nicolás Puenzo
Música
Guillermo Pesoa
Fotografía
Nicolás Puenzo, Julián Perini
Reparto
,
Productora
Historias Cinematográficas / Blue Productora
Género
ThrillerSerie de TV | Miniserie de TV
Sinopsis
Una científica muere en extrañas circunstancias mientras realiza una investigación en torno a una curtiembre en Corrientes. Su marido y su mejor amigo (que era amante de la mujer) viajan al lugar para descubrir qué fue lo que pasó, y terminan metiéndose en un asunto que pone en riesgo sus propias vidas. Filmada en la Base Marambio de la Antártida, los glaciares, la Patagonia y los Esteros del Iberá, Cromo fue escrita con el apoyo de un grupo de investigadores del CONICET. (FILMAFFINITY)